Laico o Cristiano
La crisis actual de la Iglesia no proviene del laicado, proviene principalmente de la indefinición de los ordenados y consagrados.
Lo manifiesta la merma actual de los sacerdotes y los religiosos. La falta de vocaciones que la insistencia de las oraciones querría atribuir a Dios mismo revela que la clericatura está en peligro de extinción. La edad avanzada del personal eclesiástico y también su bajo nivel de preparación crean un vacío que el diaconado y los ministerios no logran suplir. Es este espacio dejado abierto por los sacerdotes que abre la problemática del laicado. Pero antes de preguntarse: ¿Qué es un laico” más valdría preguntarse: ¿Que es un sacerdote? o ¿A que corresponde esta estructura clerical que gobierna la institución eclesial y que muchos confunden como la Iglesia misma? Estas preguntas no se formulan de manera crítica sino para que los sacerdotes y los religiosos se definen mejor en la sociedad actual y si quieren realmente subsistir tal cuál como están o si buscaran adaptarse a la realidad del mundo actual. Entretanto preferimos definir el laico como cristiano de las bancas de las iglesias.
El fenómeno del sínodo laical auto convocado últimamente en Santiago evidencia una animadversión de los cristianos en contra de los jerarcas de la Iglesia nacional. Los abusos sufridos y la lentitud de las soluciones para las victimas crean un malestar y un resentimiento comprensible. Si uno analiza la situación en profundidad, se puede descubrir que no son las relaciones internas de la Iglesia que inquietan sino más bien las relaciones de la Iglesia en referencia a la sociedad actual. El interés del gran público en el tema junto con las referencias al Papa en los medios de comunicaciones sociales llama la atención. Un problema interno de la Iglesia (clero-laico) no llamaría tanto la atención si no implicaría toda la cristiandad y toda la humanidad.
Se consideró demasiadas veces los laicos como colaboradores de los sacerdotes y súbditos de los jerarcas de la Institución eclesial pero esto desfigura la dignidad de los cristianos que son hijos de Dios a la par con todos los hombres. Aceptar incorporar algunos laicos en la conducción de la Iglesia sería mantener una división clasista del pueblo de Dios que el mismo San Pablo denunció en su tiempo. Lo más grave es que estas distinciones sociales en el pueblo de Dios distraen de la misión primordial de los cristianos que es de llevar el mundo a ser algún día el Reino de Dios. El cristiano tiene esta misión que va más allá de una participación eclesiástica.
Jesús por su vida, muerte y resurrección ha intervenido en este mundo para a impactar en su historia y devolverle a la humanidad el rumbo del Reino de Dios. Son todos los cristianos que por su vida, su familia, su trabajo, su participación social y, por cierto, también su participación en la organización eclesial los que están llamados a hacer la voluntad de Dios en la Tierra como en el cielo.
De las pocas cosas que Jesús dijo respecto a la manera de colaborar en esta tarea fue que a la diferencia de las organizaciones civiles no debe existir dominantes entre sus seguidores Y cuando entrega a Pedro la tarea de la cohesión del grupo de sus apóstoles, da a entender que esta misión es un servicio de salvación para la humanidad.
La secularización del mundo actual y la descristianización global demuestran que se cometieron graves errores históricos: Las religiones se instalaron con grandezas y pretensiones como otros poderes paralelos a los civiles, crearon divisiones, y impusieron sus rigideces doctrinales y morales. Vale la pena contar en breve la historia para entender los aciertos y las equivocaciones históricas.
