Un político ejemplar
¡Un político ejemplar!, ¿dónde? Por cierto que los hay, y están allí, haciendo su importante trabajo en medio de la fronda de aprovechadores y oportunistas que miran su propio interés o los intereses ideológicos de sus grupos y partidos, en vez de tener la vista puesta en el bien común.
Quisiera recordar a un político ejemplar que con su vida nos ofrece algunos criterios para reconocer a los buenos políticos y, también, para animar la tarea de los hombres y mujeres que en la acción política están llamados a ser los servidores del bien común. Me refiero a Tomás Moro, que vivió en Inglaterra hace quinientos años, ejerciendo uno de los principales cargos políticos del país. Era el “Lord Canciller” del reino de Inglaterra, y honró su misión de servicio público hasta entregar la vida por su honestidad, por su servicio al bien común, por la fidelidad a su conciencia y a su fe cristiana.
Al recordar la figura de Tomás Moro, se podría objetar que un personaje de un pasado lejano tiene poco que decirnos en nuestro tiempo, pero sucede que cuando la actividad política se encuentra tan desprestigiada por culpa de actores corruptos, y en medio de las descalificaciones mutuas de los mismos políticos y miembros de la Convención Constituyente, se desatan pasiones que parecen nublar la razón e impedir el juicio sereno. Así, muchos actores políticos parecen creer que la razón está sólo de su lado, mientras la gente común se cansa de tantas palabras confusas, verdades baratas, mentira y corrupción. Cuando todo esto sucede, es necesario buscar en los mejores ejemplos de la historia los estímulos que ayuden a levantar la mirada hacia el ideal de un servidor público honesto.
Tomás Moro fue un gran hombre como abogado, como político, diplomático, escritor, esposo y padre de familia. Era una persona que amaba al mundo y sus valores creados por Dios. Fue un hombre de notables cualidades intelectuales y de una gran cultura humanista; entre sus escritos está una importante obra de filosofía política titulada “Utopía”. Al mismo tiempo, Tomás Moro era una persona humilde, simpática y decididamente optimista.
Resulta que, en su cargo de Canciller de Inglaterra, Tomás Moro se encontró en una situación muy complicada, pues el rey Enrique VIII intentaba solucionar sus conflictos matrimoniales de manera torcida a las leyes entonces vigentes, y sostenía la curiosa pretensión de convertirse en la cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Moro, según su sentido de justicia, no podía aceptar estas acciones y propósitos del soberano.
Tomás Moro amaba la vida, su familia, sus amigos, gustaba de sus éxitos profesionales; pero sabía bien que todo esto es relativo y que en la fidelidad a la propia conciencia se juega la fidelidad al único absoluto que es Dios. Así, en la hora del conflicto siempre prevaleció la fidelidad a su conciencia y a su fe, por sobre los mandatos injustos y pretensiones absurdas del rey. Esta fidelidad le significó una larga prisión y ser condenado a muerte. Fue decapitado el 6 de julio de 1535.
En su vida pública, Tomás Moro no era un predicador ni un sacerdote o pastor; era un cristiano laico que, ejerciendo uno de los más altos cargos del reino, participaba activamente en la vida de su parroquia de Chelsea. Era un político que se movía en medio de los asuntos del servicio público, pero que tenía muy claro que en la fidelidad a la propia conciencia se juega la honestidad del servicio público en la búsqueda del bien común, pues la conciencia no puede ser un objeto negociable; así, no dudó en vivir esta fidelidad hasta dar la vida por ella.
Tomás Moro en su honesta vida de servicio público, en el testimonio de la fe cristiana que animaba su vida, en la fidelidad a su conciencia, es reconocido como un santo, es decir, como un cristiano ejemplar, tanto por la Iglesia Católica como por la Iglesia Anglicana. Así, Santo Tomás Moro, es considerado el patrono de los políticos, particularmente de los cristianos que actúan en política.
Ciertamente, hoy necesitamos hombres y mujeres que actuando en el mundo de la política sean servidores de la verdad en la búsqueda del bien común, y testigos de que la propia conciencia no es un objeto negociable; eso es lo que muchos ciudadanos esperamos de los políticos y deseamos para nuestro país en estos tiempos confusos que, al mismo tiempo, están cargados de esperanzas.
Marcos Buvinic Martinic
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación