Diciembre 22, 2024

Educación, matrimonio y sexualidad

 Educación, matrimonio y sexualidad

(P. Faustino Vilabrille).                                                

 Comentario Evangelio 18 de diciembre 2016.

Mateo 1,18-24:

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: la madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo, José, su esposo, que era bueno y no quería denunciaría, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo; “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Todo esto suce­dió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: “Mirad, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa “Dios-con-nosotros”)”. Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer”.

José era un hombre bueno: se encuentra con que la que va a ser su mujer, sin convivir, está embarazada. No la denuncia. Decide repudiarla en secreto. Si algo hay doloroso y repudiable en el matrimonio es el engaño y la mentira que encubren la infidelidad. El engaño y la mentira son lo peor, lo que más daño causa a la otra parte. Como a todos los árboles que dan los mejores y más delicados frutos, al matrimonio le pasa que hay días de sol radiante, otros de viento, otros de lluvia, otros de frío, otros de nieve, otros de helada. El árbol tiene que ser capaz de enfrentarse a todo esto, y lo mismo el matrimonio.

El amor es la base y el fundamente del matrimonio. Es un árbol importantísimo, capaz de dar los mejores frutos de este mundo, pero delicado. Necesita buena tierra, y además cuidarlo constantemente y con esmero. Como todo árbol tiene que crecer cada día. Si no crece por algo es, y al final se queda mustio o se seca. El matrimonio fracasa.

El engaño puede ser especialmente grave y hasta dramático, cuando el o la que se va a casar tiene relaciones en secreto con otra u otro, y al poco de celebrar el matrimonio el infiel se va, y tal vez incluso ella queda embarazada.

En España tenemos uno de los porcentajes más altos de fracasos matrimoniales: en el año 2015 (Información del INE) se celebraron 166.248 matrimonios. Sumando Nulidades, Separaciones y Divorcios, la cifra de disoluciones sube a 101.357 matrimonios truncados, lo cual nos da un porcentaje de fracaso casi del 61 %. Este hecho nos dice que algo muy importante está fallando, y que detrás hay mucho sufrimiento, mucha decepción, y posiblemente un futuro muy incierto, para los ex esposos y para los hijos que se quedan en situación de vulnerabilidad. Todo esto también repercute negativamente para el resto de las respectivas familias y para la sociedad.

¿Qué es lo que está fallando?

Sin duda lo primero que falla es la calidad de la tierra donde lo plantamos. Falla la educación integral de la persona.

Sin una mínima educación integral de la persona no puede haber madurez suficiente para afrontar el Matrimonio:

-La persona que no sabe convivir, respetar, colaborar, reflexionar, complacer a los demás, respetarlos como persona, no está educada. No está preparada para ser buena pareja.

-La persona que no trabaja, que es egoísta, individualista, tacaña, mezquina, mal pensada, desconfiada, machista, no está bien educada. No está preparada para ser buena pareja.

-Tampoco es lo mismo tener conocimientos que ser noble, honrado, sincero, leal, generoso, sensible, complaciente, amable, atento, respetuoso, delicado, cortés, discreto, justo, comprensivo. Sin estos valores no hay verdadera educación de la persona, y por tanto no se puede ser buena pareja, aunque se sea un buen profesional en el ámbito del trabajo, de la enseñanza, etc.

Con frecuencia se asocia cultura a conocimientos. La cultura no es solo cuestión de tener conocimientos, sino de saber ser. José tenía poco conocimientos, pero supo saber ser en cada momento de su vida, y en este caso de hoy lo demostró sobremanera.

Educarnos para tener esta calidad de persona es lo más importante que podemos hacer, y lo mejor que podemos ofrecer a nuestra pareja, a nuestros hijos, a la sociedad.

A veces se dice que falta también educación sexual, pero es frecuente confundir educación sexual con educación fisiológica. Si bien esta es necesaria, la educación sexual va mucho más allá de ella. La educación sexual abarca a toda la persona.

Todo nuestro ser es un ser sexuado. La sexualidad la llevamos en todo el cuerpo y en toda nuestra persona: en el cerebro, en la mente, en los ojos, en el oído, en la boca, en el corazón, en las manos, en los sentimientos, en los afectos, en el tono de voz, etc..

Sin madurez afectiva, que supone empatía con las personas, los animales y todas las cosas, tampoco pude haber una sexualidad madura. Hoy nos encontramos con bastantes personas adultas físicamente, pero inmaduras como personas, por lo que difícilmente asumen las dificultades, las contrariedades, la lucha por la vida, la resistencia ante las adversidades, el compromiso con la sociedad, la entrega a los demás sin esperar nada a cambio. Son egocéntricas. Si les sucede esto no son personas suficientemente maduras para afrontar el matrimonio. Tienen poca o casi nula capacidad de aguante, ni la generosidad suficiente para verse a si mismos como un don para los demás. Por eso rompen con gran facilidad las relaciones de pareja. De ahí que haya tantas separaciones y divorcios.

