Ricos ante Dios
Este pasaje evangélico nos da la oportunidad de tener una visión global del mensaje de Jesús sobre el dinero. Este mensaje se puede concretar en tres aspectos.
En primer lugar, el texto de hoy hace un planteamiento básico, colocando el dinero en la perspectiva correcta de cualquiera de los bienes (talentos o sucesos) de la vida humana: si el dinero tiene valor de cara a la vida definitiva, tiene valor: si no lo tiene o la perjudica, no tiene valor o es un peligro. Hay que destacar la radicalidad del sentido escatológico de Jesús. Es la vida definitiva la que marca los valores, y solamente ella.
Esta doctrina se ve expresada en las sentencias cortas recogidas en el Sermón del Monte: “No acumuléis riquezas aquí, donde roe la polilla y roban los ladrones; acumulad riquezas para el cielo“.
Y más radicalmente: “Si tu ojo o tu mano te estorba para la vida eterna, córtatelos...”.
La concreción positiva de esta doctrina la encontraríamos en la parábola de los talentos. El dinero es algo que Dios nos ha confiado; se espera de nosotros una administración correcta…
En segundo lugar, la parábola del Rico Epulón y el pobre Lázaro muestra un giro violento, mucho más exigente. Se trata del que pervierte la finalidad del dinero, usándolo solamente para su propio disfrute y produciendo con ello la desgracia de otros. Es el dinero pervertido en su fin y la falta de compasión.
La postura de Jesús no puede ser más violenta ni más radical. Pocas veces en los evangelios encontramos una condena tan dura; se recurre a toda la simbología tradicional de la condenación para siempre, con llamas y tormentos incluidos.
La base de esta doctrina se encuentra sin duda en la parábola del juicio final. El “a mí me lo dejasteis de hacer” es la sentencia definitiva y su fundamentación: puesto que solamente podemos servir a Dios en sus hijos, abandonar a sus hijos es rechazar a Dios.
En tercer lugar, Jesús toma postura de manera muy inquietante hablando del dinero en relación con El Reino. “Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino”.
Hasta aquí tratábamos de salvar o tirar la vida; ahora tratamos de seguir a Jesús, de aceptar la misión. Aquí se trata ya de la consagración al Reino; todo para el reino: las cualidades, el tiempo, lo que se posee…
Y es aquí cuando Jesús habla de la riqueza como peligro, como droga. La escena en que todo esto se personifica es la del joven rico: muy buena persona, buen cumplidor de sus obligaciones; daría sin duda abundantes limosnas, pero no va a entrar en el Reino; es demasiado rico.
Hagamos todavía algunas reflexiones.
Leamos correctamente la historia: durante siglos, la apariencia de la iglesia ha sido de riqueza. La Iglesia ha sido más bien la jerarquía y las clases altas y poderosas. Y cuando se producen las grandes revoluciones obreras, la clase obrera en masa se aparta de la Iglesia mientras la burguesía acomodada permanece en la Iglesia.
¿Qué ha pasado con el evangelio? ¿No debería ser al revés? Incluso hoy se siguen haciendo afirmaciones tales como “la opción preferencial por los pobres”. ¿Pueden los pobres hacer una opción preferencial por los pobres? ¿Por qué se puede hacer, de forma tan descarada, esta afirmación, dejando claro que los que hacen esa opción son ricos?
Occidente es rico: y por eso no puede entrar en el Reino. Occidente ha perdido el sentido de la austeridad, se ha instalado en esta vida para disfrutar de ella lo más posible. Su verdadero dios es la vida cómoda, cuando no el puro consumo.
La iglesia de Occidente “subsiste” solamente en comunidades o personas muy marginales poco contagiadas del nivel de vida general.
A este occidente sólo le puede salvar la compasión. La constante presencia de noticias e imágenes sobre las atroces necesidades del mundo son la Palabra de Dios más urgente que recibimos. Responder a esa Palabra, sin embargo, suele limitarse a darles algo de lo que nos sobra (¡¡ ni el 0’7 % !!). Solucionamos un poco de sus necesidades y tranquilizamos la conciencia, pero seguimos adorando al mismo dios: vivir lo mejor posible.
La situación de Occidente (el Norte, el Primer Mundo… como se quiera decir) se ve atacada por los tres posicionamientos del evangelio: desde luego, de entrar en el Reino, nada, mucho, muchísimo de acumular aquí, donde roe la polilla y la parábola del rico Epulón que nos toca muy de cerca: con lo que consumimos y tiramos no solamente embotamos nuestro espíritu sino que creamos la miseria del resto del mundo y destruimos el planeta. Este debe ser un tema de permanente concienciación en la iglesia.
Viviendo como vivimos, ¿cómo podremos acercarnos a comulgar con Jesús, con Jesús crucificado al que nosotros crucificamos?
¡Qué estupenda frase termina el evangelio de hoy! “Ser rico ante Dios“.
Nos invita sin duda a una inversión de valores en nuestra manera de considerar a las personas y a nosotros mismos. Admiramos y respetamos la salud, la juventud, la fama, el dinero, el poder, la popularidad. Las revistas y los programas de radio o tele que se dedican a la vida social se hartan de exhibir estos ídolos. El empresario triunfador, el cantante del momento, el artista de cine, el personaje popular sin más… tantos y tantos y tantos, que encarnan al “rico ente el mundo”.
¿Quiénes son “ricos ante Dios”? ¿Con qué ojos mira Dios a todos esos “ricos”? Sin duda con una enorme compasión, como se mira a un hijo tonto; con una enorme preocupación, como se mira al hijo atolondrado de incierto futuro; con una enorme angustia, como se mira al hijo cruel que produce daños irreparables a los demás.
Debemos pedir los ojos de Dios para valorar a las personas, a los ídolos, a los modelos.
+ José Enrique de Galarreta, S.J.