Diciembre 30, 2024

Laudato Si´: una apuesta por la Casa Común

 Laudato Si´: una apuesta por la Casa Común

Eloy Mealla.-

Se puede decir –con el riesgo de una gran simplificación– que en la Enseñanza Social de la Iglesia hay tres grandes aportes desde el siglo XIX al actual, que tuvieron gran impacto en la comunidad eclesial y en la sociedad en general. El primero de finales del siglo XIX, es la encíclica Rerum Novarum de León XIII, referida a la “cuestión obrera” que reclamaba la justicia social como repuesta.

El segundo gran aporte, proviene de Pablo VI que a mediados del siglo XX en su encíclica Populorum Progressio (1967) incorpora en el análisis de la cuestión social la situación de los pueblos periféricos que trataban de emerger en medio de bloques hegemónicos antagónicos, y contribuye a visibilizar los anhelos de esos pueblos. Otro mérito de esta encíclica fue introducir la novedad de tematizar, la cuestión del desarrollo en la Doctrina Social de la Iglesia, indicando la enorme asimetría que provocaba el modo de concebir y orientar el desarrollo, cuyos resultados hacen que “los pueblos pobres permanecen siempre pobres y los ricos se hacen cada vez más ricos” (PP 57).

En este surco, se puede ubicar la tercera contribución dela mano de Francisco que con la Laudato Si (mayo 2015), amplia y actualiza la noción de “desarrollo integral” incluyendo la variable ambiental –ya no en el escenario de la clásica confrontación E-O ni solamente en el agigantamiento de la brecha N-S– sino en medio de la agudización de las contradicciones de la globalización, ahora en un mundo policéntrico, con efectos alarmantes ya de escala planetaria tanto en lo físico-ambiental como en lo social-humano.

De este modo, la carta de Francisco expresa “la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (LS 13).Tal cual se observa Francisco asume el concepto integral pero ahora también lo vincula a la ecología. De este modo, LS es sintéticamente la propuesta de una “ecología integral”, es decir una ecología ambiental, económica, social, cultural y de la vida cotidiana (LS 138-155).

Podemos observa que esta manera de entender la ecología es muy convergente con la actual doctrina de los derechos humanos, económicos, sociales, culturales y ambientales. En efecto, hoy la legislación internacional ampliada sobre derechos humanos incluye no sólo los derechos civiles, o de primera generación vinculados al concepto de libertad, sino también los derechos económicos y sociales, denominados también de segunda generación, que se derivan del principio de igualdad, y los derechos de tercera generación y cuarta generación como el derecho a la paz y al desarrollo, y los derechos medioambientales que están enraizados en el principio de solidaridad o fraternidad.

Para representar la dimensión integral, tanto del desarrollo como de la ecología, bien se puede aplicar aquí la imagen del poliedro que repetidamente suele mencionar Francisco, a la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común.

Con ocasión del setenta aniversario de la creación de la Organización de las Naciones Unidas, Francisco aprovechó para reiterar varios párrafos de la LS y afirmar que existe un verdadero «derecho del ambiente» que implica límites éticos a la acción humana y que cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tienen un valor en sí misma.

Asimismo, prosigue el Papa, hay que impulsar la promoción de una “una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad, cuidado de la creación, pero también del prójimo, cercano o lejano, en el espacio y el tiempo”. Es decir, se trata de integrar los diferentes pueblos de la tierra y que no haya esa dramática desigualdad entre ellos, entre el que descarta y el que es descartado.Por otro lado, integrar se refiere a los modelos de integración social que sirvan para que podamos vivir juntos. También se trata de integrar los diferentes sistemas: la economía, las finanzas, el trabajo, la cultura, la vida familiar, la religión. Ningunoes absoluto y ninguno de ellos puede ser excluido.

Se trata también de integrar la dimensión individual y la comunitaria, superando tanto la exaltación del individuo como el aplastamiento de la persona. Se debe, por último, de integrar cuerpo y alma, pues “el desarrollo no se reduce a un mero crecimiento económico” ni a tener cada vez más bienes a disposición para un bienestar puramente material (PP 14). Este nivel de integración no se logra sin respetar el lugar de Dios, manifestado en Cristocon “sus gestos de curación, de liberación y de reconciliación que hoy estamos llamados a proponer de nuevo a los muchos heridos al borde del camino”.

Releer hoy la LS en medio de la pandemia del coronavirus que alcanzó escala planetaria, nos proporciona un estímulo para fortalecer algún tipo de coordinación mundial, por no decir autoridad, capaz de regular la interdependencia humana (globalización), pues la circulación actual de bienes, dineros, datos, personas… y virus… es demasiado importante para dejarla librada a sí misma. Eso sería el “globalismo” actual, no la globalización auténtica o mundialización que nos haga comprender que todos formamos parte de una misma Casa Común.

Buenos Aires – Argentina

Editor