El Papa y los obispos reunidos en Roma
Acabo de leer el documento que el Papa Francisco entregó a los obispos de Chile en los encuentros de esta semana en Roma, y acabo de escuchar la declaración en que los obispos piden perdón por el dolor causado a las víctimas, al Papa, al Pueblo de Dios y al país por sus graves errores y omisiones, y señalan que todos han puesto sus cargos a disposición del Papa para que él decida libremente sobre su continuidad en el servicio pastoral que se les confió.
Hay mucha expectación acerca de las remociones de obispos que el Papa realice en el corto plazo, tanto en relación al obispo Barros (Osorno) y demás obispos del grupo de Karadima, particularmente los obispos Valenzuela (Talca) y Koljatic (Linares) y, eventualmente otros obispos. Pero, como ha dicho el Papa, los problemas que hoy se viven en la comunidad eclesial no se solucionan sólo con la remoción de personas; “esto -y lo digo claramente- hay que hacerlo, pero no es suficiente, hay que ir más allá”, señala el Papa Francisco. Entonces, habrá cambios de personas, pero lo importante es ir más allá.
Por eso, quisiera invitar a los católicos -y a todos los que se interesen- a tomar tiempo y leer el documento que el Papa entregó a los obispos con sus conclusiones y reflexiones acerca de estos dolorosos y vergonzosos sucesos de la Iglesia en Chile, pues es un diagnóstico de la crisis eclesial que busca ir al fondo de las causas y de las posibilidades que la misma crisis ofrece para la vida y misión de la Iglesia.
Así mismo, junto con ser un diagnóstico informado y certero, es una fuerte crítica a la jerarquía de la Iglesia en Chile que no dio el ancho para enfrentar los abusos de conciencia, de poder y sexuales, así como sus estilos verticalistas de conducción, su autodefensa corporativa, y su pérdida de actitud profética. En su texto, el Papa usa expresiones claras y sin ambigüedades, como que la Iglesia perdió su centro en Jesucristo y su Evangelio, quedando ensimismada en su jerarquía y estructuras, y -dice el Papa- “se ensimismó de tal forma que las consecuencias de todo este proceso tuvieron un precio muy elevado: su pecado se volvió el centro de atención”. Señala que faltó coraje y temple para asumir la realidad, y añade que “mesianismos, elitismos y clericalismos son sinónimos de perversión del ser eclesial”.
No conozco otro texto eclesial con cuestionamientos tan contundentes, denunciando a una Iglesia que perdió su centro en el Señor Jesús y en su pueblo, en los pobres y sufrientes, pasando de largo ante los heridos del camino -como en la parábola del buen samaritano- sin verlos, sin atenderlos ni servirlos. La petición de perdón de los obispos es un primer paso valioso, pero que debe ser ampliado en los pasos siguientes de reparación y cambios en la vida eclesial. Por cierto, también es muy necesario que las congregaciones religiosas implicadas en casos de abusos expresen -con dolor y vergüenza- su petición de perdón y realicen los caminos de reparación del daño causado.
Junto con eso -dice el Papa- es importante ir más allá, y en su texto señala varias veces qué significa ir más allá, para no caer en una vivencia eclesial de la autoridad que pretenda suplantar las distintas instancias de comunión y participación, o lo que es peor, suplantando la conciencia de los fieles. Es decir, se requiere un cambio en los modos de relación en la Iglesia, que no infantilice la vivencia de la fe ni anule la vida y misión del pueblo de Dios.
Por eso, señala el Papa Francisco, se trata de generar -con urgencia- dinámicas eclesiales que sean capaces de promover la participación y misión compartida de todos los integrantes de la comunidad eclesial. Es decir, la Iglesia en Chile necesita vivir un proceso sinodal (“sínodo” quiere decir “caminar juntos”), en que el conjunto del pueblo de Dios -obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas, laicos y laicas- pueda discernir en comunión y participación la vida eclesial, los desafíos de la misión y los caminos de renovación de una Iglesia centrada en el Señor Jesús.
Un proceso sinodal de la Iglesia en Chile significa -como lo dijimos en otra columna, hace tres semanas- repensar juntos la Iglesia, reflexionar, orar y discernir su forma de vida, los desafíos de la misión, el modo en que vivimos y transmitimos -o no transmitimos- la novedad del Evangelio, las estructuras y estilos de autoridad, y los modos de participación de todos los cristianos. Una crisis así enfrentada es una oportunidad providencial para la renovación, para algo nuevo y mejor según el Evangelio.
Entonces, por un lado, el Papa Francisco, que inició su ministerio hace cinco años diciendo “¡cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”, va dando a los católicos y a todas las personas de buena voluntad, las pistas necesarias para enfrentar las faltas de coherencia y las crisis que atraviesan la vida de la Iglesia y de diversas instituciones de la sociedad. Por otro lado, los católicos -y ayudados por todos los hombres y mujeres de buena voluntad- tenemos mucho que reflexionar, orar, crecer y trabajar para ser esa Iglesia centrada en el Señor Jesús, una Iglesia pobre y para los pobres.
P. Marcos Buvinic
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación