Lo que nos depara 2021
Se viven días de balances.
Al revés de otras temporadas, se perciben pocas diferencias en los análisis: 2020 ha sido un año duro para todos. Empezó mal en nuestro país debido a las secuelas del estallido social; la pandemia del Covid-19 sólo empeoró las cosas.
En enero se la percibía como una amenaza lejana. Pero pasó por Europa y en marzo hizo su estreno en Chile. Hemos sufrido muertes, nos hemos encerrado largamente. Hemos pagado un alto costo todavía no bien determinado en salud mental y física y en la economía. Hay esperanzas, pero todavía son débiles. Tal vez nunca nuestras generaciones vuelvan a vivir con la sensación de seguridad que tuvimos hasta 2019.
En el entrecruzamiento de balances y pronósticos, hay más dudas que certezas. La gripe española de hace un siglo no dejó huellas en la memoria colectiva de los chilenos. Es explicable: la precariedad, la alta tasa de mortalidad infantil y las no muy largas expectativas de vida eran la norma. La gripe marcó un cambio profundo. Sus bien aprovechadas lecciones consolidaron una renovada política de Estado que impuso vacunaciones obligatorias, controles universales de salud, medidas de prevención y pago de licencias médicas. En las décadas siguientes se logró frenar el riego con aguas servidas en las faenas agrícolas. El resultado fue enormemente positivo.
En el siglo siguiente a la gripe española, Chile superó enfermedades de larga data como el tifus exantemático, la tuberculosis, la poliomielitis y las infecciones gastrointestinales.
Esto explica, además, algunos éxitos notables en el enfrentamiento de emergencia como inundaciones, grandes incendios urbanos y terremotos.
Es sintomático lo que ocurrió a comienzos de los años 90 cuando un brote de cólera fue controlado gracias al buen manejo de las autoridades sanitarias y la autodisciplina de la población.
Lamentablemente, en 2020 la comunicación oficial fue errática y desconcertante logrando una respuesta poco solidaria de grandes sectores, especialmente jóvenes.
El temor y la incertidumbre que generan esos males masivos, han alentado históricamente la búsqueda desesperada de señales de optimismo o, por lo menos, de consuelo. Ello explica la permanente popularidad de los horóscopos de distinto signo.
Lo malo es que, a la luz de lo que ocurrió este año que termina, nunca han sido lo suficientemente precisos o acertados. La futurología basada en la posición de estrellas y planetas no es una ciencia. Sin embargo, hay muchos que confían en ella como si lo fuera.
En septiembre de 1975, 192 científicos (entre los cuales figuraban 19 galardonados con el Premio Nobel), firmaron una declaración en la que decían: “Es sencillamente un error imaginarse que las fuerzas ejercidas por las estrellas y los planetas en el momento del nacimiento puedan determinar de manera alguna nuestro futuro. Tampoco es cierto que la posición de los astros determine que ciertos días o períodos sean más favorables para ciertas acciones, o que el signo bajo el cual se nace decida la compatibilidad o incompatibilidad con otras personas”.
Podría ser un inofensivo pasatiempo. Y así lo dicen muchos lectores de horóscopos que los consideran una simple diversión. Pero si uno los toma en serio pueden ser tremendamente peligrosos.
En estos días en que nos inundan las predicciones y los augurios de todo tipo, lo recomendable es quedarse -solamente- con los resúmenes del año. Son más seguros.
Abraham Santibáñez Martínez
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación