70 años encubriendo los terribles delitos del fundador de los “Legionarios de Cristo”
En 2010, la Santa Sede confirmó los “gravísimos y objetivamente inmorales comportamientos” de Marcial Maciel.
Y luego de que una investigación apostólica encomendada por el Papa Francisco determinara la existencia de “testimonios incontrovertibles”, que evidencian “verdaderos delitos y manifiestan una vida carente de escrúpulos y de auténtico sentimiento religioso”, nos quedamos todos de piedra, según las informaciones que van apareciendo, trasmitidos por “Religión digital” y otros portales cristianos..
Escribir sobre este tema no es nada fácil, para cualquiera que, como yo, pretenda aunar dos cosas tan complicadas de conjugar como la fraternidad evangélica, y la trasparencia y justicia informativas. Se trata de un asunto serio, que he tratado directa o indirectamente en varias ocasiones, y que, no sé bien por qué, no es muy considerado, ni tenido en cuenta en medios eclesiales, sobre todo oficiales o institucionales. Me refiero a la sinceridad informativa, la denominaré así, que ejercían, fomentaban, y respetaban, tanto los escritores del Nuevo Testamento, (NT), como las comunidades cristianas. Esa sinceridad, que, en el fondo, podríamos calificar de humildad y en el propio pecado, y en el de los demás, nos ha dejado escenas tan míticas y significativas como las discusiones del Concilio de Jerusalén, (Hch, 15).
En este capítulo ya encontramos dos interesantes controversias, por la causa, prioritarias para todos ellos en aquellos momentos decisivos, sobre cómo compaginar, o sustituir, la Torá por la nueva ley del Evangelio: la 1ª, en Antioquía, (Hch. 15, 1-4), y el resto del capítulo, con la narración de las violentas discusiones, fueron sobre todo dos las que merecieron esta calificación. Así como es también expresiva, y demostrativa de que la verdad y la sinceridad en los juicios, tanto de eventos como de actuaciones de personas, la narración que hace Pablo de su subida Jerusalén, en Gal 2, 1-10: “Entonces, después de catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. Subí por causa de una revelación y les presenté el evangelio que predico entre los gentiles, pero lo hice en privado a los que tenían alta reputación, para cerciorarme de que no corría ni había corrido en vano. Pero ni aun Tito, que estaba conmigo, fue obligado a circuncidarse, aunque era griego.
Y esto fue por causa de los falsos hermanos introducidos secretamente, que se habían infiltrado para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, a fin de someternos a esclavitud, a los cuales ni por un momento cedimos, para no someternos, a fin de que la verdad del evangelio permanezca con vosotros. Y de aquellos que tenían reputación de ser algo (lo que eran, nada me importa; Dios no hace acepción de personas), pues bien, los que tenían reputación, nada me enseñaron. Sino al contrario, al ver que se me había encomendado el evangelio a los de la incircuncisión, así como Pedro lo había sido a los de la circuncisión, (porque aquel que obró eficazmente para con Pedro en su apostolado a los de la circuncisión, también obró eficazmente para conmigo en mi apostolado a los gentiles), y al reconocer la gracia que se me había dado, Jacobo , Pedro y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra de compañerismo, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los de la circuncisión. Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo mismo que yo estaba también deseoso de hacer
Es otra vez patente la sinceridad, y la valentía y decisión de Pablo, pero siempre con la finalidad de buscar el bien para toda la comunidad, con que el hombre de Tarso reprocha a Pedro, ante toda la comunidad, del cambio inaceptable de actitud del pescador de Galilea, causada por la presencia, o no, de hermanos distinguidos y considerados llegados de Jerusalén. Pablo no se casaba con nadie, y sería una experiencia interesante oírle, y leerle, comentando actitudes, decisiones, y comportamientos, de papas que, durante la Historia, se han impuesto en demasiadas ocasiones más por la fuerza de su autoridad oficial, que por la claridad y precisión de sus argumentos, o por su ejemplaridad en el servicio pastoral a toda la comunidad cristiana. Características todas que jamás provocarían en el “apóstol de las Gentes” una aceptación pasiva y silenciosa, sino una fuerte reacción de rechazo, y su crítica evangélica la ejecutaría con luz y taquígrafos, como nos demuestra la lectura de los múltiples casos, en los que, en sus cartas, tuvo que usar, con energía, la corrección fraterna
Al decir “Santa Sede”, evidentemente no expresamos una realidad, sino un deseo. En el ardor de institucionalizar la realidad eclesial se llegó a dar más importancia a los cargos, y a las obras, y a las sedes, que a los que las personas que los ostentaban, que las hacían, y que las ocupaban. La Sede romana no es ni santa, ni pecadora, pero sí puede ser evangélica, o mundana. Estaremos todos de acuerdo en que, a lo largo de los siglos, ha tenido mucho más de esto, que de aquello. “Los que gobiernan las naciones viven en palacios, y oprimen a sus pueblos”, dice el Señor, “entre vosotros, sin embargo, que no sea así.”
Pero, descaradamente, y sin pudor, así ha sido. Mirando mucho para atrás, es el actual papa Francisco el primero que ha captado la intrínseca, e impúdica, contradicción entre las solemnes y grandilocuentes palabras “Palacio apostólico”, reparando en la evidente e innegable antinomia entre ambos conceptos. Lo apostólico no puede tener, ni tiene, relación alguna con palacios y sedes ostentosas y magníficas. El Vaticano, en sí, como lugar, y como edificio, es una pura negación de lo que el Evangelio significa para los creyentes. Y entendemos casi como sinónimos las palabras Santa Sede y Vaticano, aunque ni una ni otro se identifica, y agota su sentido y función, en la figura del Papa. Con esto quiero decir que la noticia de “la Santa Sede ha ocultado durante setenta años” la terrible doble vida, entre la que destacaba la obscena pederastia e de Marcial Maciel, esto no quiere decir que los papas de esos años hayan sido total y escrupulosamente informados de ese tremendo y enojoso escándalo.
