La infantería de la Fe católica
(Paul Buchet).-
Hablar de los laicos en la Iglesia y promover su rol preponderante para superar la crisis a la que se enfrenta la Institución eclesial, nos obliga, antes de todo de preguntarnos por la fe de la Iglesia, la fe de la gente como Pueblo de Dios. Es común entre católicos referirse a la fe como a la herencia que nos legaron siglos de cristianismo. Al pedir el bautismo, se pide la fe a la Iglesia, la fe de cuantas generaciones nos vinculan a la fe primordial de los apóstoles. La “Tradición” custodiada por la sucesión apostólica es nuestra confianza “histórica” en Dios.
Lamentablemente hemos sido acostumbrados a entender la fe como la de un compendio de creencias y de ritos que son más del dominio del clero que de la feligresía. Esta fe prácticamente acaparada en la historia por la elite clerical no se podría haber sostenido a través de los siglos sin el asentimiento popular, existe un “sensus fidelium” (una inteligencia de los fieles) como lo reconocen los teólogos.
La institución eclesial ha sido siempre muy cautelosa para reconocer la fe del pueblo de Dios. (cfr. Vaticano II). Muchas veces se manipuló la fe de los cristianos arrinconándola en prácticas que a veces se perdieron en el curso de la historia o en devociones y espiritualidades que convenían al poder de la Institución. Se controló las convicciones de los creyentes infundiendo miedos y culpabilidades con una dirección de consciencia abusiva y se les confinó en un sometimiento al lugar de estimularlos para el amor y la solidaridad. Se condenó fácilmente cualquier sensibilidad que no nació de la inteligencia clerical, por ejemplo: la teología de la Liberación que se apoyó en las vivencias de fe y los anhelos de justicia social de la gente pobre, hubo que esperar medio siglo para que se le reconociera su genialidad.
El clero consideró siempre la feligresía como ignorante, gente que necesitaba enseñarla y disciplinarla. Sin embargo después de siglos de esfuerzos de educación católica, de catecismo, cursos de religión, predicas, encíclicas, publicaciones, universidades, se cuestiona los resultados de tantas inversiones en personas y recursos financieros, la incredulidad ganó al lugar de mermar.
Basta considerar por ejemplo las dificultades de las comunidades cristianas de base que buscaron ayer la Liberación de Cristo para los pobres y marginados y se implicaron en los cambios políticos necesarios, fueron consideradas como algunas originalidades poblacionales o campesinas. Hoy día lo que queda de estas comunidades en margen de lo institucional se enfrenta a un desafío mayor, más cultural que político. La conferencia de los Obispos en Puebla en el año 1979 hizo declaraciones para valorar la fe popular. Pero lamentablemente, más allá de sabias declaraciones, se aprovechó de ella con la multiplicación de las canonizaciones, se promovieron numerosas devociones nuevas a los santos y se levantaron edificaciones de santuarios para mantener una imagen gregaria de la feligresía en las peregrinaciones.
Hubo esfuerzos sinceros para dar a conocer el evangelio pero la “elite católica” despreció cualquier iniciativa que haya podido salir de las bases. Las consecuencias fueron desastrosas para el pueblo de Dios. “A sus frutos los reconocerán”. Los últimos acontecimientos de los abusos clericales denunciaron esos presumidos. Y se espera que los escándalos que surgieron en todo el planeta lleven las autoridades religiosas a retomar sus funciones de servicio en el Pueblo de Dios.
En Mateo 11,25 se lee que Jesús hizo un primer balance de su anuncio del Reino de Dios, sus milagros y sus enseñanzas… y dijo: “Te agradezco Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños”.
Nos corresponde preguntarnos: ¿Quiénes son en realidad esos “pequeños” a los que Jesús se refiere?
En primer lugar, los” pequeños” son los que acogieron ( y acogen hoy día) literalmente el “evangelio”. Jesús es “Buena noticia” para los que descubrieron que por ser pobres, el Reino de Dios es de ellos, son los que lloran porque saben que serán consolados por Dios, los que sufren porque el Reino es su herencia, los que buscan la paz porque son hijos de Dios, los corazones puros porque verán a Dios. Los que ven en Jesús como su Salvador a pesar de cualquier revés de la vida, son los primeros a ser los inteligentes del Reino de Dios. Son los primeros que hay que escuchar porque pueden hablar de Dios en toda Verdad.
