Promover el Laicado en la Iglesia / José María Alvarez
Después de ser nombrado el obispo de Dallas, Kevin Farrell, Prefecto del nuevo Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, la agencia de información católica Zenit le ha hecho una entrevista en la que se le hace la siguiente pregunta: ¿Cree que con la creación de este dicasterio quien desea una mayor presencia de los laicos estará satisfecho? Y esta ha sido su repuesta: “Sobre todo creo sea este el tiempo de los laicos. El Papa Francisco quiere promover a los laicos en todos los niveles de la administración de la Iglesia. Todos los órganos consultivos, en el interior de la Iglesia o de la Curia, necesitan tener a laicos en roles especializados. Si se leen los estatutos del nuevo dicasterio, por primera vez se ve que los subsecretarios de cada departamento deberán ser laicos; y los laicos tienen que estar presentes incluso en los órganos consultivos o en los que se ocupan de promover organizaciones internacionales, movimientos, estudios…”
Subrayamos: Dónde quiere el nuevo prefecto centrar la novedad de la promoción del laicado que el Papa Francisco quiere hacer: que esté presente “en todos los niveles de la administración de la Iglesia”, “incluso en los órganos consultivos, en el interior de la Iglesia o de la Curia”.
¿Cómo están hoy las cosas?
En el caso de la organización parroquial no suele caber otra posibilidad que esté sostenida por seglares, hombres y mujeres. El principal problema será la falta de interés por parte del clero en crear instituciones participativas que tengan operatividad, al igual que la falta de interés de los seglares en participar.
Si nos fijamos en la curia administrativa diocesana ya cambia la situación. No importa que sea una u otra, en concreto nos encontramos con los siguientes datos: podemos observar que entre los trece cargos dependientes del Canciller-Secretario General hay dos seglares (hombres): el Director de Estadística y Sociología Religiosa y el Técnico Asesor del Secretariado de Obras Diocesanas. En la Administración Diocesana destaca la presencia de laicos en el Consejo Diocesano de Asuntos Económicos, donde entre los once miembros seis son seglares (todos hombres). En la Vicaría Judicial entre los nueve cargos hay uno desempeñado por una mujer que es Notaria y Actuaria. En la Curia Pastoral de las veinte Delegaciones hay cuatro mujeres que desempeñan el cargo de Delegadas: Catequesis y Enseñanza, Apostolado Seglar, Manos Unidas y Medios de Comunicación Social. La conclusión puede sacarla cada uno.
En la Curia romana, apenas el 15% de los cargos son ocupados por mujeres y la mayoría, en trabajos auxiliares. Los puestos de mayor relevancia dirigidas por mujeres son dos subsecretarias. Es de esperar que el interés del Papa en la promoción de los laicos haga posible que veamos pronto cardenales laicos -hombres y mujeres- , quizás nuncios, que son cargos principalmente políticos, al menos vistos desde la perspectiva de los países donde están, y así sucesivamente en otros sectores de la Iglesia, cuyas funciones no tienen por qué estar en manos del clero.
¿Cuál es el quid de la cuestión?
Como se le preguntaba al nuevo Prefecto si los laicos estarían satisfechos con la creación de tal dicasterio para promocionar su presencia, yo en este momento, como laico que soy ahora, me sentí implicado y diré que ni mucho menos ello es suficiente para satisfacer todas las expectativas que los laicos de hoy tienen de participación al interior de la Iglesia. Conseguir que haya laicos presentes en todos los niveles organizativos eclesiásticos es una buena meta que hay que conseguir, haciendo hincapié sobre todo en el laicado femenino, pero, con todo, creo que ello no es lo más importante. El quid de la cuestión no es sólo estar, sino cómo llegar a estar y para qué.
Todos conocemos bien cómo orgánicamente la Iglesia está estructurada piramidalmente. Hay una ancha base de fieles organizados fundamentalmente en parroquias, al frente de las cuales están los párrocos como primeros responsables y todos ellos bajo la autoridad del obispo diocesano correspondiente, los cuales, a su vez, deben obediencia total al Papa, el cual “tiene, en virtud de su función, una potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente” (c.331). Esta estructura, que es la básica, es la que da un carácter fuertemente clerical a la Iglesia.
La cuestión, no es que los laicos participen en todos los organismos que hay en cada uno de los niveles administrativos o pastorales de la Iglesia, sino cómo llegar a ellos y para qué estar en ellos. Si los laicos son escogidos y nombrados por la “autoridad competente clerical”, es como disfrutar de una participación otorgada. Ha de ser la comunidad correspondiente quien ejerza la función al menos de escoger a quienes ella crea que mejor pueden dirigir los distintos organismos que han nacido para su servicio. Por otra parte, si los laicos o laicas están en unos cargos simplemente para ejecutar obedientemente lo que decide el párroco, el obispo o el Papa, no es eso lo que esperamos. Si la meta es situar a los laicos en organismos que son simplemente consultivos, tampoco es eso lo que quiere el laicado.
