Papado, Conversión y Sinodalidad
Los católicos tenemos que saber cuáles son los derechos, deberes y competencias no sólo del Papa, sino también de las Iglesias locales, de las conferencias episcopales, de la curia vaticana, de los eventuales patriarcados, de los obispos y de los distintos consejos diocesanos, así como, obviamente, de todos los bautizados.
El Documento de Estudio titulado El Obispo de Roma. Primado y sinodalidad en los diálogos ecuménicos y en las respuestas a la encíclica Ut unum sint, fue publicada por el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, con el objetivo de estimular una mayor investigación teológica y formular sugerencias prácticas que nos permitan caminar todos juntos al ministerio de unidad del obispo de Roma.
Como se sabe, el Papa Bergoglio escribió en su ‘programa’ de pontificado – la exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013) – que, “ya que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, debo pensar también en una conversión del papado. Y mi responsabilidad, como obispo de Roma, es permanecer abierto a sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo haga más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización”.
Es cierto -prosiguió Francisco- que hemos avanzado poco en esta dirección. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal deben escuchar la invitación a la conversión pastoral”. Y, con el papado, las conferencias episcopales, igualmente llamadas a desempeñar – según el Concilio Vaticano II – un papel similar al de las antiguas Iglesias patriarcales. Sin embargo, reiteró que estas necesidades no se han satisfecho plenamente.
Lo demuestra el hecho de que todavía no se ha formulado suficientemente un estatuto para las conferencias episcopales que “las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también una auténtica autoridad doctrinal”.
El Papa Francisco concluyó este punto programático de su pontificado con una consideración nada ingenua, y en las antípodas del criterio expresado al respecto por sus predecesores: “La centralización excesiva, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y sus dinámica misionera”( Evangelii gaudium 32).
Este texto -marcadamente teológico- pide a gritos una ley fundamental de la Iglesia (la famosa Lex Ecclesiae fundamentalis ), algo así como una Constitución en la que, al menos en una primera fase, los católicos tenemos que saber cuáles son los derechos, deberes y competencias no sólo del Papa, sino también de las Iglesias locales, de las conferencias episcopales, de la curia vaticana, de los eventuales patriarcados, de los obispos y de los distintos consejos diocesanos, así como, obviamente, de todos los bautizados.
El actual Código de Derecho Canónico está completamente desprovisto de todo esto, simplemente porque fue elaborado poniéndolo al servicio de un modelo de Iglesia que es, en muchos puntos, clerical, además de involutivo y, por tanto, no todos ellos capaces de articular primado y sinodalidad. Y menos atentos aún a la corresponsabilidad.
De esta manera, el primado del Papa y la sinodalidad se articularían no sólo entre sí, sino también con un punto central que en este texto no tiene el peso y la entidad que debería tener: la corresponsabilidad de todo el pueblo de Dios -empezando por el de los católicos- en el magisterio, en el gobierno y en la santificación. Me refiero tanto a la corresponsabilidad que se funda en el bautismo como a la que surge del sacramento del orden, esta última hasta ahora excesivamente desligada del fundamento bautismal y, por tanto, proclive a caer en el clericalismo.
El lector interesado tiene en sus manos una importante aportación teológica sobre el papado y sobre la sinodalidad, pero ciertamente no se le escapa -es al menos lo que me pasa a mí- que este primado y sinodalidad se articulan con la responsabilidad de todos y cada uno de los católicos para poder contar, de una vez por todas, con una Constitución eclesial a la que todos estemos sujetos, incluido un papado de origen sinodal; y, por supuesto, el episcopado, el presbiterio y todos los bautizados.
No creo que nada de esto se pueda ver durante el actual pontificado. Pero no creo que esté mal seguir recordándolo.
Extractos de una reflexión del teólogo Jesús Martínez – Madrid