Diciembre 22, 2024

“La Iglesia del futuro tiene que tener una jerarquía distinta”

 “La Iglesia del futuro tiene que tener una jerarquía distinta”

Pocas instituciones de la influencia universal de la Compañía de Jesús han sido tan admiradas como odiadas en 500 años de Historia. Y tan dadas a la resurrección. Tras su caída en desgracia bajo el pontificado de Juan Pablo II, esta orden religiosa ha visto cómo, en apenas una década, uno de los suyos se sentaba por primera vez en la silla de Pedro.

Un poder político que sirvió de ejército católico frente a la Reforma, defendió a los indios americanos y evangelizó Asia para ser perseguido por reyes que lo vieron como una amenaza. Un poder de conocimiento que cultiva la ciencia, educa a los más humildes, dirige universidades de élite y a la vez se postuló como enemigo de la Ilustración. Una historia de luz y cavernas. Quien hoy lidera a los discípulos de Ignacio de Loyola es, desde el pasado mes de octubre, el primer Superior General nacido fuera de Europa y la única persona que -de forma figurada- podría decirse que es jefe del Papa por el pasado jesuita de Jorge Bergoglio.

Arturo Sosa (Caracas, 1948) es alguien que parece un reflejo en el espejo del Pontífice. Uno es el Papa negro (Sosa) y el otro el Papa blanco (Francisco), las dos figuras más poderosas del catolicismo. El apelativo de papa negro nació por la influencia atribuida a los generales jesuitas en el gobierno de la Iglesia y por el color de sus sotanas. Sosa es latinoamericano como Bergoglio, progresista como Bergoglio y vitalicio en el cargo (salvo renuncia aceptada) como Bergoglio. Dirige una multinacional que opera en 127 países con 18.000 miembros que han sido descritos por el escritor (y jesuita) Pedro Miguel Lamet como «los GEO de la Iglesia».

En la Curia General de Roma, a cien metros de la Plaza de San Pedro, es donde vive Arturo Sosa con 56 hermanos. Un cartel en la puerta anuncia que el edificio forma parte de la jurisdicción diplomática de la Santa Sede. A la hora señalada aparece el padre Patrick Mulemi, jesuita de Zambia y responsable de Comunicación de la orden, para acompañarme a la planta superior.

El Papa Francisco es visto con simpatía por la izquierda en España e, incluso por los ateos, ¿es el Papa una persona de izquierdas?
Eso es una categoría difícil de manejar. El Papa ha vivido momentos políticos difíciles en un continente que tenía guerrillas y dictaduras militares. Para mí Bergoglio es un hombre del Concilio Vaticano II. Este acontecimiento fue muy importante para la Iglesia de Latinoamérica, una ocasión ideal para dar la vuelta a muchas cosas. Esta revolución interna él la vivió en su país. Hablamos de un período en el que la Compañía elige al padre Arrupe como general de los jesuitas, una persona que alentó esa transformación y que le nombra provincial en una época muy tensa… Los de izquierdas han dicho que Bergoglio es de derechas y los de derechas, que es de izquierdas. Lo que pasa es que él no se deja llevar por un viento o por otro. Tiene su propio pensamiento. Luego cuando es nombrado obispo de Buenos Aires conoció muy bien la periferia de su diócesis. Esa experiencia como pastor en un lugar complejo es la que ofrece como Papa.
Su elección y la de Francisco parece que ha terminado con el eurocentrismo del gobierno de la Iglesia.
No estoy de acuerdo con lo de eurocentrismo si atendemos a una definición como enfermedad de. La Iglesia se expandió en sus primeros momentos gracias a la generosidad y a la audacia de Europa. Es cierto que en este continente hay un proceso de secularización, pero tampoco hay que olvidar que desde muy pronto la Iglesia se considera católica, que significa universal, y eso nos ha permitido gozar de una gran diversidad. Ésa fue una de las primeras tensiones que vivió la Iglesia primitiva: decidir si debía ser judía o católica.
¿Qué sintió cuando vio al cardenal Bergoglio saludar a la multitud muy cerca de aquí convertido en el primer Papa jesuita de la historia?
Reconozco que fue una gran sorpresa.

El Padre Sosa lleva alzacuellos y viste jersey de lana y pantalones grises. La sala, al igual que pasillos y ascensores, es funcional, lejos de la espectacularidad del Gesú, sede en los primeros siglos del Superior General (y el Santiago Bernabéu de la devoción jesuítica). El Gesú quizá no es la es la más hermosa de las 900 iglesias que hay en Roma, pero sí la más espléndida, de un barroco anfetamínico -como debe ser todo barroco- que refleja el poderío de la Compañía en sus primeros años y cuyo diseño ha marcado la arquitectura jesuita en todo el mundo.

A priori este nieto de cántabro no era el favorito en las quinielas para convertirse en el nuevo papa negro. Los jesuitas consultados para hacer este reportaje creen que ha sido una elección acertada porque el nuevo Superior General combina una «importante formación intelectual» -es doctor en Políticas y licenciado en Filosofía- con el compromiso social. Ha sido definido como alguien que «sabe leer el mundo», sin embargo en poco tiempo su lectura ya ha encontrado detractores en el seno de la Iglesia. Hablamos de alguien que ha cuestionado el rigor de los Evangelios y ha definido la teología de la liberación, anatema hasta hace poco en la curia vaticana, como una «bocanada de aire fresco».

CAMBIOS EN LA IGLESIA

El padre Sosa fue elegido jefe de los jesuitas según los criterios centenarios de la orden. Durante cuatro días, los congregados con derecho al voto participaron en un proceso conocido como las murmuraciones, una serie de entrevistas en las que los participantes del cónclave jesuita se formulan preguntas que van desde la idoneidad de un hermano para ocupar el cargo, su estado de salud o su capacidad de liderazgo. Se trata de un sistema donde impera la sobriedad, alejado de la pompa que envuelve una elección papal. Sus normas prohíben hacer campaña por nadie y formular juicios de valor. Una vez elegido el nuevo líder, éste va a la capilla, jura su cargo de general y acude a la habitación que San Ignacio ocupaba en El Gesú.

La Iglesia lleva miles de años funcionando y cambiando las cosas. No hay que simplificar su historia. La ley es un instrumento y siempre ha vivido del debate. Se han tardado siglos en aceptar determinadas doctrinas, desde los Evangelios hasta el credo. La Iglesia nunca ha sido una piedra, aunque a veces sea vista así. Cuando terminó el Concilio Vaticano II, yo tenía 18 años y unas ganas enormes de ver todos los cambios en 10 años. Ya han pasado 50 y aún quedan muchas cosas por hacer. El debate ni ha parado ni parará.
Hablo de asuntos concretos como un mayor protagonismo de la mujer en la institución, el reconocimiento de los derechos de los homosexuales o el uso de anticonceptivos.
El papel de la mujer en la sociedad no ha sido fácil, las sociedades aún son muy machistas. En el Evangelio la presencia de la mujer es muy clara…
Me refería a su acceso al sacerdocio.
Jesús no atendió a las normas comunes de la mujer de su época. Lo acompañaron siempre mujeres. La Iglesia no ha existido sin ellas nunca. Para mí son las grandes transmisoras de la fe. Llegará un momento en que su papel se reconocerá más. La Iglesia del futuro tiene que tener una jerarquía distinta, con unos ministerios distintos. Yo apelo a la creatividad femenina para que dentro de 30 años tengamos comunidades cristianas con otra estructura. El Papa ya ha abierto la puerta del diaconado [cargo clerical que no puede presidir la Eucaristía] creando una comisión. Después podrían abrirse más puertas. El problema es si la Iglesia cambia y refleja una relación distinta entre hombre y mujer.
¿Y en relación al matrimonio gay?
Una cosa es el pensamiento público y oficial y otro lo que sucede en las comunidades. Una cosa es la homosexualidad y otra es mi compañero homosexual, aquel que forma parte de mi familia, de mi entorno. En la vida religiosa hay homosexuales y no son perseguidos, forman parte de la comunidad. El sacramento [del matrimonio] es otro tema, una cosa es reconocer el estatuto civil para que no haya discriminación y otra el aspecto teológico. Los sacramentos no nacen así (chasquea los dedos).
La Compañía de Jesús se ha visto salpicada por los casos de abusos sexuales que han afectado al clero. Ha tenido un comportamiento ejemplar en muchas diócesis, denunciando y apoyando a las víctimas, pero en otros casos participó de un silencio vergonzoso.
Debo decir que esto ha sido muy doloroso. Estas cosas se han mantenido muy ocultas y descubrirlas ha sido, repito, muy doloroso, con implicaciones de personas muy reconocidas. Si es así hay que reconocerlo y aprender a ser transparentes. Esto no es solamente un problema con el jesuita que está implicado, sino que hay una persona que es víctima, en la mayor parte de los casos son víctimas los dos, porque uno puede haber sufrido abusos antes o si eres acusado…
Pero un niño es mucho más vulnerable…
Sí, cuando es un niño y cuando no son niños. Pero a veces se han dado acusaciones que han sido mentiras demostradas, conozco varias, impulsadas por venganzas o motivos económicos, gente acusada y condenada a priori. En la última congregación general de la Compañía dejamos claro que la salvaguarda de los menores es prioritaria. Más de la mitad de los jesuitas trabaja con niños o con adultos vulnerables. Hemos creado protocolos de comportamiento, de vigilancia, formas de actuar cuando hay una denuncia con la directriz de investigar siempre. El Papa ya lo dijo: «Tolerancia cero». Cuando hay casos que se demuestran deben tomarse las medidas eclesiales y civiles correspondientes.
Respecto a eso quería preguntarle sobre las indemnizaciones a las víctimas y las sanciones que imponen a los culpables de abusos dentro de la orden. Muchos de los casos salidos a la luz han prescrito en el marco de la justicia ordinaria de muchos países.
Hemos pagado muchísimas indemnizaciones, en su mayoría en Estados Unidos y Europa. Se cumplen tanto las sentencias civiles como las canónicas. El riesgo de este problema siempre existe, pero no por eso vamos a dejar de educar. Hoy somos mucho más conscientes como humanidad de la necesidad de proteger más a los niños. También es verdad que estadísticamente hay grupos sociales más abusadores, aunque eso no nos excusa. Nada es justificable, ni siquiera por la historia personal del abusador. Hay que saber cómo actuar.

