El engaño de los ídolos
En la audiencia general el Papa Francisco pone en guardia sobre las tentaciones del éxito, el poder y el dinero…
«Éxito, poder y dinero»: son estos «los grandes ídolos, las tentaciones de siempre» de las que el Papa puso en guardia en la audiencia general del miércoles 8 de agosto, en el Aula Palo VI. Continuando con las catequesis sobre el Decálogo, el Pontífice profundizó de nuevo en el tema de la idolatría, que se afronta en el primer mandamiento, deteniéndose en particular en el «ídolo por excelencia, el becerro de oro», con su «engaño resplandeciente» del que habla el libro del Éxodo (32, 1-8).
Después de haber contextualizado el episodio bíblico de referencia en el «desierto, donde el pueblo espera a Moisés, que subió a la montaña», el Papa explicó cómo el desierto simboliza «la vida humana, cuya condición es incierta y no tiene garantías inviolables». Y cómo Moisés «permaneció allí durante cuarenta días, la gente se impacientó» porque faltaba «el punto de referencia: el líder, el jefe, la guía tranquilizadora». Por esta razón, la gente, cayendo en una trampa, exigió «un dios visible para poder identificar y guiar» y le pidió a Aarón que hiciera «un dios que camina en nuestro camino», o «un jefe, un líder», ya que «la naturaleza humana, para escapar de la precariedad, busca una religión “hazlo tú mismo”».
De hecho, el Pontífice comentó sobre la actualización de la reflexión: «si Dios no se muestra, nos hacemos un dios a medida». Como el hecho por Aronne, «el becerro de oro», o «el símbolo de todos los deseos que dan la ilusión de libertad y en su lugar esclavizan, porque el ídolo siempre esclaviza. Hay fascinación y tú vas. Ese encanto de la serpiente, que mira al pájaro y el pájaro permanece sin poder moverse y la serpiente lo atrapa», agregó con una imagen efectiva. Pero para Francisco «todo se debe a la incapacidad de confiar en Dios, de poner nuestras certezas en él». Además, «la referencia a Dios nos hace fuertes en la debilidad, en la incertidumbre y también en la inseguridad». Por otro lado, «sin la primacía de Dios, uno cae fácilmente en la idolatría y se contenta con míseras garantías».
De ahí la recomendación de acoger en la vida «al Dios de Jesucristo, que como hombre rico se hizo pobre por nosotros». Sólo de esta manera, aseguró el Papa, «resulta que reconocer la propia debilidad no es» una «desgracia, sino que es la condición para abrirse a aquel que es verdaderamente fuerte». De hecho, concluyó, «fuimos sanados precisamente por la debilidad de un hombre que era Dios, por sus heridas. Y de nuestras debilidades podemos abrirnos a la salvación de Dios».
Editorial de L’Osservatore Romano (8 / 8 / / 2018).
Ciudad del Vaticano