La teología “en veremos”
La teología tiene una tarea pendiente. Una tarea, por cierto, enorme. Talvez desde los inicios del cristianismo la Iglesia no experimentaba una necesidad tan grande de pensarse teológicamente en su mundo respectivo.
¿Le está ayudando la teología a la Iglesia en esta nueva época? Independientemente de los sectores eclesiásticos que ven en cualquier intento por “dar razón” del cristianismo una amenaza casi personal, creo que la teología mejor es muchas veces la peor. Me explico: mucha teología solo incrementa los anaqueles de las bibliotecas. Es teología de teología, es teología sobre la teología que un tal hizo sobre otro que alguna vez dijo esto o aquello; pero, de tanto irse por el “lomo del queso”, nunca es teología de la realidad. Y es esta, estoy convencido, la teología que la Iglesia necesita antes que de la otra (que también necesita, por cierto).
El caso es que la distancia de la Iglesia con la cultura –la cultura predominante y las diversas culturas-, es creciente. La actual configuración histórica y cultural de la Iglesia no soporta tantos y tan acelerados cambios. Este fue ya el diagnóstico del Vaticano II hace 50 años. Hoy la tensión es mucho mayor. La Iglesia cruje, la relación entre la institución eclesiástica y el Pueblo de Dios en general chirría. El foso entre “lo oficial” y el común de los bautizados (incluidos sacerdotes y obispos) es tan grande que no se sabe exactamente quién tiene real autoridad para orientar a los demás. La investidura, es clara quien la tiene. La autoridad, para nada.
Una cosa sabemos: mientras la caridad sea lo primero, siempre navegaremos en la dirección correcta. El Papa Francisco ha enderezado el timón y la nave recupera el rumbo. Pero la caridad cristiana acierta verdaderamente cuando exige y depende de una articulación de la fe y la razón. Una caridad pueril y piadosa nunca debe ser despreciada, pero tampoco mistificada. La caridad que hoy necesitamos requiere ser excogitada en todos los planos de la vida humana, y a nivel político y planetario, para lo cual se necesita una teología que salga del despacho universitario, que se libere de los estándares de rendimientos científicos, una que tenga el coraje que tiene el mismo Papa para ensayar y equivocarse. Porque esta teología, la que está pendiente, tiene que ser teología que se confronte con hipótesis e interpretaciones de una realidad cada vez más difícil de comprender; que se sitúe históricamente y piense su quehacer en una cultura en transformación variopinta, disparatada muchas veces, e incesante. Lo que se requiere es una conversión teológica en 180 grados. La teología se ha ocupado de la revelación de Dios en el pasado; la que se necesita ahora debiera concentrarse en el habla de Cristo en el presente. Sin una teología de este tipo, la propuesta evangelizadora está naufragando.
Tomemos dos ejemplos actuales y felices. En estos casos ha habido un trabajo teológico serio por hacerse cargo de los desafíos culturales actuales. He aquí un Papa que, gracias a una teología que ha procurado responder a la época, escruta los acontecimientos y descubre en ellos algo que no está en las Escrituras aunque sin estas no tendría como descubrir. Francisco Papa ha querido hacerse cargo de la posibilidad de que Dios enseñe algo nuevo en las transformaciones culturales de la sexualidad y en la reacción mundial ante la crisis socio-ambiental que tiene a la Tierra al borde del abismo. Con Laudato si’ la Iglesia responde con el Evangelio al desafío número uno del género humano: una humanidad liberada de su pertenencia al cosmos, no haya su razón trascendente de ser y acabará ella, y el resto de los vivientes, en el mejor de los casos, en un gran basurero. Con Amoris laetitia, en cambio, tenemos la respuesta que la Iglesia da a su propio fracaso en la evangelización de la sexualidad, del matrimonio y de la familia. Debe celebrarse el paso adelante, aunque sea insuficiente. La pluralidad cultural a la cual la Iglesia quiere responder con el Evangelio es tan grande, que la enseñanza que puede ayudar en un lugar, puede hacer ruido en otro. Esto, sin considerar la resistencia de algunos pastores desalmados que siempre procuran hacer valer la doctrina a rompe y rasga.
La Iglesia no tiene solución para cada problema humano que se plantee. Las Escrituras y la tradición no pueden seguir siendo interpretadas de un modo fundamentalista. La autoridad teológica reside en esta fuentes, pero, ¿no es necesario reconocer en los acontecimientos históricos un habla de Dios actual que ha de ser oído y obedecido? ¿No tendríamos, por ejemplo, que actualizar los textos litúrgicos con un lenguaje de género que por fin reconozca la dignidad teológica de la mujer? Si la teología hoy no ayuda a la jerarquía eclesiástica a ubicar a la mujer en el lugar evangélico que merece, si no se hace cargo del más importante signo de los tiempos del siglo XX, no es teología. Otra cosa será. Pero no algo inofensivo.
Esta es, en suma, la apuesta de la teología latinoamericana de la liberación, aunque no siempre lo haya expresado con claridad. Lo ha hecho a borbotones y a pesar de varias zancadillas. Estas, sin embargo, indican que su apuesta es la correcta.
¿Qué ocurriría si todos los tratados y manuales de enseñanza de la teología fueran hechos pasar por la criba de la experiencia espiritual de los cristianos y el discernimiento de los signos de los tiempos? ¿Y si también la pasión y la lucha de los pobres fuera considerada…? No me consta que se haya intentado tanto, pero no debiera ser otro el gran programa teológico del futuro. Mientras los agentes pastorales y las autoridades eclesiásticas en particular, continúen siendo formados con una “teología de teología”, es decir, con una que ni siquiera mediatamente se confronta con el hombre y mujer reales, el divorcio de la Iglesia con su época, que se replica dramáticamente dentro de ella misma -entre los clérigos y los laicos, y adentro de cada bautizado-, se acrecentará en vez de estrecharse.
La teología está “en veremos”. La Iglesia también.
Jorge Costadoat, SJ