Diciembre 21, 2024

Salvados en la belleza, ¿pero qué belleza?

 Salvados en la belleza, ¿pero qué belleza?

1.

El filósofo Byung-Chul Han en su obra “La salvación de lo bello” indica que existe una contraposición entre dos formas de entender y vivir la belleza. Esto se une a lo que en otra obra de su autoría, “Ausencia”, Han indica que el Orienta no busca la sustancia, lo inamovible de las cosas. Orienta, a entender de Han, tiene una visión más centrada en la simplicidad, en una cotidiana dispersión. En el momento de visión de la simplicidad hay una ventana abierta a la belleza. Oriente no describe, en cambio Occidente valora mucho más la descripción, la sustancia de las cosas. Esto también puede comprobarse en la literatura poética hebrea de los Salmos. A juicio de H. Gunkel en su obra de estudio sobre los Salmos indica que el poeta hebreo, en pocos versos, marca una amplitud y una profundidad tal para la cual no bastan tantas palabras.

En “Ausencia”, Han indica que la topografía oriental está dominada por el espacio abierto, por lo que está haciéndose, por lo no trazado, por el no-saber, el no-saber que es comienzo de un entendimiento mayor. En el espacio abierto hay, podríamos decir, una experiencia del Misterio. Por su parte, pareciera que en Occidente nos concentramos en explicar – quizás – a como de lugar el Misterio. Ponemos un sinnúmero de conceptos al silencio. ¿Dejamos al silencio ser tal? ¿y a Dios ser Dios? ¿un Misterio totalmente inabarcable? El peligro de colocar tantas categorías a Dios hace que lo terminemos convirtiendo en un objeto de transacción, en un “objeto junto a otros objetos” (Karl Rahner). La misma belleza la hemos transformado en un objeto de transacción económica. Han en “La salvación de lo bello” dice que la belleza, tal y como hoy es entendida, radica solo en lo que productivo, en lo que vende y promociona, en lo que mantiene un estatus tal que es seductor a la economía.

2.

Ante la transacción económica hemos de aprender a recuperar la belleza de lo cordial, del espacio íntimo, de la búsqueda permanente del Misterio escondido en el misterio de toda vida. Una belleza con textura, una belleza que conmueve porque hay un otro y no solo una lógica narcisista de lo económico-acumulación va marcando una forma de ser humano transformado. La experiencia de la belleza y de lo estético es atrevernos a horadar la tierra y encontrar el tesoro escondido. Es la búsqueda permanente. Es como el místico Juan de la Cruz que se sintió conmovido por la belleza del Misterio-Dios que lo trastocó y se lanzó en su búsqueda. En el Cántico Espiritual de Juan de la Cruz leemos:

¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste

habiéndome herido;

salí tras ti clamando, y eras ido.

El Amado (Dios) se identifica con un ciervo huidizo, con una creatura que corre rápidamente y se escabulle de ser capturado. El místico fue herido por el Misterio y busca al que hiere. La belleza del Misterio que se escapa está tejida de historias, de rostros, de alegrías, muertes y de vida. En cambio, la otra lógica de la belleza (la económica) muestra una vida sin muerte, sin dolor, de lo fácil. Es muy similar a esa lógica de pasar inmediatamente a la Resurrección olvidando que antes estuvo la Cruz, el vacío, la muerte.

Por ello, lo auténticamente bello, la belleza salvadora, no se encierra en sí misma. Lo estético, por definición, se abre a lo otro, a lo extraño que causa conmoción. La estética, la belleza, es una manifestación de una comparecencia. Está muy vinculado al estar, al colocarme delante de otro, al “heme aquí” de la Biblia. Al conmovernos, la belleza nos saca del estado egoísta en que nos ha situado la belleza económica, la belleza (o supuesta belleza) de la economía que genera muerte como dice Francisco en Evangelii Gaudium.

3.

Finalmente, la auténtica belleza, la que nos salva, está en la base de la compasión, de lo cordial, de la belleza de lo frágil, de lo no encerrado en palabras frías, de la experiencia del Misterio y de dejar al Misterio ser Misterio. Esa belleza nos salva del ego que busca posicionarse como pequeño dios y como única medida de valor. La verdadera belleza nos hace estar disponibles para el otro. La auténtica belleza denuncia la lógica del capital y nos anima a vivir y construir la lógica y la razón poética.

Juan Pablo Espinosa Arce  –  Teólogo

 

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