Diciembre 21, 2024

Tiempos de fragilidad, tiempos de esperanza

 Tiempos de fragilidad, tiempos de esperanza

Vivimos tiempos de fragilidad. Un tiempo en que se pone de manifiesto -con fuerza y por todos lados- que todo lo que nos parecía sólido y firme se deteriora, se vuelve precario o simplemente se destruye.

Estamos tomando conciencia de que vivimos inmersos en una fragilidad que nos hace vulnerables en todos los sentidos. Lo experimentamos en la crisis social que estamos atravesando, donde la supuesta estabilidad, orden y progreso, han dejado su lugar a la inseguridad, a expresiones -muchas veces violentas y caóticas- de descontento, y a la incertidumbre sobre el futuro. Esta fragilidad la percibimos amenazante en la crisis ecológica que nos dice que la tierra, nuestra Casa Común, es un equilibrio frágil y delicado, donde el cambio climático es una amenaza temible que nos avisa que la ruina del planeta no es un tema del futuro o de ciencia ficción, sino actual. La amenaza del coronavirus es un recordatorio planetario de nuestra fragilidad en todos los sentidos, aún del sistema económico mundial con sus falsas apariencias de estabilidad. ¡Todo patas arriba!

Inmersos en nuestra vulnerabilidad -y sin poder negarla u ocultarla, como tan bien hemos aprendido a hacerlo- experimentamos la fragilidad de nuestra condición humana y de nuestros modos de funcionamiento, de todas las instituciones de la sociedad, del sistema económico mundial y del delicado equilibrio ecológico. También cada uno puede agregar sus propias fragilidades personales, físicas, sicológicas, familiares…

Ante esta experiencia colectiva de fragilidad, el miedo parece apoderarse de muchos al no poder controlar lo que sucede, al no poder comprender su sentido y no ver con claridad qué se puede hacer para mejorar la situación. Es un miedo que se convierte en pánico cuando se contagia, cuando aumenta en intensidad y se hace masivo, rompiendo la ilusión de la seguridad que es considerada como uno de los bienes más preciados

Lo que estamos viviendo es que en nuestra cultura y sociedad no sabemos qué hacer con la fragilidad; nos rompe los planes y proyectos, y en cualquier momento esa vulnerabilidad puede cambiarlo todo. Acostumbrados a la cultura del éxito, a admirar la fuerza de los poderosos y la vanidosa complacencia de los triunfadores, se nos enseñó y nos acostumbramos a esconder nuestras flaquezas para aparecer siempre fuertes y capaces de casi todo. Pero, cuando el ser humano se olvida de algo tan propio de sí mismo, se olvida de sí mismo y de su prójimo.

Los tiempos de fragilidad que estamos viviendo son una ocasión preciosa para volver a lo esencial y poder mirarnos, comprendernos y relacionarnos desde nuestra verdad más profunda, es decir, desde nuestra condición frágil y vulnerable. En la aceptación y conciencia lúcida de nuestros límites, en el reconocimiento de esa fragilidad está nuestra fortaleza, pues nos abre al cuidado de unos a otros, a la valoración de los demás y al respeto mutuo; nos abre a saber pedir ayuda, a la compasión por el que es más vulnerable y a la solidaridad con quien sufre, a la búsqueda de justicia para todos, a la superación de la agresividad y violencia como forma de relación. Es decir, la fortaleza del ser humano es proporcional a su lucidez para acoger su propia fragilidad y vulnerabilidad, que lo abre a acoger a los demás como importantes y necesarios.

Esta experiencia de la fragilidad que nos fortalece es la que los cristianos buscamos renovar en nuestras vidas en este tiempo cuaresmal, pues tenemos experiencia que -como lo expresó el apóstol Pablo- cuando somos débiles, somos fuertes con la fuerza de Cristo, como el Señor le dijo: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad” (2 Cor 12, 9).

Los tiempos de fragilidad son -también- tiempos de esperanza, tiempo de volver a lo esencial y ocasión para que nazca algo nuevo. Es un tiempo propicio para ponernos ante el Señor Jesús que se hizo uno de nosotros y convive con nuestra fragilidad, porque sólo ante quien nos ama sin medida podemos mostrarnos en toda la verdad de nuestra fragilidad, sin temor a nada y en la confianza de ser acogidos.

P. Marcos Buvinic

La Prensa Austral   –   Reflexión y Liberación

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