Volver a leer a Gustavo Gutiérrez
El libro del Padre de “la teología de la Liberación” merece una re lectura en los días de hoy. Este pensamiento del año 1972, después de haber sido criticado por sectores conservadores de la Iglesia sigue abriendo perspectivas teológicas. Volver abrirlo su libro y resumirlo permite descubrir sus facetas que siguen novedosas. También permite reflexionar a los cambios del mundo de hoy y los cambios que necesita la misma la Iglesia.
El Padre Gustavo Gutierrez parte precisando su manera especial de hacer teología, escoge un modo crítico de hacerlo, lo hace en una perspectiva histórica y particularmente latino americana, no tan espiritual ni tan intelectual como la teología tradicional. Para él, las vivencias humanas y eclesiales son las ubicaciones oportunas para hablar bien de Dios. Sigamos su reflexión.
En la década de los cincuenta del siglo pasado, se hacía la diferencia entre los países desarrollados y los países sub-desarrollados, los países con crecimientos económicos y los otros. Las ayudas para el desarrollo al “Tercer mundo “despertaron esperanzas pero luego, por no atacar las raíces del mal fracasaron, eso llevó tantos los humanistas cristianos como los marxistas a pensar a una revolución social para romper la dominación y explotación que ejercían los países ricos del Norte sobre los pueblos latinoamericanos. Dice: “En esta perspectiva, hablar de un proceso de Liberación comienza a parecer más adecuado y más rico en sentido humano”.
El Padre peruano, con estudios de medicina y de derecho, se formó en filosofía en Lovaina y en teología en Lyon, fue vicario en una parroquia de un barrio pobre en Lima donde empieza a escribir su libro titulado “Teología de la Liberación “un par de años antes de la IIª conferencia de los obispos latino-americanos de Medellín.
Empieza su obra maestra situando su teología en relación a los grandes pensadores desde Descartes hasta Marcuse pasando por Kant, Hegel, Marx, Freud…. Entre ellos encuentra esta sensibilidad del hombre moderno que se descubre como “agente de su propio destino” y, con ellos, logra concebir la historia humana como un proceso de liberación del hombre. Esta postura desafía la teología que le permite configurar la relación existente entre los procesos de liberación del hombre y la Salvación divina.
Cuenta que en los siglos pasados, la Iglesia se reservaba la exclusividad de la Salvación, la política cristiana era la que favorecía la primordial misión evangelizadora de la Iglesia. Poco a poco aparecieron algunos ensayos teológicos que dieron relevancia a “las realidades terrestres” y se empezó a tomar en serio la ciencia, lo social, la economía y la política como actividades humanas de preocupación para los cristianos. A la época, algunos movimientos de “acción católica” descubrieron su tarea de construir la sociedad en paralelo a su tarea de cristianos evangelizadores. El mismo concilio Vaticano llegó a reconocer, en afirmaciones generales, por lo menos, la autonomía de las realidades terrestres. Aun cuando las mentalidades cristianas se mantuvieron generalmente en una postura conservadora, moralista e individualista, algunos ambientes cristianos empezaron a tomar partido para los oprimidos y despojados. Pero al ver unas tendencias ‘subversivas` abrirse el paso en el seno de la comunidad cristiana, los grupos dominantes se movilizaron para retornar la Iglesia a sus funciones religiosas y espirituales dejando las tareas humanas de lado. La misma reflexión teológica que consideraba el mundo como ‘mundano’, interpretó la “nueva cristiandad” emergente como una peligrosa secularización.
No era fácil para la teología comprender el mundo ya no en referencia a la Iglesia sino teniendo sentido en sí mismo. El desafío era sin embargo de no separar los dos planos: lo temporal y lo espiritual y de mantenerlos en el mismo plan de “Salvación de Dios”. En el Concilio, la “Guadium et spes” unía las esperanzas y angustias de cristianos con las de todos los hombres de este tiempo (y particularmente los más pobres) y la encíclica “Populorum progresio” hablaba de un desarrollo “integral”. Pero se hacía urgente preguntar “¿Cómo hablar de Dios en ese mundo hecho mayor de edad”?
Retomando el proceso de liberación en América Latina, El Padre Gutiérrez explica la incapacidad de la economía desarrollista de solucionar la creciente explotación y dominación del capitalismo internacional. Escribe: “Se hace cada vez más evidente que los pueblos Latinoamericanos no saldrán de su situación sino mediante una transformación profunda, una revolución social que cambie radical y cualitativamente las condiciones en que viven actualmente. “ Habla de la espiral de violencia que denuncia Dom Helder Camara , habla del marxismo sin dogmatismo de Mariátegui, del “ hombre nuevo” del Che Guevara y de los métodos de concientización de Pablo Freire.
Después describe cómo la Iglesia vivió este proceso en curso, los movimientos apostólicos que se radicalizaron y entraron en conflictos con la jerarquía y que a la larga dieron sus mejores dirigentes a los partidos políticos. Sin embargo después de un primer impacto de una politización radical se observó una renovación profunda de muchos sectores laicos. La opción clara por el sector oprimido y su liberación se inscribió como testimonio original de la evangelización en América latina: la opción por los pobres. En cuanto a los sacerdotes, dice: el sector sacerdotal impulsado por el Concilio y Medellín ha sido de los más dinámicos e inquietos de la Iglesia Latinoamericana. Los sacerdotes se destacaron por su participación en las decisiones pastorales, sus agrupaciones sacerdotales, también por estar en relación con grupos revolucionarios por lo que fueron fácilmente considerados como elementos subversivos y encontraron también resistencias al interior de la Iglesia. Entre los Obispos, en su mayoría conservadores y mal preparados para enfrentar los cambios sociales en curso, aparecieron algunos que se convirtieron casi en figuras políticas pero fueron amenazados por grupos de extrema derecha.
Para documentar esta situación el autor de “Teología de la liberación” cita numerosas declaraciones cuyos temas principales fueron: la solidaridad de la Iglesia con la realidad latinoamericana, la miseria y la explotación del hombre por el hombre, una situación de violencia institucionalizada, el capitalismo desarrollista que creó nuevas dependencias, un socialismo latinoamericano, la propiedad social de los medios de producción, los sectores obreros y campesinos que deben ser agente de su propia liberación. Unos Obispos buscaron ponerse a la altura de esta búsqueda de una sociedad más justa, en muchos documentos cumplieron su misión profética de denunciar las graves injusticias existentes, promoviendo una evangelización conscientizadora, abogando por una Iglesia más pobre y reconociéndose la necesidad de cambios institucionales.
Este dinamismo eclesial descrito tuvo sus ambigüedades y sus ligerezas, señala nuestro autor. Esta opción no era tampoco el hecho del grueso de la comunidad cristiana latinoamericana. De allí que se plantearan algunas preguntas teológicas –pastorales: ¿cuál es el significado de la fe en una vida de lucha contra la injusticia? ¿Cuál espiritualidad de liberación se puede elaborar? ¿Cómo pensar y hablar cristiano en compromisos conflictivos? ¿Cómo vivir una Iglesia dividida? ¿No sería una o-misión de la Iglesia replegarse sobre ella misma? ¿Debe la Iglesia jugar su peso social en favor de las transformaciones sociales el continente? ¿Debe seguir rica y colonial?
Después de estos cuestionamientos el Padre Gutiérrez abre la parte más teológica de su libro que empieza por unas reflexiones sobre “La fe y el hombre nuevo”.
La creación es el primer acto salvífico de Dios. La fe le quita el carácter mítico a la creación para abrir la perspectiva de la acción histórica de Yahvé, le rescate del hombre. La liberación política de Israel de la esclavitud de Egipto es acto salvífico. Yahvé es “el Dios que creó los cielos.. .el que extiende la tierra”, él que libera a su pueblo (Isaías 42,5-7). La historia es una re-creación, un movimiento que se inició y que Cristo llevará a su pleno cumplimiento. San Pablo hablará de “una nueva creación en Cristo”. Esta acción de Dios implica la participación activa del hombre. Por su trabajo el hombre prolonga la obra de la creación, su “luchar contra una situación de miseria y construir una sociedad justa se insertan en el movimiento salvador en marcha hasta su pleno cumplimiento”.
El otro gran tema bíblico es la “Promesa”. Las promesas parciales y sucesivas del Antiguo Testamento como la Alianza y el Reino no se agotan en sus realizaciones históricas sino que se realizarán plenamente en la fe en Cristo. Su Resurrección es cumplimiento de lo prometido y, a la vez, anticipación del futuro porque la obra de Cristo “no está ya terminada”. El Padre Gutiérrez hace numerosas referencias al mesianismo del profeta Isaías, esto le ayuda a corregir el tema de “los fines últimos”(la escatología) que ha sido tan mal tratado en el pasado. Las realizaciones históricas de las promesas abren el futuro “catapultando” la historia hacia adelante”. “La Paz, Justicia, amor, libertad no son sólo actitudes interiores; son realidades sociales portadoras de una liberación histórica”.
Para apoyar la idea, recuerda las discusiones del Concilio que se limitó a declarar la estrecha relación que existe entre el progreso temporal y el crecimiento del Reino de Dios , también la encíclica Populorum progresio que da un paso más adelante hablando de un desarrollo “integral “: de una “vida menos humana hacia una vida más humana”. (nº 21) pero no “sobrenatural explicita el Padre Gutiérrez. El punto de vista de los cristianos en el Tercer mundo relativiza el optimismo del Desarrollo humano (el trabajo del hombre que continúa la obra de la creación) porque parte de una situación de injusticia y de opresión, parte de un rechazo de la situación existente para justificar una voluntad revolucionaria. La liberación del pecado no es una redención espiritual y privada sino es el tránsito (Pascua) de una situación de pecado a una de la gracia. El sentido de la acción humana es el don gratuito de la comunión con Dios.
Importa descubrir lo que esta visión significa para el hombre. Una primera afirmación es la del compromiso de Dios de comunión y compromiso con el hombre. Dios es presente para el hombre. En la Biblia, en el arca, la tienda, el templo, que sea por la encarnación de Cristo, que sea en la comunidad cristiana, en su cuerpo recordado y por su Espíritu que habita en ustedes como lo dice San Pablo, Dios se hace presente en el devenir de la humanidad. A todo lo largo de la Biblia se puede leer que conocer a Dios es obrar la justicia. En el Nuevo Testamento, Cristo está en el prójimo y más precisamente en el sufrido y el oprimido. El Padre Gustavo se explaya para dar a entender lo que puede ser una “teología del prójimo que nos falta todavía” Esta debe llevar a una conversión, “una actitud vital, global y sintética”. Así se llega a la espiritualidad de la Liberación, una reordenación de la vida cristiana con compromiso, análisis y estrategia de acción, llegando a vivir la gratuidad de la oración y la alegría.
Estas perspectivas abren la necesidad de renovar la teología de la Esperanza que ha sido confinada anteriormente en el tratado de las virtudes. La esperanza es histórica y política. La teología de la Esperanza de J. Moltmann que ve en Cristo resucitado el futuro del hombre le permite aclarar el tema. Recuerda también “La nueva teología política” de Johann Baptist Metz pero por ser más del primer mundo no toma lo suficiente en cuenta la experiencia de los conflictos que crea la opresión de unos hombres por otros. A continuación, el Padre Gutiérrez aporta su propia visión del Jesús de los evangelios con el mundo político. Es importante hacerlo porque, como lo dice Comblin, hemos asistido a una “iconización de la vida de Jesús (un Jesús por encima de la historia). Aprovechando los estudios recientes de Cullmann sitúa a Jesús en la política de la época: el imperio romano, los movimientos nacionalistas, el poder religioso con quien tiene más enfrentamientos. Jesús está opuesto a todo mesianismo político-religioso sin embargo muere en manos del poder político. Su actitud revela la universalidad y totalidad de su obra que va al corazón mismo de lo político dándole su verdadera dimensión: la liberación del pecado, de la miseria y la injusticia social para devuelve la fraternidad y la comunión con Dios. “El Reino de Dios se realiza en una sociedad fraterna y justa que despunta en promesa y esperanza de comunión plena de todos los hombres con Dios. De esta manera lo político se entronca en lo eterno.
Para mejor comprensión, nuestro autor resume los niveles de significación de la noción de “Liberación”: 1º Liberación económica , social, política. 2º Liberación que lleva a la creación de un hombre nuevo en una sociedad solidaria; 3º nivel: Liberación del pecado y la entrada en comunión con Dios y con todos los hombres.
Relaciona la fe, la utopía y la acción política y ubica la utopía revolucionaria en la línea de los profetas del A.T. La utopía es “denuncia y anuncio”, una praxis, un compromiso, la utopía no es irracional sino creativa, no es tampoco una ideología paralizante. Y concluye la sección “Fe y Hombre Nuevo con una serie de cortas reflexiones personales como: “El dogmatismo político no vale más que él de la fe”. “Separando fe y política, la fe termina coexistiendo del modo más oportunista con cualquier opción política”. “Esperar en Cristo es, al mismo tiempo creer en la aventura histórica, lo que abre un campo infinito de posibilidades al amor y a la acción del cristiano.”…
La última sección de su libro la titula “Comunidad cristiana y Nueva sociedad, la eclesiología.
