Navidad…
Navidad:
Vivamos el Milagro de Encarnación Imitando el Testimonio, Palabra y Vida del Salvador y su Familia
El natalicio del Señor, este 25 de Diciembre, celebraremos como Iglesia el misterio de la Encarnación; conmemoramos el nacimiento del Verbo Encarnado, verdadero hombre y Dios, Salvador único y universal, salvador que por obra del Espíritu Santo nace de María la Virgen tomando forma entre nosotros (Gálatas 4:19).
El mundo estaba en tinieblas, pero ahora desborda de esperanza: “la luz resplandece en las tinieblas” (Juan 1:5). La tierra irredenta, Babilonia y Roma, de los extremos del mar amarillo al lago Titikaka, hasta incluso los abismos del infierno, en donde Cristo se sumergiría después de su muerte el amor redentor de Dios se hizo carne entre los más pequeños y humildes para ser la sangre del Cordero de Dios.
Como cantan los maitines del Sábado Santo: “Tu descendiste a la tierra para buscar a Adán, y no encontrándolo, fuiste a buscarlo hasta el infierno”. Cristo ha nacido en la pobreza, rechazo y persecución, dentro de la desgracia humana marcada por el pecado, en la sombra de la muerte; claramente la Navidad inclina los cielos hasta los infiernos.
En un pueblo hoy arrasado por las heridas del conflicto en medio oriente, Belen, nace Jesús, en medio de la pobreza, marginación, pero también, en medio de la donación y la acogida; pues “no había lugar” dice el evangelio (Lucas 2:7) para el Salvador en el seno de una pareja humilde de judíos, María y José, pues “vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11), pero nacería quien convirtió el agua en vino y repartió el pan y el pescado entre los hijos e hijas de Dios.
Pablo en su epístola a los Filipenses nos dice: “Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).
Es este Cristo rey y sirviente, es Dios quien se hizo carne entre los débiles para ser en donación para el otro; nació quien nos enseñó a amar sin barreras y darnos sin límites, pues en todo amar y servir es la traducción del mandato irrestricto de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo ¡Y tuvo que venir el para qué entendiéramos la verdadera ley!
El Verbo hecho carne nació y vivió en lo mundano, en medio del mundo, pero siempre fue Dios, él “se despojó a sí mismo” y “se humilló”; Jesús renunció al lugar especial que tenía junto a Dios, y obtuvo un lugar sin privilegios entre los seres humanos: el pesebre, el establo y la modestia económica de sus padres para sufrir y sangrar, para predicar y ser rechazado, para educar y ser perseguido, para salvarnos a todas y todos.
Pablo bien entendía esto, y así es que él resume el propósito de la Navidad: “Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).
La Navidad de Jesús, así como su vida, amor y mensaje no tienen nada de romanticismo barato ni de opio para tontos. Al contario, es un amor eficaz y radical, un amor oblativo. Por ello, en esta festividad, al pensar en el misterio de la Encarnación, recordamos como se dio, entre la miseria, animales y persecución; el mal en el mundo es algo muy serio y mata, pues con el libre albedrío el hombre y la mujer se han proclamado amos del mundo y de sí mismos, exaltado su voluntad sobre su intelecto, y su hambre voraz por lo insignificante sobre la humilde necesidad de lo trascendente.
Jesús nos muestra, como igualmente lo hizo María y José, que Dios ama intensamente y sin reservas, particularmente a los pobres y excluidos, a mujeres y niños, a enfermos y ancianas, a todos a quienes la sociedad ha silenciado y explotado: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18).
El llamado en la natividad del único Salvador es a vivir, en medio de la Koinonía, la realización del largo camino, doloroso parto y nacimiento de Jesucristo: en familia compartir lo que realmente importa, nuestros corazones; en liturgia alabar lo que realmente importa a Dios Uno y Trino en su manifestación encarnada para interceder por nuestros corazones y entregarnos ciegamente a Él; en la comunidad -barrio, villa, población, etc.- ser portadores de la Buena Nueva en nuestra conciencia, nuestra palabra y nuestra obra, imitar y cumplir la misión de Cristo de edificar el Reino aquí y ahora cada día, caminar como Pueblo de Dios a una sociedad donde amarse unos a otros se realidad.
Seamos como Cristo Jesús y amemos de forma más potente y eficaz. Seamos como María que no pide nada, y lo da todo, hasta ver morir al fruto de sus entrañas en la cruz. Seamos como José que no recrimina ni envidia nada, sino que sirve a su esposa y al Salvador. Imitemos al profeta, salvador y rey que descendió de lo eterno y absoluto para hacerse finito y corpóreo, quien sin perder su corona se encarnó entre los más pobres; no tengamos un amor ingenuo: no es suficiente orar o confesarse cuando todo el resto de tus días no compartes tus dones y riquezas; no es suficiente regalar todas tus posesiones si no amas sobre todo a Dios; no es suficiente no cometer adulterio cuando vives del robo con navaja o cuello y corbata a los más inocentes; no es suficiente pedir perdón si no perdonas; no es suficiente la penitencia si realmente no cambias y te entregas al fuego abrasador de la salvación del Espíritu Santo.
Esta navidad recordemos, no olvidemos que ser cristiano no es nada de opio, es real, histórico y eficaz. Realmente vivió y murió haciendo el bien a los pobres y excluidos (Hechos 10:38); realmente se encarnó el Salvador y nos enseñó lo que olvidamos que este impreso por la ley natural en nuestros corazones; realmente está entre nosotros todos los días. ¡Bienaventurados quienes son pobres de espíritu y me vistieron, me dieron de comer y me visitaron cuando estuve preso! (Mateo 25:35-46). Bienaventurado quien realmente ama sobre todo a Cristo y lo imita ciegamente sin esperar absolutamente nada; bienaventurado quien ama como él y es eficaz.
Por qué el nació en la miseria y murió en el terror, porque él nunca nos abandonó ni abandona, porque ilumino las tinieblas y acerco el cielo a los infiernos; parafraseando a Monseñor Oscar Romero: ¡Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios ámense los unos a los otros, sean familia, sean milagro de natividad!
Alonso Ignacio Salinas García
Coordinador Comisión Jurídica Jóvenes Izquierda Cristiana
Integrante Mesa Política Apruebo Chile Digno Verde y Soberano