Desgraciadamente, hoy día, se multiplican los pobres, los sufridos, las víctimas y los enfermos que no reciben tal buena noticia en su miseria. Al lugar de quienes les revele que Dios los ama preferencialmente, reciben contra-testimonios que los escandalizan. Estos pobres y sufridos nos adelantarán en el Reino de Dios. Nos adelantarán también los que sin (re)conocer a Cristo socorren a estos pobres, enfermos, encarcelados…
Cuando Jesús habla de los “pequeños” que entienden mejor las cosas de Dios Jesús quiere sin duda señalar a sus propios discípulos: unos pescadores, artesanos, cobradores de impuestos, gente de pueblo. San Pablo mismo decía que entre los primeros cristianos de sus comunidades no había entre ellos ni sabios ni entendidos y, eso, porque Dios ha escogido más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios (I Cor 1,27). Los discípulos de Jesús son los pequeños que se comprometen en seguir anunciando el Reino de Dios.
No hay entonces ningún desacierto en pensar que Dios pueda escoger a los cristianos de las bancas de las iglesias para ayudar a superar la crisis institucional de Iglesia católica. Muchos católicos son gente de pueblo, gente sencilla que ni los desaciertos de los mandamases de la Iglesia ni los vicios de algunos clérigos pueden hacerles perder la confianza que tienen en Dios. Muchos son los primeros en lamentar y defender las victimas de esos abusos. Esos cristianos son los que Jesús quiere ver pasar a la delantera para superar la crisis de su Iglesia. Hay gente de fe en las poblaciones, las comunidades, las parroquias, los movimientos… laicos que tienen verdadera confianza en Dios y pueden testimoniar de las cosas del Reino de Dios en nuestro mundo.
Por último esos “pequeños” son laicos. Son los verdaderos entendidos de las cosas de Dios, son los cristianos que viven la vida del mundo porque las cosas de Dios no son cosas “extraterrestres, no son cosas de otro mundo. Son los laicos que viven la sexualidad, el matrimonio, la familia, el ganarse el pan, el trabajo, las relaciones sociales, la solidaridad humana, la política, la ciencia, la cultura… No son los célibes, los “padres” sin hijos, los a-políticos, los que consideran la ciencia y la cultura como adversos. Por un malentendido clasista y dominador, el Cristianismo se ha recluido en una evasión de falsa espiritualidad. La creación sufre dolores de parto porque espera de los hijos de Dios su propia liberación, decía san Pablo (Rom. 8,19)
No va ser fácil volver a movilizar el Pueblo de Dios. No es fácil hacer hablar a quienes quedaron callados tanto tiempo. Pero la fe popular no es una caja de Pandora que se debe temer abrir a lo contrario confiando en el Espíritu de Dios, los laicos se pueden atrever a testimoniar de su fe. Podrá extrañar a algunos una fe de los laicos, esta podrá ser a veces algo enredada pero el dialogo entre cristianos podrá dilucidar los malentendidos y las imprecisiones. Hasta los beatos y los devotos pueden reencontrar el evangelio. Hasta los que erraron el camino pueden volver con mejor entendimiento, los marginados, los decepcionados pueden repatriarse.
Optar así por una movilización del pueblo cristiano tiene sus riesgos, pero no riesgos de herejías o de nuevas inmoralidades, sino riesgos de cambios profundos, de conversión. Cuando Jesús le dijo al maestro de la Ley Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”, le indicó que no se trata solamente de conocer su religión, hay que decidirse para “obrar la Verdad” (Juan 3, 1-23). Y esto es un verdadero nacer de nuevo.
Nosotros los laicos, reunámonos, dialoguemos, reflexionemos y hablemos para una conversión eclesial.
Paul Buchet
Consejo Editorial de Revista “Reflexión y Liberación”