Diciembre 22, 2024

El Papa se juega su futuro en la lucha contra los abusos sexuales en la Iglesia

 El Papa se juega su futuro en la lucha contra los abusos sexuales en la Iglesia

Los ataques de los ultraconservadores que se oponen a Francisco se multiplicaron al calor de los escándalos de sacerdotes pedófilos…

El Papa  afronta la peor crisis de su pontificado: debe anunciar su decisión de seguir adelante con sus planes de reforma de la Iglesia y demostrarlo. Pero esto no es suficiente. Los ataques de la conspiración ultraconservadora se han renovado como nunca en una nueva dirección. La originalidad es que ya no se centran en las acusaciones de traición a la doctrina sino en el gran desastre de los abusos sexuales de curas a menores, en los que se quiere usar a Jorge Bergoglio como el principal chivo emisario.

 La conspiración parte de la iglesia norteamericana y se esparce principalmente por los sectores tradicionalistas europeos. La decisión de los ultramontanos es impedir que el obispo de Roma argentino continúe al frente de la Iglesia, renunciado, volteado con un cisma o como sea. El tiempo pasa y apremia a los conjurados. Llegan nuevos consistorios: dos más y la mayoría de cardenales electores favorables al ideario de Jorge Bergoglio será abrumadora.

Se habrá construído así uno de los bastiones de la nueva Iglesia pobre y sinodal que quiere Francisco: la transformación de la periferia geográfica y existencial en el centro, con la pérdida de la hegemonía del llamado Primer Mundo, europeo y norteamericano en el control de una Iglesia en notable crisis de alejamiento de millones de fieles, sobre todo occidentales, por el déficit de modernización de fondo y renovación en profundidad de las estructuras. La ultraderecha la quiere recuperar para que sea igual a sí misma, especular, inmutable y opaca, como era en los viejos tiempos que no volverán.

El actual contexto político en EEUU y Europa está dominado por el “boom” de la extrema derecha, sobre todo en Estados Unidos e Italia, una realidad que hace más difícil el camino de las reformas y aumenta las dificultades para Francisco.  En la principal trinchera antiBergoglio, en Estados Unidos, las jerarquías conservadores son hostiles a todo el programa de Bergoglio. En sintonía con los republicanos y el presidente Donald Trump, atacan las para ellos detestables aperturas del argentino a las desigualdades y el descarte social, más la lucha contra los excesos del capitalismo.

He aquí un pronunciamiento sobre el “Dios dinero” que retrata al intolerable Papa tercermundista para el paladar de los ultraderechistas norteamericanos. “El dinero. ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la desigualdad, de la violencia económica, social y militar. Una espiral descendente que parece no tener fin. Hay un terrorismo de base que deriva del control del dinero sobre la tierra y amenaza a toda la humanidad. El dinero no puede ser la única ley que gobierna nuestras sociedades. Hoy algunos sectores económicos ejercitan más poder de los mismos Estados”.

 El problema para Francisco es que la peor crisis interna estalla por acumulación de insuficiencias en las imprescindibles decisiones operativas en el tema de los abusos sexuales en la Iglesia. Nadie esperaba que este déficit fuera aprovechada por los ultraconservadores que hasta ahora excavaban en las presuntas violaciones de la doctrina, de dogmas lesionados o destruídos. El arzobispo Carlo María Viganó, que el domingo pasado lanzó la bomba sobre la misa campal en Dublin de las Jornadas Mundiales de la Familia en Irlanda, poco antes de que el Papa regresara a Roma, había firmado el año pasado un documento de los tradicionalistas que había llegado al extremo, acusando a Jorge Bergoglio de haber cometido no una sino “siete herejías” doctrinales. Eran demasiadas y el libelo no produjo el escándalo esperado.

La Iglesia norteamericana, con cardenales y obispos en opuestas barricadas, nunca estuvo tan dividida. Tanto que el presidente de la Conferencia Episcopal, solo comparable a la italiana en poder dentro del catolicismo, cardenal Daniel Di Nardo, de Houston, ha pedido una audiencia a Francisco para informarle de la situación y pedirle el envío de una visita apostólica para tratar de contener el enfrentamiento.

El New York Times señala entre los partidarios de las derechas al jefe de los conspiradores, el cardenal Raymond Burke, que proclamó su apoyo al arzobispo Viganó aunque no se pronunció sobre su pedido de renuncia al pontífice. Además está el cardenal Blase Cupich, de Chicago, el obispo David Konderia de Tulsa, y Joseph Strickland, de Texas, considerado un conspirador de primera línea en la ofensiva protagonizada por el arzobispo Viganó contra el Papa en el caso de los abusos sexuales. Strickland dijo que “las acusaciones me resultan creíbles”.

 En la otra trinchera, el obispo de Newark, Joseph Tobin, dijo que los conspiradores de la ultraderecha “quieren hacer callar la voz de Francisco, rodearlo de sospechas, acortar su pontíficado y fomentar la conmoción general en la Iglesia”.

El jesuita James Martin, editorialista del influyente “American Magazine”, destaca que “ciertos católicos usan los sufrimientos de los niños para sostener sus planes de ataque contra Francisco”.

El padre Martin destaca que la acusación de Viganó de que Francisco protegió al ex cardenal McCarrick, es totalmente sesgado en favor de la culpabilidad del actual pontífice. “El cardenal McCarrick (que era arzobispo de Washington) fue el más alto jerarca eclesial acusado de abusos sexuales, estuvo activo bajo los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI”.

“Pero la ira (de los ultraconservadores) se desencadena solo contra Francisco”, destaca el jesuita Martin.

Este es un aspecto central de la escasa credibilidad del manifiesto de 11 páginas firmado por el arzobispo Viganó, aunque escrito en su casa con el denunciante por el periodista Marco Tossatti, ex vaticanista de La Stampa pasado a la prensa más conservadora.

La denuncia firmada por Viganó acusa al Papa de haber protegido al ex cardenal de Washington Theodore McCarrick, 88 años, acusado desde hace años de invitar a su cama a muchos seminaristas adultos, en un abuso de poder y de actos continuados de homosexualidad, que la Iglesia condena.

Viganó sostiene que advirtió a Francisco en 2013, cuando fue elegido pontífice, pero que antes ya había avisado a Juan Pablo II y Benedicto XVI, el ex cardenal Ratzinger, a través de sus secretarios de Estado, los purpurados Angelo Sodano (a los 90 años, actual decano del Sacro Colegio de cardenales) y Tarcisio Bertone. Viganó extiende el reparto de culpas a otros altos funcionarios del Vaticano, entre ellos el cardenal argentino Leonardo Sandri, entonces sustituto de Sodano y actualmente “ministro” para las Iglesias Orientales del compatriota Bergoglio.

El arzobispo Viganó, que durante años hizo varias denuncias y reclamó sin éxito a los tres papas su promoción al cardenalato, no presenta pruebas de sus acusaciones. Por ejemplo afirma que el hoy Papa emérito Benedicto XVI, 91 años, castigó al cardenal McCarrick secretamente, prohibiéndole llevar una vida pública. Sin embargo McCarrick no hizo caso y estuvo en tres ocasiones con el pontífice alemán. Además en EE.UU. mostraron una foto de Viganó aplaudiendo y cumplimentando al conversado cardenal Garrick cuando era el embajador del Papa en Washington.

Viganó tiene fama de mentiroso, pero los partidarios de Francisco piden en voz baja que el pontífice argentino haga las aclaraciones del caso. También reclaman las “decisiones operativas” para imponer de una buena vez la “tolerancia cero”, no solo con los curas abusadores sexuales sino sobre todo con los obispos acusados proteger y ocultar a los pedófilos. En este aspecto la Iglesia y el mismo Bergoglio están mostrando un notable retardo. En 2015, la Pontificia Comisión creada por Francisco para defender a los menores abusados, le pidió al Papa constituir un tribunal especial en el Vaticano para juzgar a los obispos “negligentes”, aunque en realidad cómplices. Bergoglio aceptó, sancionó la creación del tribunal, lo dotó de fondos y todo estaba listo para que comenzara a funcionar. Pero varios personajes de primera línea de dicasterios vaticanos presentaron objeciones y mostraron que tenían facultades para procesar a los obispos. Pasó el tiempo hasta que se informó que la iniciativa del tribunal especial no se llevaría a cabo. No hay noticias de los obispos procesados, si es que hay alguno.

El Papa ha debido afrontar un crecimiento de los escándalos que tienen sus momentos más difíciles en los casos de Chile y del estado de Pensilvania, en Estados Unidos. Además estalló este año el caso del cardenal Thedore McCarrick. Tras la acusación contra él de haber cometido abusos sexuales con un menor de edad, Bergoglio lo renunció como cardenal y lo destinó a una vida de aislamiento y reflexión. En Chile, tras la reunión con el Papa, en mayo, de 34 obispos en el Vaticano, todos renunciaron y ya cinco dimisiones han sido aceptados. El escándalo chileno es devastador y el Papa durante demasiado tiempo apoyó a los culpables, hasta que se convirtió a la dura mano de la verdad. Costará años reparar los daños y la Iglesia chilena ha perdido millones de fieles.

El otro caso, en seis de las ocho diócesis de Pensilvania, señala que en hechos que se remontan hasta 70 años atrás, más de 300 curas abusaron sexualmente de mil niños y menores de edad. Según el magistrado que interviene en el caso, el Vaticano sabía desde hace tiempo lo que ocurría pero dijo que ignoraba si esto incluía a Francisco.

El Papa de 81 años se acerca a la fase final de su pontificado que no se sabe cuanto durará. Por delante tiene dos citas importantes en los Sínodos de este año dedicado a los jóvenes y del año próximo a la Amazonia, donde habrá novedades importantes. Ya se acabaron los plazos y debe demostrar con decisiones operativas concretas y eficientes la lucha que la Iglesia está perdiendo ante la feligresía y la opinión pública mundial contra los curas abusadores sexuales y la telaraña de complicidades de obispos y otras autoridades que los protegen. Es una pesada tarea sobre las espaldas de Jorge Bergoglio, pero la urgencia y la gravedad de los escándalos que desprestigian seriamente a la institución católica no esperan más.

Julio Algañaraz  –  ROMA

El Clarín de Buenos Aires  –  Reflexión y Liberación

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