El origen del cristianismo, los primeros cristianos estuvieron en minoría y se reunieron en comunidades para fortalecerse y rendir mejor testimonio de Cristo en medio de las ciudades del Imperio romano. Estas comunidades empezaron a distinguir distintos servicios en su reuniones: presidencia, Palabra, caridad… pero también destacaron misioneros que se lanzaron en todo el mundo conocido. La expansión de la fe fue exitosa y obligó las iglesias a organizar una comunión entre ellas. Desgraciadamente lo hicieron al ejemplo y en paralelo de los poderes civiles planteando su poder espiritual como superior al poder temporal. Lograron una cierta unidad manteniendo un territorio autónomo en Roma con el Papa sucesor de Pedro pero luego llegaron las divisiones(los ortodoxos y los protestantes). Es a partir del siglo XVII que los cristianos más instruidos empezaron a sentirse como atrapados entre dos mundos en competición, entre lo sobrenatural y lo natural, entre la espiritualidad y la ciencia. Posteriormente se llegó a la separación de la Iglesia y del Estado. La Iglesia buscó mantener su prestigio internacional pero se recluyó en lo espiritual. Fue en la mitad del siglo pasado que volvió a aparecer una preocupación por el rol del cristiano en el mundo. Se empezó a hablar del laicado. Buscando la misión de la Iglesia en el mundo surgieron nuevas prácticas como la acción católica (Cristo Rey), los miembros seglares de las congregaciones religiosas, los sacerdotes obreros, las Instituciones de santificación personales, los sindicatos, los partidos políticos con la “C”, los cristianos para el socialismo… Los cristianos entremezclaron, separaron o confundieron los dos mundos: el de la Iglesia con su misión de salvación, de santificación, de consagración…, y el del mundo con su tarea de civilización, de justicia, de paz y de desarrollo…
En medio de toda esta efervescencia el Concilio Vaticano II hizo unas declaraciones sorprendentes: la Iglesia como “Pueblo de Dios” y “la autonomía de las realidades terrenas”. Lamentablemente esta visión profética no se ha desarrollado, a lo contrario fue silenciada. Hablar de “pueblo” era demasiado democrático y en cuanto a lo terrenal, la Iglesia no lograba estar en paz con las ciencias y la autonomía de la marcha del mundo. Para muchos la teoría de la evolución de las especies, la democracia, los derechos humanos, la regulación de los nacimientos, la inculturación…eran percibidos como “caballos de Troya que podían desvirtuar a la Iglesia. El concilio no dio los resultados esperados, los cristianos descubrieron que no solamente la Institución quedó atrás sino que se corrumpió hasta en sus instancias de gobierno clerical.
Es normal que la primera reacción de los cristianos de las bancas fuera de buscar corregir su institución demandando una participación mayor en el Poder eclesial establecido, proponiendo democracia en la elección de obispos, sacerdotes femeninos, mejor formación laical, modernización de las practicas rituales y sacramentales… Sin embargo si estas reformas podrían salvar la Institución eclesial, a pesar de todo no abordan el objetivo fundamental la construcción del Reino de Dios a través de las realidades terrenas
La decisión inicial del sínodo laical de apelar a las comunidades cristianas existentes y a la creación de nuevas comunidades para superar la crisis eclesial es acertada pero no se debe perder de vista en ellas la participación de los cristianos en la evangelización del mundo que se conseguirá de otra manera que por un adoctrinamiento. Las comunidades no deben perder de vista la referencia explícita a Jesús y al evangelio pero el fin de las comunidades no puede limitarse a un compartir espiritual, una práctica litúrgica y sacramental o una catequesis doctrinal, deben movilizarse para la evangelización del mundo vale decir dando testimonio de una solidaridad con las miserias humanas y ser promotoras de todo cuanto se puede hacer respecto a los grandes problemas de la sociedad humana. El Papa Francisco habla de los pobres, los migrantes, de los otros creyentes en Dios, de la familia, de las mujeres, de los jóvenes, del consumo, de la ecología, de la Paz,. Los cristianos (laicos) no deben esperar iniciativas clericales para enfrentar estos temas sino que tienen que ‘entrar en la cancha’ de manera personal y propia. Los cristianos deben pasar a la delantera de las motivaciones para un mundo cada día más el Reino de Dios.
¡Por Dios! que grande lo que dice San Pablo: “En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios.” (Rom 8, 19).
Paul Buchet
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