EL CHAVISMO

Sosa nunca ha regateado la discusión políticosocial venezolana. Aunque discreto, no olvida su formación de politólogo, además conoce muy bien la historia del país: su padre ocupo cargos importantes en el gobierno. En muchas ocasiones se ha mostrado muy crítico con el chavismo.

En 1992 fue mediador en la resaca del fallido golpe militar que tuvo en un joven Hugo Chávez a uno de sus cabecillas. Aquellos días los golpistas exigieron protección cuando iban a ser trasladados a prisión porque temían ser víctimas de un atentado. Y él fue uno de los garantes de su seguridad. Nadie vislumbraba que sacerdote y comandante iban a convertirse en las dos personalidades más importantes de la historia reciente de Venezuela. Cuando se realiza esta entrevista, el presidente Maduro acaba de anular la orden por la que inhabilitaba al parlamento. Las protestas en la calle y la presión internacional han hecho recular al régimen en las últimas horas.

Es una democracia tan frágil que se rompió. Si medimos los parámetros que miden una dictadura o una democracia con la Constitución aprobada en 1999 estamos cada vez más lejos. En ella el chavismo se congratuló del reconocimiento radical que se daban a los derechos humanos. Pero estamos muy lejos de su cumplimiento. Se sufre uno de los índices de muertes violentas más altos del mundo, hay desnutrición, falta de medicinas, no hay una educación de calidad, ni infraestructuras… Una democracia en la que las elecciones no se celebran en los tiempos señalados y en la que no se respetan mutuamente los poderes públicos no es seria.

El Padre Sosa hace un breve análisis sobre la situación social venezolana. Explica los problemas del país derivados de la falta de siembra del petróleo, lo que, a su juicio, impide desde hace décadas el desarrollo de una sociedad más justa. Mientras habla veo el minutaje de la grabadora y la cara del padre Mulemi. Se está terminando el tiempo. Dos días antes recibí un email suyo en el que advertía que la duración de la entrevista sería de 30 minutos -el acuerdo inicial estipulaba una hora- debido a la apretada agenda del padre Sosa. «Última pregunta, por favor», dice en inglés. Tengo muchas más. «Es su trabajo», me dice Sosa riendo, también en inglés.

Le pido al Superior General que sean dos. Acepta.

Cada día la ciencia nos dice que muchas de las cosas que hacemos, de las enfermedades que sufrimos, se deben a la herencia genética, ¿está el libre albedrío en peligro?
Creo que la ciencia nos ayuda y permite crear mejores condiciones para que el ser humano pueda desarrollar su libertad. Nadie discute la condición del hombre como alguien que puede escoger y también comprender sus limitaciones. Hay condicionantes sociales que permiten comprender cosas y tenemos que corregir la desigualdad para ayudar a decidir libremente.
Para terminar quería preguntarle si cree que el mal es un proceso de la psicología humana o proviene de una entidad superior.
Desde mi punto de vista, el mal forma parte del misterio de la libertad. Si el ser humano es libre, puede elegir entre el bien y el mal. Los cristianos creemos que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, por lo tanto Dios es libre, pero Dios siempre elige hacer el bien porque es todo bondad. Hemos hecho figuras simbólicas, como el diablo, para expresar el mal. Los condicionamientos sociales también representan esa figura, ya que hay gente que actúa así porque está en un entorno donde es muy difícil hacer lo contrario.
                                                                                                                Jorge Benítez  –  Roma
                                                                                                                            El Mundo

Editor