La resistencia a los cambios / M. Buvinic

Es bastante curioso algo que, frecuentemente, nos sucede a los seres humanos. Me refiero a que vivimos deseando cambios y novedad, pero al mismo tiempo nos resistimos a ellos. Se trata de un movimiento contradictorio que ocurre en casi todos los ámbitos de la vida personal y social.
Hay cambios que se nos imponen, como el cambio climático, y resistir ante él supone grandes transformaciones en el estilo de vida de las personas, de la sociedad y en los sistemas productivos, y ahí comienza otra resistencia, ya que -por una parte- queremos detener o revertir el cambio climático, pero -por otra parte- nos resistimos a cambiar nuestra forma de vida y de gestionar la Casa Común.
También algo parecido puede ocurrir con los cambios que necesitamos hacer para cuidar nuestra salud; ciertamente, todos queremos tener buena salud o mejorarnos de alguna dolencia, pero nos resistimos a los cambios que tenemos que hacer en nuestro estilo de vida, o en la alimentación, o en la actividad física. Muchas veces nos aferramos, torpemente, a nuestros hábitos y costumbres, deseando cambiarlos, pero sin dar los pasos necesarios para que esos cambios sean una realidad. La verdad es que frecuentemente, ante al deseo de los cambios, la resistencia a ellos se manifiesta en que nos ganan la comodidad de nuestros hábitos y la inercia de nuestras costumbres.
La cosa se pone más complicada aun cuando se trata de cambios en la sociedad. ¿Quién no quiere una sociedad con más justicia, con más paz y bienestar para todos? Dudo que haya personas que no estén llenas de buenos deseos de una convivencia justa y buena para todos; la gran mayoría de las personas desean que cambien muchas cosas para que todos vivamos mejor y convivamos en armonía.
A pesar de todos esos buenos deseos de cambios sociales, muchas veces nos resistimos a algún cambio porque puede afectar nuestros intereses. Por ejemplo, dudo mucho que haya alguna persona que no estuviera de acuerdo en lo necesaria que era una reforma de las pensiones para los jubilados, pero… esa reforma significa que se ven tocados los intereses económicos de grupos y personas, y así pasaron años, con tres gobiernos distintos, para llegar a una reforma que pareciera no dejó satisfecho a nadie, o a muy pocos.
Así, vivimos tensionados entre los anhelos de cambio y novedad y la resistencia a esos cambios, sea por comodidad, por inercia o por defender intereses personales o grupales. Si vamos al fondo de lo que eso significa nos encontramos con que en la raíz de esas resistencias está el egoísmo, esa autoafirmación que ante los cambios necesarios nos lleva a decir ‘¡yo así estoy bien!’; es decir, no necesito nada, no necesito cambiar, no se metan conmigo, no necesito de ustedes y, en definitiva, no necesito a Dios.
Hay quienes se imaginan a Dios como un ser estático, pero la Biblia nos muestra al Dios que es Amor, y el Amor de Dios es eterno, siempre es el mismo, pero el Amor está siempre en movimiento para poder amar en cada situación y buscando cómo manifestar ese amor. El Amor, que es Dios mismo, es eterno, pero no es estático; siempre es el mismo y siempre está en movimiento y cambio, así siempre es novedoso.
Entonces, es necesario enfrentar nuestra resistencia a los cambios en la raíz del egoísmo que se anida en el corazón humano. Hay que disponerse para los cambios que necesitamos, disponerse para poder acoger y cultivar lo nuevo que está por acontecer, y eso es vivir con esperanza.
Bueno, esto es el tiempo de Cuaresma que los cristianos hemos iniciado esta semana. Un tiempo para entrar en la necesidad de cambios que urgen en nuestra vida personal, familiar, comunitaria, eclesial y social. Un tiempo para disponernos a esos cambios enfrentando nuestras resistencias que nacen del egoísmo (eso que en el leguaje cristiano llamamos ‘pecado’) y acoger un camino nuevo. Un tiempo fuerte en la oración y en el compartir generoso para vivir un renovado seguimiento del Señor Jesús que nos ofrece su novedosa presencia resucitada y resucitadora, esa presencia siempre actual y novedosa que dentro de cuarenta días celebraremos en Pascua.
Marcos Buvinic – Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación