La Vida después de la Pandemia
LA VIDA DESPUÉS DE LA PANDEMIA es una selección de mensajes en los que el Papa Francisco nos invita a una mirada abarcativa sobre nuestro planeta en esta primera pandemia global de la que todos tenemos una percepción en simultáneo y en forma instantánea. Esta experiencia inédita de la humanidad confirma la interconexión de todo como tantas veces ha venido insistiendo Francisco.
En ese sentido, en medio de esta tormenta, “nadie se salva solo”. Este reconocimiento de la interdependencia humana hoy se manifiesta crudamente en la “interconexión en la vulnerabilidad” como dice el cardenal Czerny en el prefacio de esta recopilación.
Una réplica expresa de estas palabras la encontramos en Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas –reunido con el Papa en diciembre pasado– cuando afirma que “en un mundo interconectado, nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo”.
Ahora bien, el Papa tiene al mismo tiempo –en las páginas que invitamos a leer y a lo largo de todo su magisterio– una fineza de espíritu para no perderse en abstracciones y generalidades sino que sabe captar los detalles y, en empatía con todos, es capaz de percibir las realidades más cercanas y cotidianas que todos experimentamos
Es así que en los ocho mensajes que aquí presentamos y en otros muchos de sus gestos y actitudes, nos vemos reconocidos en nuestra singularidad con sus grandezas y limitaciones, y, al mismo tiempo, recibiendo palabras de aliento. De ese modo, en las diversas alocuciones aquí reunidas hay referencias a las responsabilidades de los gobernantes, a los que pertenecen a “una pequeña parte de la humanidad (que) avanzó, mientras la mayoría se quedó atrás” y a “los que detentan el poder económico”. Asimismo a la mirada de Francisco no se le escapa la atención a los que con su esfuerzo y riesgo garantizan los servicios esenciales –médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas– y también padres, madres, abuelos, docentes que con gestos cotidiano contribuyen a transitar la crisis “readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración”.
Francisco además se dirige a otros muchos que habitualmente son silenciados y permanecen invisibles como los movimientos populares y organizaciones de la economía informal, o a los vendedores callejeros de periódicos, los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan distintas tareas de cuidado… muchos de los cuales no tienen un salario estable.
El Papa también nos exhorta a que no nos olvidemos de los migrantes, de los que están en proceso de sanación por adicciones, y sobre todo de las mujeres, que “multiplican el pan en los comedores comunitarios cocinando con dos cebollas y un paquete de arroz un delicioso guiso para cientos de niños”.
Por cierto, tan poco faltan palabras de consuelo y esperanza por los afectados directamente por el coronavirus y a los que han fallecido y a sus familias, y a quienes se encuentran en condiciones de particular vulnerabilidad, como los ancianos o los que viven y trabajan en los centros de salud y en las cárceles.
También hay palabras para un juez argentino al que le indica que es necesario “prepararnos para el después” de la pandemia, pues ya se notan algunas consecuencias que deben ser enfrentadas, y –con su estilo de también saber bajar a lo concreto– al mismo tiempo le recomienda un libro sobre el valor de las cosas y quién produce y quién gana en la economía global
Resumidamente, Francisco en el conjunto de sus mensajes nos ofrece un enfoque con algunas claves y directrices para reconstruir un mundo mejor. Lo hace sembrando esperanza en medio de tanto sufrimiento y desconcierto. No son sin embargo declaraciones voluntaristas y de optimismo ingenuo, sino que provienen de una sabiduría ético-religiosa que no puede estar ausente ante “paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) que no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.” (Mensaje A un ejército invisible).
Este estallido de la pandemia coincide con el quinto aniversario de la encíclica Laudato Si´, acerca del Cuidado de la Casa Común, es decir de nuestro planeta que hoy está enfermo. Es una casa con muchos moradas, unas más confortables que otras, y con diversidad de creaturas –incluyendo la tierra misma– cada una con su valor que hay que cuidar y proteger. Esto supone un cambio de vida, en el modo de producir y de consumir. Es el camino que nos propone Francisco después de la pandemia.
Eloy Mealla – Vicerrectorado de Formación
Universidad del Salvador – Buenos Aires
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