La forma más profunda y radical de encuentro interpersonal a nivel humano es la sexualidad humana, porque abarca a toda la persona, supone un proyecto común de vida, convierte a cada miembro de la pareja en un don para el otro y en camino mutuo para avanzar hacia la plenitud de la madurez personal como personas, y en el caso de creyentes también a la maduración en la fe y a la santidad.

La maduración como personas pasa por tres etapas principales:

1ª Etapa: La infancia o dependencia: cuando nacemos dependemos totalmente de los demás para alimentarnos, vestirnos, curarnos, educarnos, limpiarnos, etc. Es la etapa del RECIBIR:

Dos son las cosas más importantes que necesitamos recibir: la COMIDA y el AFECTO.

La falta de comida mata la vida. La falta de afecto mata la persona.

El niño/a siente necesidad total de las dos cosas: levanta las manos hacia arriba para que le acojan, le protejan, le abracen. Necesita vitalmente recibir cariño y afecto como palpación concreta del amor. Tal es así que si no recibe afecto, ternura, cariño, crece físicamente menos. El niño necesita que lo toquemos, lo acariciemos, lo besemos. Necesita sentirnos físicamente, palpablemente. El niño capta lo que hay dentro de nosotros hacia él. En consecuencia, si no recibe suficiente amor en la infancia, no lo compartirá bien en la adolescencia, ni lo entregará con generosidad de adulto, sencillamente porque carece de él.

2ª Etapa: El amor que hemos recibido en la infancia es el que compartimos en la adolescencia y juventud. Es la etapa del COMPARTIR. Es el desarrollo progresivo de la amistad. Es dar y recibir al mismo tiempo. Es extender las manos horizontalmente para ir unos hacia otros. Es el cultivo del compañerismo, la amistad, la convivencia, la valoración mutua, la generosidad compartida, la valoración del otro como persona, el compromiso solidario con los amigos y la sociedad, el aportar algo a los demás sin esperar nada a cambio en actividades sociales, culturales, festivas, religiosas, deportivas, ONGs, etc. Es el hacer planes y proyectos en común con los demás y hacia los demás.

Sin el cultivo y desarrollo de una amistad verdadera hacia los demás y hacia la sociedad es muy difícil llegar a una madurez adulta y a un amor verdadero.

3ª Etapa: Si las dos etapas anteriores se han desarrollado bien, la tercera viene por si sola. Es la etapa de DAR todo lo que hemos recibido en la infancia y compartido en la adolescencia y juventud. Es la etapa de dar: dar amor a la esposa, al esposo, a los hijos, a los familiares, a los amigos, a los vecinos, a la sociedad. Es el don de si mismo, es el don de la generosidad, el don de la entrega personal, es el don de hacer felices a los demás, es el don de la entrega total al otro para hacerlo feliz. Es el don del amor común de extender las manos hacia abajo para acoger la vida que llega: para su nacimiento, para su desarrollo y para su madurez. Es el don de la identificación con la pareja en la experiencia vital de que hemos nacido uno para el otro, y así el estar juntos supone la mayor felicidad. Es el don de la entrega al bien de la sociedad mediante la profesión, y también la participación comunitaria y ciudadana en actividades sociales altruistas sin esperar nada a cambio más que la satisfacción de colaborar al bien común.

A este nivel de madurez, quedan infinitamente lejos la infidelidad, la prostitución, el engaño, el chantaje, la apariencia, la falsedad, la mentira…

“Soy tanto más feliz cuanto más consigo que el otro lo sea. A este nivel, en mi mente, en mis deseos, en mis afectos, predomina todo aquello que sé que va a hacer feliz al otro. Soy feliz complaciéndolo a él o a ella antes que a mi mismo. Es una relación de comunión, de plena interpersonalidad. Soy tanto más feliz cuanto más siento que feliz es él o ella. Es una relación de gratificación mutua, sexualmente complementaria en todas las dimensiones de la persona, es la verdadera fidelidad mutua, que abarca a toda la persona en todo momento y por tanto compromete el pensamiento, la voluntad, los sentimientos, los afectos, los deseos, la complacencia, la ternura, la generosidad, la gratitud y la gratuidad, la empatía de toda la persona con toda la persona., y que muchas veces se despliega en la relación genital como un momento de plena fusión interpersonal”.

A este nivel el desencuentro resulta insoportable porque es como una infección masiva e invasiva de toda la persona, que produce gran sufrimiento. Aquí es donde caben aquellas preciosas palabras de San Pablo: “No dejéis que se ponga el sol sobre vuestra ira. No salga de vuestra boca palabra áspera, sino palabras buenas y oportunas. No pongáis triste al Espíritu santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la plenitud final. Alejad de vosotros toda amargura, arrebato, cólera, indignación y palabra ofensiva. Sed más bien uno para el otro bondadosos, compasivos, y perdonaos uno al otro como Dios os ha perdonado en Cristo”; (Efe.4,25ss.)

Algunas conclusiones:

1ª.-Hay que apostar por una sexualidad liberadora, que contribuya a la felicidad de las personas, superando por un lado rigorismos trasnochados de pecado, represión y vergüenza en lo referente a la sexualidad, y por otro aceptando la sexualidad no solo como función reproductiva sino también como placentera, gratificadora, comunicativa e integradora. La sexualidad, pues, no es solo para reproducirse, sino también para plenificarse, enriquecerse y sentirse felices interpesonalmente.

La relación sexual no tiene como finalidad única ni primaria la reproducción, sino la mutua complementariedad personal, como se deduce del Génesis: “no es bueno que el hombre esté solo, voy a darle una ayuda semejante a él”. En las dos versiones que nos da el Génesis (Eloísta y Yahvista) de la creación del hombre y de la mujer aparece siempre esta relación y ayuda interpersonal como la primera finalidad. La procreación viene en un segundo plano. En el Evangelio, Jesús remite al proyecto original de Dios: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. Por tanto, lo primero es complementarse uno al otro: esta es la primera finalidad del matrimonio.

2ª.-La sexualidad es algo muy personal y relacional, y como personas adultas y maduras debemos tomar nuestras propias decisiones bajo la última responsabilidad de nuestra propia conciencia, y más en una esfera tan íntima de la vida como es la sexualidad.

3ª.-La sexualidad es algo muy importante, muy superior en dignidad y valor a lo que nos difunden muchos mensajes publicitarios, donde las relaciones sexuales se convierten en mero objeto de consumo y de negocio, reduciéndola a simple genitalidad, convirtiendo la dignidad del hombre y más aun la de la mujer, que tiene que venderse para vivir, a pura y simple basura. El neoliberalismo capitalista es lo más sucio, inmoral, indigno e indecente que hay en este mundo.

4ª.-La sexualidad es para los creyentes un don de Dios. Por tanto es buena, noble, limpia, apetecible, gratificante, equilibradora, fuente de paz, que anima a vivir, a tener ilusión, a darse generosamente a los demás, a colaborar, a buscar el bien, a desear que todo el mundo sea feliz, a querer un mundo mejor y más bueno con todos y para todo. Nos lo dice el Vaticano II con estas palabras: “Los actos con los que los esposos se unen entre sí son honestos y dignos, y realizados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco con el que se enriquecen mutuamente los esposos, en un clima de gozosa gratitud interpersonal”.

5ª.-La sexualidad tiene que estar en armonía con los sentimientos, la plena confianza interpersonal, los afectos, la ternura, la comunicación, el gozo en común y la reproducción cuando se quiera también conseguir esta.

Como complemento a todo esto fijémonos un poco en Jesús de Nazaret:

Jesús asume en todo la condición humana menos en ser pecador. Quiso nacer de una mujer como nacemos todas las personas, pero mediante la presencia especial en su vida del Espíritu Santo de Dios.

En El, en sus hechos y en sus palabras, como hombre, encontramos la madurez más alta que el hombre puede alcanzar, porque la madurez más plena es la que es más capaz de dar y de darse a los demás sin esperar nada a cambio:

Jesús quiere a los pobres y por eso les anuncia la salvación.

Jesús quiere a los oprimidos y por eso les dice que llega su liberación.

Jesús quiere a los afligidos y por eso les da consuelo.

Jesús quiere la salud, y por eso cura a todos cuantos enfermos encuentra o llegan a él.

Jesús quiere la alimentación, y por eso da de comer a todos cuantos encuentra hambrientos.

Jesús quiere a los marginados y marginadas, y por eso los rehabilita ante los demás, les devuelve autoestima y dignidad.

Jesús quiere un mundo justo y por eso son dichosos los que tienen hambre y sed de justicia.

Jesús quiere paz y no guerra y por eso son felices los que trabajan por la paz.

Jesús quiere amor y no odio y por eso su mandamiento es que nos amemos unos a otros.

Jesús quiere compromiso y por eso El se compromete hasta la muerte y dice dichosos los perseguidos por causa de la justicia. El final de su vida, comprometida la vez con Dios y con el hombre como inseparables, fue el supremo testimonio de su fidelidad a Dios y al hombre.

Los padres que se ayudan a si mismos, a sus hijos y a los demás, a llegar a ser personas adultas y maduras como seres humanos y como creyentes, realizan la tarea más importante de su vida para este mundo y para la plenitud definitiva.

P. Faustino Vilabrille Linares

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