Diciembre 22, 2024

Militares y evangelistas: los poderes que sostienen al nuevo gobierno de Brasil

 Militares y evangelistas: los poderes que sostienen al nuevo gobierno de Brasil

Cuando fue elegido, Jair Bolsonaro representaba claramente un cambio de rumbo en el país. Muchos electores lo votaron para dar un freno a la corrupción, pero no todos apostaban por un régimen de ultraderecha. Estaban equivocados.

El excapitán del Ejército nunca escondió su vertiente política radical, algo que ya se anunciaba desde la frase-símbolo cuidadosamente elegida para su campaña a la presidencia. Su lema “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”, que conquistó el corazón de 57,8 millones de brasileños, es testimonio de las principales fuerzas políticas que Bolsonaro abrazó para llegar al gobierno.

La primera parte de su lema tiene origen en uno de los grupos más radicales de los paracaidistas del Ejército, el Centella Nativista, que en 1969 llegó a planear una intervención armada y a tomar una radio para presionar al gobierno a no negociar con guerrilleros que habían secuestrado a un embajador estadounidense. Más tarde, la frase “Brasil por encima de todos” fue adoptada por la tropa paracaidista como grito oficial.

Jair Bolsonaro es el primer militar en sentarse en la silla del presidente de la república desde João Figueiredo, cuyo mandato marcó el fin negociado de 21 años de dictadura en Brasil. A lo largo de su carrera de 27 años como diputado federal, siempre lucró políticamente con su origen militar, forjado desde que era adolescente, cuando asistió al asedio de las fuerzas armadas al líder comunista Carlos Lamarca, que entrenaba a guerrilleros en el interior de Sao Paulo, en 1970.

El joven Bolsonaro se enamoró entonces de la fuerza exhibida por la dictadura: fue una megaoperación con 2900 hombres que llegó a arrojar bombas de Napalm sobre el área para cazar a nueve guerrilleros. Allí decidió ser militar, pero no cualquier militar.

Bolsonaro actuó en el Ejército en grupos de artillería de campaña y paracaidismo. Siempre se identificó con los más radicales, con aquellos que creían que el gobierno tenía que ser más duro contra los “terroristas” comunistas. Ha alabado abiertamente la tortura, el asesinato y la persecución de opositores del régimen.

Si alguien cree que eso es cosa del pasado, su discurso de campaña basta como evidencia. La promesa de “liberar a Brasil del socialismo” —el país nunca fue socialista— moviliza a los radicales defensores de la dictadura, que creen que el golpe militar salvó al Brasil del comunismo en plena guerra fría. El nuevo presidente de Brasil dialoga con una versión radical del pasado. Y no solamente cuando se trata de la vida pública.

Al grito de guerra de la tropa paracaidista, Bolsonaro agregó la providencial mano divina para completar su lema de campaña. La frase “Dios por encima de todos” sella su asociación con las mayores iglesias evangélicas del país, cuyos fieles en conjunto representan a más del 30 por ciento de los brasileños y mantienen una bancada en el Congreso con cerca de 90 diputados –una quinta parte– federales.

Bolsonaro, católico, se acercó al pastor Silas Malafaia de la Asamblea de Dios Victoria en Cristo en 2008. Fue Malafaia quien celebró su casamiento con su esposa Michelle Bolsonaro, ferviente evangélica, en 2013. Durante la campaña presidencial, el obispo Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios, anunció en Facebook su apoyo a Bolsonaro. Dos días después, fue el turno del pastor José Wellington Bezerra, presidente de la Asamblea de Dios, la mayor congregación evangélica de Brasil.

Para la elección de Bolsonaro hubo una unión inédita de iglesias evangélicas que a menudo compiten entre sí. Al igual que ha ocurrido en países como Costa Rica, Colombia, República Dominicana, Perú y México, las distintas iglesias evangélicas dejaron de lado sus diferencias para reunir fuerza política detrás de objetivos comunes: combatir el avance de derechos como el matrimonio entre personas del mismo sexo, impedir leyes a favor del aborto y ampliar la presencia de la enseñanza religiosa en las escuelas.

En el nuevo gobierno, ganaron la disputa por el ministro de Educación, un hombre favorable a un proyecto de ley que censura la educación sexual y la crítica política (que algunos de estos grupos consideran “marxismo cultural”) en las escuelas, y consiguieron colocar una pastora contraria al aborto —incluso en caso de violación— al frente del Ministerio de las Mujeres y de los Derechos Humanos.

Los militares, a su vez, constituyen la espina dorsal del gobierno. Un grupo de generales retirados diseñó ​​el plan de gobierno y el gabinete de Bolsonaro tendrá el mayor número de militares desde el final de la dictadura: son seis ministros —cerca del 30 por ciento del total— además del vicepresidente, un polémico general que ya defendió una intervención militar para resolver la crisis política causada por las investigaciones de la Operación Lava Jato. El presidente incluso ha otorgado al Secretario de Gobierno, un general jubilado, la atribución de “monitorear” el trabajo de ONGs y organismos internacionales

Ya en el primer día en el palacio de gobierno, Bolsonaro entregó a las dos fuerzas políticas homenajeadas en su eslogan de campaña algunas de sus medidas más polémicas. Eliminó la dirección que velaba por los asuntos LGBT del Ministerio de Derechos Humanos; llevó al mismo ministerio la “comisión de la amnistía”, que evalúa las solicitudes de indemnizaciones para las víctimas del régimen militar, vaciándola y sacándola de la esfera del Ministerio de la Justicia; y publicó una norma que prevé ampliar las escuelas conducidas por militares que incluyen valores y organización militar para niños y jóvenes. Hoy existen 12 colegios de este tipo en Brasil. Ahora, todas las escuelas públicas que así lo deseen pueden adherir al modelo.

Bolsonaro comienza su gobierno como prometió: besando la cruz y el uniforme militar.

Natalia Viana   –   Sao Paulo

The New York Times

Editor