La Cajita (o cuando el don no es don)
Sorpresa ha generado en la prensa nacional la aparición, durante estos días, de amables benefactores que, con su insignia de parlamentario, han salido a ejercer la caridad (en la forma en que hoy es comprendida) con familias que ha sido afectadas por el paro económico que ha generado la pandemia. Canastas familiares y otros menesteres alimenticios han aparecido con generosidad (?), tratando de paliar un poco la situación desesperada de personas de menores recursos.
Pero algo llama la atención, la vista se posa en los empaques, las cajas de comida. Y nos encontramos, con gran sorpresa, que tiene impresos, de manera rimbombante y bastante clara, los nombre, apellidos y cargos de tales seres humanos. De hecho, uno de ellos fue tajante en afirmar que la razón de rotular las viandas es para que quede claro que quien entrega la ayuda es él. Publíquese, comuníquese, proclámese a las naciones de la tierra.
Ante tan curioso gesto, mi humanidad saltó espantada, uniéndome a la ola de críticas surgidas por tamaña situación. Es obvio, pues subsiste una intuición de lo que es una acción basada en la honesta generosidad y otra que es más proselitismo y propaganda para alguna futura elección. Asegurar la clientela es más importante, sin importar caer hasta el Averno del oportunismo.
Dentro de este problema, aparece la idea del don, de la generosidad, de una acción ética que no sólo tiene una respuesta (la debe tener), sino que va más allá. Es lo que el francés Jean-Daniel Causse[1] llama una «supraética».
Durante su reflexión, Causse pone de manifiesto que una Economía del Don debe insertarse en la dinámica del dar/recibir como un quiebre de la circularidad generada con el movimiento antes mencionado. Es decir, más que una ética, ésta debe suspenderse para dejar paso a una sobreabundancia, a un don totalmente inesperado para quien lo recepciona. Para quien lo otorga, es un «dejar-hacer-en-nosotros» algo que nos supera, es más que algo generado desde sí mismo desde un esfuerzo personal. Es una fractura de la equivalencia que eventualmente la reciprocidad produce, como una versión positiva de la lex talionis, basada en el exceso, en una suspensión ética que abandona la lógica de lo contable, de la deuda ante el regalo, el don propiamente tal. Acá no hay espacio para un comercio, para un negociado: el don, si se hunde en esta mecánica, deja de serlo, se vuelve mero intercambio.
Dos puntos pueden caer de perilla para la situación inicialmente descrita:
- En el Sermón de la Montaña aparecen tres perícopas relacionadas con la acción de la solidaridad, el ayuno y la oración. En las tres se menciona, como elemento común el hecho de la mirada de los otros seres humanos («cuídense de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos…», «Y cuando oren, no sean como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos por los hombres…», «Cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan…»; Mt 6, 1.5.16). Es decir, existe una primacía de la mirada, que puede ser perfectamente un acto lleno de honesta generosidad (o no, lo que sucede casi siempre), pero que no se aparta de una especularidad que, finalmente, no desemboca en cambio alguno. Se cambia para no cambiar nada. Entonces, lo que queda es reconocer que, para que el don sea tal, auténtico, se debe realizar un ejercicio de sustracción, que Causse, con apoyo de la filosofía de Derrida llama «retirar el gesto ético del campo de la mirada». Debe ser un acto oculto a los ojos del mundo, que supera la publicidad de la ética. «La ética del don no es olvido de sí mismo, en el sentido sacrificial del término, sino operación que se realiza sin que lo sepa el mismo sujeto en el acto mismo de la donación»[2]. Es claro que no todo lo que llamamos «don» lo es. Es más, el sólo hecho de ser nombrado lo revoca. Sólo es posible observar que existió en los efectos que éste generó, en sus consecuencias.
- Incluso, en una acción inicial en donde existe especularidad (es importante aclarar que no es una acción contraria a lo ético, de hecho una «economía del don» actúa como correctivo de una economía de intercambio, vista de manera honesta, a partir de la famosa «Regla de Oro»), el acto donativo puede perfectamente deshumanizar, puesto que se convierte al otro (en cuanto Otro, semejante y mismo), en simple receptor, uno que está «al otro lado», sin ponernos en su lugar. Acá, la Regla de Oro se transforma en una posibilidad para la violencia y en una tragedia de convertir a quien ha sido ayudado en un mero receptor, un objeto de cuidado o una mano tendida. Es gesto que tiene mucho de lo rapaz, de alimentarse de la angustia, del drama del otro, para autolegitimar al actuante. Incluso, la desgracia ajena sirve para el goce de saberse libre de aquella fatalidad. «Aparece aquí una mala utilización de un sufrimiento que combatimos, pero que, en verdad, se revela indispensable para la construcción de un mundo no-igualitario, en que las personas y las funciones no son reversibles»[3].
En maneras sencillas, si no existe la opción de un «dejar hacer» el don material, emocional, espiritual, etc., en la vida de los demás, simplemente lo que se busca es algo a cambio. Y es bastante curioso que un grupo de políticos esté regalando comida por nada. Es de considerar la transversalidad del regalito pre-electoral dentro de la política chilena. Desde marcos de lentes hasta puzles 3D, gentileza de un diputado de la república que buscaba su enésima reelección… Todo funciona en el campo del intercambio, de la generación de una deuda a todas luces grosera. Todo al revés de la lógica de solidaridad que diversas organizaciones y personas utilizan para enfrentar las dificultades que esta pandemia ha producida en la vista de tantas y tantos.
Un don que, espero, siga surgiendo bajo la no-mirada, lo no-sabido, bajo la premisa evangélica de que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha (cf. Mt 6, 3) y que sólo sea visto en frutos de amor, de solidaridad y de esperanza en lo esperado-inesperado. Que no prime el interés, sino el ocultamiento fecundo, el radicalismo kenótico de la vida generosa, que camina a ser una vida basada en el vivir-bien para cada uno de los seres humanos de esta tierra, tocada por un virus que ha sacado lo peor de algunos. Y lo mejor de otros.
Luciano Troncoso Gutiérrez – Bachiller Canónico en Teología
[1] Me remito, durante toda esta reflexión, a su obra El don del agapé, Sal Terrae, Santander 2006.
[2] Causse, J-D., El don del…, p 72.
[3] Causse, J-D., El don del…, p 31.