¿Dónde centrar la promoción del laicado?
Una auténtica promoción del laicado ha de llevar consigo previamente una primera meta estructural fundamental: estar todos en la Iglesia en condiciones de igualdad, superar la sociedad estamentaria eclesiástica, constituirse en una fraternidad afectiva y efectiva, en el ser y en el hacer. Al menos como meta se debe marcar el gran objetivo de terminar con el clericalismo estatutario e ideológico que impregna el Código de Derecho Canónico y la mentalidad no sólo de la mayoría del clero sino también, lamentablemente, de los seglares.
El laicado quedará satisfecho cuando esté participando por derecho propio y con capacidad de decisión en la gestión de los asuntos que sean de su competencia. Nunca puede resultar satisfactorio estar en organismos que son meramente “consultivos” al servicio de un clérigo que en definitiva es el que tiene la potestad de decidir incluso por encima del parecer de los consultados. Habrá mil posibilidades de organizarse para conseguir que ello no sea así. Pero por encima de todo es necesario un cambio en la concepción de la autoridad en la Iglesia. De poco sirve un trabajo sinodal bien hecho o trabajosos debates en un consejo económico o pastoral, si después termina uno solo, que está por encima de los demás, determinando las conclusiones definitivas de cómo hay que pensar o qué hay que hacer.
Los pasos para ir consiguiendo cambios profundos estructurales habrán de ir dándose poco a poco. Algunos parecen bien sencillos. No creemos que hubiera dificultades doctrinales, quizás sí intereses creados, para que todas las cuestiones administrativas empiecen a estar en manos del laicado ejerciendo estas funciones con plena autonomía. Se puede empezar por los asuntos económicos: ¿por qué no puede ser un seglar (hombre o mujer) gerente parroquial o diocesano…, con autoridad propia e independiente del párroco o del obispo, condicionado solamente por las leyes canónicas y civiles? Una persona individual o un grupo donde haya clérigos y laicos, hombres y mujeres. Ello liberaría a los clérigos de ocuparse de asuntos tan temporales como son los económicos y podrían dedicarse más de lleno al servicio pastoral y espiritual de los fieles. En algunos casos ya es notoria la falta de atención debido a la escasez de sacerdotes.
El diaconado permanente
Al menos todos los cargos organizativos se podrían poner en manos de los seglares dándoles plena responsabilidad. Cabría pensar que se les podría dar esta responsabilidad a los diáconos o diaconisas permanentes que parece se intenta también promocionar ahora en la Iglesia. Desde nuestra perspectiva no creo que fuera lo mejor. Más bien pienso que el diaconado debiera tener una función más en relación con el servicio que el sacerdote ejerce como tal en la comunidad, como puede ser presidir celebraciones de la Palabra de Dios y distribuir la Eucaristía, preparar a los fieles para la celebración del sacramento de la penitencia, asistir a los enfermos, bautizar, presidir las celebraciones matrimoniales, acompañar a los difuntos al cementerio…etc.
El fortalecimiento del diaconado permanente, tanto de mujeres como de hombres, no me acaba de convencer, pues creo que con ello se corre el grave riesgo de reforzar el estamento clerical, del que forma parte el diaconado. Ninguna objeción a ordenar mujeres sacerdotes o diaconisas, pues todos debemos estar en la Iglesia en situación de igualdad. Lo importante es cómo van a ejercer su ministerio, con qué talante, los nuevos sacerdotes o sacerdotisas, los nuevos diáconos o diaconisas. Me da mala sensación ver a los clérigos, sean mujeres o hombres, significarse como tales vistiendo el traje talar o el clergyman, signo distintivo del estamento clerical, que por lo mismo los separa de los fieles. Nunca nos gustó estar re-vestido de alba, estola o casulla. Todas las vestimentas, litúrgicas o de calle, hacen aparecer como “segregados” a quienes tienen que ser vistos cercanos. No son propias para un pastor que ha de oler a oveja. Sería más acertado dar más protagonismo a los seglares, pues con ello se puede favorecer el ir desclericalizando a la Iglesia, que es una necesidad imperiosa para que la Iglesia sea cada vez más una comunidad de hermanos donde todos son tratados por igual.
José María Alvarez / Foro Gaspar García Laviana – A s t u r i a s.
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