Pero no se puede dejar de lado que alguien, en los salones, pasillos, despachos y laberintos del Vaticano ha tenido en su mano toda la información referente a la infame realidad del fundador del instituto consagrado “Los legionarios de Cristo Rey”, título que aunque a la mayoría no choque, a mí me solivianta y ya lo he expresado en varias ocasiones. ¿Legionarios”, como si fueran un grupo militar de élite, como auténticos pretorianos del Maestro de Nazaret? (La sede romana debería tener un filtro más fino y estrecho para aceptar títulos de institutos religiosos, y no permitir nunca expresiones que pueden ser hasta heréticas. ¿Hijas de la Divina Pastora? Menos mal que hace poco algún conspicuo monseñor vaticano cayó en la cuenta, y ese título ha quedado convertido en “Hijas de la Madre del divino Pastor”, dando un rodeo que es más largo pero más exacto).
Pues bien, el departamento que gestiona en Roma las denuncias, y quejas que pueden sobrevenir en el vidrioso asunto de la pederastia corresponde a la actual “Congregación de “La Defensa de la Fe”, antigua Inquisición, y más moderno Santo Oficio”. Así que este tema sensible, delicado y vidrioso, desde el pontificado de Juan Pablo II ha correspondido al cardenal Joseph Ratzinger, después Benedicto XVI, actualmente papa emérito. Y no parece extraño que esta relación tan estrecha con esa lacra tan terrible y fatal como debió ser la que lo puso en contacto con el inimaginable e inesperado pederasta, haya influido en el bajón depresivo que llevó al papa a su dimisión, como parte importante de los “lobos que lo asediaban”
En la Historia de la Iglesia, y sobre todo en la época medieval, pero también cerca de nuestros días, ha habido papas con actuaciones escandalosas, muy poco, o nada evangélicas, o incluso, directamente anti evangélicas, de los que se han tapado sus vergüenzas, incluso con beatificaciones y canonizaciones urgentes, o de modo exprés, para ocultar sus graves, e inaceptables, desvaríos.
Escribo en estos términos para dejar patente lo grave, expuesto, y complicado, además de doloroso, que supone expresar con claridad, valentía, pero con justicia, y, a ser posible, con una buena muestra de fraternidad, no connivente, pero sí comprensiva, pero de ninguna manera justificante, lo que supone la denuncia que el propio Vaticano ha publicado, como hemos leído en RG, Redes Cristianas, y otros portales cristianos. Que la situación ha significado, pero, ¡no nos engañemos!, sigue representando un baldón escandaloso, maloliente y podrido, y una responsabilidad ineludible, aunque algunos pastores episcopales de la católica España parecen querer eludirla, ya no es posible más ponerlo en duda. Sino que habrá que hacer todo lo contrario: dejar que la verdad brille con todo esplendor, si creemos en la Palabra del Señor, que nos conminó, “La Verdad os hará libres”, que bien que nos hace falta…
Yo me pregunto que pasará por la mente, y el corazón, de los prelados que han tenido que lidiar con misiones tan arduas, peliagudas, complicadas y enojosas, para decidir usar el método, que no medicina, obviamente, de ocultar, e intentar proteger a clérigos, en este caso, a clérigo, de tan, indiscutiblemente, tan desviado proceder y comportamiento. Me inclino a pensar que su objetivo era no exponer al escarnio público a uno de sus colaboradores, importante como tal, pero al mismo tiempo, un hermano en la fe y en el amor, equivocado, eso sí, y perdido. Lo que nos choca a muchos es que, en las altas esferas vaticanas, no tuvieran ese sentido pastoral, de pastor amoroso, y cuidadoso, con las necesarias, y numerosas víctimas, de desvío sexual, y psicológico tan grave, que inevitablemente quedaban abandonadas por el camino. A mi no me gusta ni siquiera admitir a estudio, y observación, que el motivo para mirar para otro lado, y para ocultar y proteger al señor Maciel, haya sido la ingente cantidad de dinero que éste hubiera entregado a las arcas vaticanas. Pero dicho y aceptado esto, es muy difícil entender, y admitir, la nula capacidad de observación del papa Wojtila, quien llegó a afirmar que el presbítero mejicano, fundador de los Legionarios, “era un gran educador de la juventud mundial”.
Y todavía más difícil de entender, y admitir, que conociendo la vida desgarrada, y delictiva del clérigo, el Papa hubiera sido capaz de aseveración tan grave, y de inesperadas consecuencias. De cualquier modo, hay que admitir que muchas personas, millones y millones, de cristianos, y paganos, o ateos, se escandalicen, se sorprendan, e indignen, con las informaciones que hoy tenemos del trato favorable hacia ese depredador mejicano, condenado por sentencia firme en el mundo civil, no solo en el eclesiástico. Sobre todo cuando esos informes se suman a la avalancha de denuncias sobre la pederastia clerical, en el mundo entero, y que ahora, reaccionando nuestros obispos tarde y mal, están comenzando en la Iglesia en España.
Jesús Urío Ruiz de Vergara
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