Diciembre 22, 2024

Una pregunta fundamental

 Una pregunta fundamental

Me encuentro fuera de Punta Arenas, en una ciudad lejana, en la que no están mis puntos de referencia de la vida de cada día, ni mis costumbres, ni las personas con las que cada día comparto más de cerca. Todo es diferente: los lugares, las personas, las costumbres…

Pero, al mismo tiempo, todo es tan similar. No sólo el sol es el mismo, también lo son esas personas entre quienes me encuentro -de diferentes razas y culturas, y de diferentes idiomas-. Todos tan diversos y, al mismo tiempo, tan iguales; con vivencias comunes en contextos diversos, con anhelos similares en diferentes maneras de expresarlos, con una vivencia de fe compartida en situaciones humanas y sociales muy diversas.

Entonces, crece en mi interior -una vez más- la pregunta ¿qué es el ser humano?; es decir, quien soy yo y quiénes son estos otros tan distintos a mí y tan semejantes a mí. Y sé bien que es una pregunta que atraviesa toda la historia, y que cada cultura y cada persona intenta -de alguna manera- responder. Es una pregunta fundamental que se agita en el interior del ser humano y que nada puede acallarla.

Hace unos tres mil años, un hombre se dirigía a Dios llevando esa pregunta en medio de su alabanza admirada: “Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Salmo 8). Y así, hasta hoy día, especialmente cuando se contempla el maravilloso cielo estrellado de la Patagonia, podemos preguntarnos “¿qué es el ser humano?”, y también con el salmista dirigir nuestra pregunta hacia Dios: “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?”

También, hace algo más de cuatrocientos años, un pensador francés llamado Blas Pascal buscaba expresar esta maravillosa complejidad del ser humano: ¿“Qué es el ser humano en la naturaleza? Es nada comparado con el infinito y es todo comparado con la nada; es un eslabón entre la nada y el todo, pero es incapaz de ver la nada de donde es sacado, e incapaz de ver el todo hacia donde es atraído”. Es en ese misterioso claroscuro entre la nada y el todo donde permanece abierta la pregunta fundamental que cada uno, cada cultura, cada época tiene que volver a intentar a responder para poder intentar vivir humanamente. Es otro francés, pero del siglo pasado -Teilhard de Chardin- quien decía que en el ser humano se entrecruzan tres infinitos: lo infinitamente pequeño, lo infinitamente grande y lo infinitamente complejo.

¡Qué maravilla! Somos todo eso y todavía nos sentimos incompletos, y la pregunta sigue abierta. Otro hombre que se puso la misma pregunta, pero hace mil quinientos años decía: “si quieres saber quién eres, no mires lo que has sido, sino lo que estás llamado a ser”; es decir, en palabras de un autor contemporáneo, estamos en la prehistoria de nosotros mismos, somos un proyecto abierto al infinito. Por eso es que -de un modo u otro- esta pregunta fundamental para poder vivir humanamente nos abre a un horizonte todavía mayor, ese horizonte que es Dios.

Y, nos pasa a todos -de un modo o de otro- que aunque percibimos la vida abierta a un horizonte infinito, nos resulta complicado acoger la muerte dentro de esa vida. Pero, una vez más -y por complicado que a veces nos resulte- por el amor, por el arte y especialmente por la fe presentimos que la muerte no es el final del camino y que el horizonte infinito del encuentro con Dios se abre… infinitamente… Por eso es que podemos vislumbrar que aún el más pequeño gesto de amor verdadero vale más que todas las cosas de éste, porque las cosas sólo pueden llenar otras cosas (bolsillos, casas, cuentas bancarias, etc.) pero sólo el amor puede llenar el corazón humano. Así, hace mil quinientos años, Agustín de Hipona -embarcado en esta misma experiencia- se dirigía a Dios diciendo: “nos hiciste para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

Marcos Buvinic

La Prensa Austral  –  Reflexión y Liberación

Editor