“El intento de “aggiornamento” de la Iglesia en el Concilio la ha puesto en mejores condiciones pero no ha suprimido los cuestionamientos…, asistimos a un redescubrimiento de la dimensión comunitaria de la fe…” Sin embargo, “hoy, la iglesia experimenta un cierto desfase. La finalidad de la Iglesia no es de salvar, en el sentido de asegurar el cielo, no es tampoco el lugar exclusivo de salvación. La Iglesia como “Sacramento” como la proclama el Vaticano II es un aporte “casi sorpresivo” que coloca la Iglesia en el horizonte de la Salvación, un enfoque distinto al eclesiocentrismo tradicional. “Sacramento” es decir “signo” o revelación del misterio del amor de Dios que construye, en la historia, la sociedad humana. Es signo porque manifiesta lo efectivo del encuentro con Dios y el hombre, también refiere a un más allá pero siempre como una realidad intrahistórica. La Iglesia no es “para sí” sino un “para los otros”. “A través de su Palabra, el Señor revela el mundo a sí mismo haciéndole conocer el sentido último de su devenir “histórico”. Su organización debe ser en función de su tarea. “En América la Iglesia debe signo visible de la presencia del Señor en la aspiración por la liberación y en la lucha por una sociedad más humana y justa”. La eucaristía es acción de gracia por el amor de Dios que se revela en esos acontecimientos, es celebración de la cruz y resurrección de Cristo, nuestro paso del pecado a la gracia. La eucaristía es “cena” signo de fraternidad, “koinonía” vale decir solidaridad fraterna y unión de los fieles a Cristo. Hacer memoria de Cristo es más que celebrar un acto cultual es aceptar vivir bajo el signo de la cruz en la esperanza de la resurrección.
La sociedad capitalista ha hecho de la Iglesias institucional una pieza de su sistema. La primera tarea de la Iglesia es denunciar toda situación deshumanizante. Pero el peligro es permanecer a un nivel puramente verbal y exterior sin compromiso preciso. La otra tarea de la Iglesia es anunciar porque las denuncias se llevan a cabo confrontando la situación existente con la situación que se anuncia: el amor del Padre. Predicar la buena nueva de esta manera es para la Iglesia ser “sacramento” de la Historia. “Pio XII decía: la Iglesia civiliza evangelizando. En el contexto latinoamericano habría que decir que la Iglesia debe politizar evangelizando”. La politización o concientización “no evacua la revelación del Padre, la asume, la transforma y realiza en forma inesperada toda aspiración humana”. Siempre habrá un riesgo de simplificar el mensaje evangélico “pero sólo se avanza por ensayo y por error”. El principal problema en el mundo de hoy es la lucha de clase que contradice la fraternidad cristiana. El que habla de ella no la propugna, comprueba el hecho y quiere abolir sus causas y la neutralidad en esta materia no es posible. La universalidad del amor cristiano sigue una abstracción si no se hace historia concreta, proceso, conflicto y superación de la situación particular. Por esto la comunidad cristiana está atravesada de parte a parte por esa división social. Hablar por ejemplo del sacerdote como el hombre de la unidad es hacer de él una pieza del sistema imperante. La unión o la fraternidad es un don de Dios y una conquista histórica del hombre. La unidad de la Iglesia no se puede dar realmente sin la unidad del mundo.
La reflexión final que hace el Padre Gustavo es sobre la pobreza, la solidaridad y su protesta. El tema de la Pobreza estuvo presente en el Concilio pero no ha sido una de sus líneas de fuerza. En un mundo de riquezas y de poder asentado en el despojo y la explotación como fatalidad, la pobreza aparece como un camino ineludible a la santidad. “Pobreza” es un término equivoco: pobreza material o espiritual, vocación particular o precepto general. Hay que aclarar el tema recurriendo a la Biblia. Las palabras hebreas utilizadas para decir “pobres” son precisas. Son Los “Indigentes, débiles, encorvados, miserables las víctimas de otros hombres; los profetas lo denuncian y la Biblia abunda en medidas concretas para impedir que la pobreza se instale en el pueblo de Dios (el rastrojo para el huérfano, la viuda, el descanso del sábado, prohibición del préstamo con interés, el año sabático…) Aceptar la pobreza es recaer en la esclavitud. El hombre ha sido hecho a imagen de Dios pero ahora es el sacramento de Dios. A Dios, lo encontramos en el encuentro con los demás. La pobreza puede entenderse también como humildad ante Dios, lo contrario de la actitud de suficiencia. El reino de Dios es un don que se acoge en la historia. En definitiva la Pobreza es como un compromiso de solidaridad y de protesta. Su verdadero sentido nos lo da Cristo que siendo Dios se anonadó y por nosotros se hizo pobre siendo rico (2 Cor. 8,9) No hay que hacer de la pobreza un ideal sino procurar que no haya pobres. “Sólo rechazando la pobreza y haciéndose pobre para protestar contra ella, podrá la Iglesia predicar algo que le es propio: la pobreza espiritual es decir la apertura del hombre y de la historia al futuro prometido por Dios”.
En conclusión dice el Padre Gutiérrez:”Si la reflexión teológica no lleva a vitalizar la acción de la comunidad cristiana en el mundo a hacer más pleno y radical el compromiso de la Caridad,… esa reflexión habrá servido de poco.
Paul Buchet
Consejo Editorial de Revista “Reflexión y Liberación”