¡Gracias, Papa Francisco! / M. Buvinic

Esta semana hemos vivido, en medio del gozo de la Pascua, la partida del Papa Francisco a la Casa del Padre. Francisco ahora celebra la Pascua en el encuentro definitivo con el Señor Jesús Resucitado, a quien amó, sirvió y anunció con el testimonio de su vida y su palabra directa y sencilla.
Impresiona y emociona lo que suscita, en el mundo entero, la partida de este discípulo del Señor Jesús que, teniendo el Evangelio como el tesoro de su vida y el corazón puesto en los pobres y sufrientes de este mundo, mostró que una vida simple y una palabra clara y sencilla pueden ser muy significativas en nuestro mundo.
En nuestro tiempo tan carente de líderes confiables y creíbles, Francisco animó la esperanza de muchos, prodigó su sonrisa para reír con los que ríen e hizo suyos los dolores de los que sufren y que no cuentan para nadie, llorando con los que lloran; consoló a los afligidos, corrigió los errores de muchos, animó a “hacer lío” y manifestó a todos que Dios es misericordia infinita. De esa manera acercó más a la Iglesia Católica al Evangelio del Señor Jesús y ofreció al mundo entero, creyentes y no creyentes, el testimonio de su propia humanidad también frágil y falible, al tiempo que luminosa y esperanzada.
Es mucho lo que le debemos al Papa Francisco, no sólo en la Iglesia Católica que condujo como un pastor bueno, sabio y audaz, en momentos muy complejos marcados por la crisis de los abusos sexuales al interior de la Iglesia; por esa razón es mucho lo que le debemos en Chile por su decisión de enfrentar a fondo esas dolorosas situaciones, luego de reconocer que había sido mal informado sobre lo que acá sucedía. Por todo eso, y mucho más, ¡gracias, Papa Francisco!
Es mucho lo que le debemos en los grandes asuntos de la sociedad y la cultura en el mundo entero, y en las diversas crisis que atravesamos: en los complejos asuntos de la crisis ecológica, en los horribles dramas de las guerras que destruyen vidas y pueblos, en la necesidad humana y cristiana de acoger a los migrantes, en la urgencia de generar una cultura de encuentro y diálogo entre los países, las culturas y las ideologías, entre las religiones y la sociedad secular; en poner en evidencia que la humanidad no está completa si no se respetan y acogen las diferencias -de todo tipo- entre las personas. Por todo eso, y mucho más, ¡gracias, Papa Francisco!
Han sido doce años en que Francisco ha sido el pastor universal. Han sido doce años insospechados, llenos de esperanzas e ilusiones, llenos de regalos y de creatividad; años desafiantes en que todos hemos sido llamados -creyentes y no creyentes- a ser protagonistas de una humanidad nueva, de un nuevo modo de ser Iglesia, de un nuevo modo de acogernos y trabajar juntos por una vida más humana, como Dios la quiere para todos sus hijos.
También han sido doce años con tensiones, conflictos y tareas pendientes. Para la Iglesia, las tareas de seguir trabajando en ser una Iglesia en cuyo centro esté Jesucristo y los pobres, una “Iglesia en salida”, como frecuentemente decía Francisco, más misionera, más en diálogo con la cultura y el mundo, más acogedora de todos y más servidora de todos. Continuar la tarea de ser una Iglesia más sinodal; es decir, una comunidad más fraterna y horizontal donde caminamos juntos, y donde las mujeres tengan su pleno reconocimiento como discípulas y apóstoles; continuar una de las grandes batallas de Francisco, como fue su combate contra el clericalismo (“la peste de la Iglesia”, lo llamaba Francisco), una batalla que Francisco vivió con lucidez y sencillez, con sentido del humor y firmeza. El legado del Papa Francisco también son todas las tareas pendientes que nos ha dejado y los caminos abiertos para recorrer con audacia evangélica. Por todo esto, también, ¡gracias, Papa Francisco!
Y para todo el mundo que contempla la partida de este discípulo del Señor Jesús a la Casa del Padre, la tarea de seguir trabajando juntos en las grandes tareas que a todos nos incumben: el diálogo y la búsqueda de entendimientos frente a todo tipo de conflictos, la búsqueda de justicia en la participación en los bienes de la tierra (“esta economía mata”, decía Francisco con la lucidez de los profetas), el cuidado de la tierra, la Casa Común, y seguir creciendo en la conciencia de que -como nos repetía insistentemente durante la pandemia- “nadie se salva solo”. Por todo esto y mucho más, ¡gracias, Papa Francisco!
Marcos Buvinic – Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación