En Memoria de los Mártires Jesuitas
¿Quiénes eran los padres Jesuitas de la U C A asesinados?
No me refiero a sus nombres y sus biografías, información siempre importante. Pienso en lo que fue su contribución al pueblo salvadoreño, defendiendo la negociación y la paz en plena guerra. En la década de los años 80 la situación del pueblo salvadoreño era agónica, por todos lados se escuchaban los estertores de muerte. El país se acercaba a las 50.000 víctimas. En ese contexto el grupo de jesuítas de la UCA (Universidad Centroamericana ‘José Simeón Cañas’) trabajaba por una salida dialogada al conflicto que enfrentaba al régimen con la guerrilla del FMLN surgida de los movimientos populares. A una solución pacífica dedicaron toda su inteligencia y su coraje.
Ignacio Ellacuría sabía del riesgo que corría, y tenía temor de la tradicional respuesta de los escuadrones de la muerte creados por el ex mayor Roberto D`Aubuisson (fundador además del partido derechista ARENA que ha gobernado el país hasta el 2009). Tal vez por eso dijo una vez en 1981: “Un análisis intelectual debe ser respondido con un análisis intelectual y no con el exilio, la cárcel, la tortura o un tiro en la nuca”. No podía saber que ocho años después ese tiro fuera disparado contra él y sus amigos.
La UCA siempre fue un espacio de concertación. Los jesuítas, verdaderos estrategas del diálogo, aprovechaban que por sus aulas habían desfilado empresarios, políticos, militares, periodistas, guerrilleros, lo que les daba una ventaja inicial idónea para intentarlo. Pero esta iniciativa preocupaba a los sectores militaristas partidarios de la guerra como única alternativa, a los que sólo contemplaban la hipótesis de hacer del país un enorme cementerio de toda la izquierda social y política, no solamente de la guerrillera. Su respuesta a la UCA la dieron sus escuadrones de la muerte que llevaron a cabo más de una docena de atentados con bombas contra la universidad, de la que muchos miembros fueron asesinados o huyeron al extranjero.
Antes de asesinar a los jesuítas, los sectores derechistas del país llevaron a cabo una cruzada para descalificarlos. Desde Radio Cuzclatán, emisora del ejército, se retransmitía en cadena nacional amenazas públicas contra los padres jesuítas, siendo Ignacio Ellacuría el foco de atención. “Ellacuría es guerrillero, que le corten la cabeza” “Ellacuría ha envenenado las mentes de la juventud” repetía desde la emisora el vicepresidente y ministro del Interior Francisco Merino. Sólo horas antes de la matanza en la madrugada del 16 de noviembre de 1989, un camión militar apostado frente a la puerta principal de la UCA lanzaba amenazas contra los jesuítas por medio de altoparlantes.
Entraron por la fuerza los militares que primero dieron fuego a la biblioteca. Sacaron de sus habitaciones a los padres y a dos mujeres empleadas y los ametrallaron de inmediato.
Los asesinos, miembros del regimiento Atlacatl, dejaron pintadas como esta: “El FMLN hizo este ajusticiamiento. Vencer o morir”. Y aunque desde el gobierno de Alfredo Cristiani se quiso atribuir a los guerrilleros el crimen, muy pronto se supo la verdad. Un grupo de expertos del FBI, Scotland Yard y hasta de la policía española, confirmaron lo que todo el mundo ya presumía: los autores eran miembros de un cuerpo especializado del ejército. Enseguida la propia CIA confirmó esta acusación. Además, los asesinos cometieron el error de dejar viva a una testigo que en todo momento permaneció escondida en una casa contigua, pero pudo verlo todo: Lucía Barrera de Cerna es su nombre, única superviviente y testigo presencial. Ella vio como ametrallaban sin compasión a los jesuítas, apuntándoles a sus cabezas, y luego a Elba Ramos y a su hija Celina, menor de edad.
Las presiones internacionales obligaron al régimen a organizar un juicio. Dos tenientes, un subteniente, dos sargentos y un cabo, encabezados por el coronel Guillermo Benavides, fueron responsabilizados del múltiple crimen, condenándolos primero y amnistiándolos después. La Compañía de Jesús rechazó tajantemente que ese juicio farsa cerrara el caso y exigió saber quién les dio la orden. El arzobispo Rivera y Damas sumó su voz a la demanda.
El coronel René Emilio Ponce es el primero de la lista. Él fue el que ordenó al coronel Benavides: “Maten al padre Ellacuría y no dejen ningún testigo”. Otro coronel, Inocente Orlando Montano estaba presente cuando Ponce dio la orden a Benavides. Detenido en Estados Unidos parece que será extraditado y entregado al juez Velasco. Hasta 17 militares deberán ser juzgados. Entre ellos los coroneles Rafael Humberto Larios, Juan Rafael Bustillo, Juan Orlando Zepeda y Francisco Elena Fuentes, que formaban junto con otros la terrible Tandona, grupo de coroneles de la misma tanda, conjurados para apoyarse mutuamente en su guerra antisubversiva.
La derecha salvadoreña, políticos y generales retirados, llevan días protestando contra las extradiciones que instruye el juez Velasco. Su argumento principal es que con ello se reabren heridas. Como si alguna vez se hubieran cerrado. El gobierno de ARENA montó un juicio a su medida y luego proclamó una amnistía con la que quiso poner fin a toda responsabilidad sobre la matanza de la UCA. Pero lo cierto es que las heridas se cerrarán sólo cuando se sepa toda la verdad y los culpables sean identificados, juzgados y condenados. De hecho en los Acuerdos de Paz no existe ningún párrafo que refleje un acuerdo de perdón para los crímenes de lesa humanidad, tal como recuerda la Procuraduría de Derechos Humanos de El Salvador.
Defensor del realismo histórico y filosófico de su amigo el donostiarra Xavier Zubiri, Ignacio Ellacuría practicó siempre un doble compromiso con El Salvador: siempre enseñó la realidad nacional (la fortaleza mayor de la UCA decía), y siempre vivió una ejemplar ética de la austeridad que era su modo de vínculo con las grandes mayorías sociales de un país empobrecido bajo el poder de unas pocas familias. Por ese compromiso valiente el pueblo salvadoreño no olvida a este vasco universal ni a sus amigos Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López.
Sí, se cebaron con sus cabezas. Tal vez porque esas eran las armas invencibles de los jesuitas, las de la razón y la inteligencia. Tan invencibles que los Acuerdos de Paz llegaron en enero de 1992. Lo que no sabían era que deberían dejar sus vidas para lograrlo. ¿O tal vez lo intuían?
En los Acuerdos de Paz no existe ningún párrafo que refleje un acuerdo de perdón para los crímenes de lesa humanidad
Sí, se cebaron con sus cabezas. Tal vez porque esas eran las armas invencibles de los jesuitas, las de la razón y la inteligencia.
Iosu Perales – Gipuzkoa
Consejo Editorial de Revista “Reflexión y Liberación” – Chile.