¿Qué Iglesia queremos?
Jesús María Bezunartea (Capuchino).-
En el torbellino y confusión de valores de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, las instituciones, tanto civiles como religiosas, están experimentando circunstancias serias, que cuestionan e incluso condicionan su existencia. De ahí que la Iglesia, vista como la institución que reúne a los creyentes en Jesús de Nazareth y, más concretamente para nosotros, la Iglesia católica romana, está pasando por una crisis de credibilidad, no solamente en referencia a su doctrina sino incluso a su modo de existencia.
La Iglesia en Crisis
Ante esta crisis, que la podemos mirar y enfocar desde distintos puntos de vista y con actitudes diferentes, vamos a presentar en este espacio reflexiones que nos ayuden a ser críticos de nosotros mismos y responsables ante nuestro mundo de la presencia de la Iglesia y de nuestra adhesión a ella.
Porque, ante todo, hemos de recordar que la Iglesia no es propiedad exclusiva de los cristianos sino que pertenece a todos los seres humanos, a quienes Dios quiere anunciar, por medio de ella, la buena nueva del Reino de los cielos.
¿Qué ha sucedido desde que el libro de los Hechos de los Apóstoles comentaba que los que formaban la primera comunidad cristiana de Jerusalén “gozaban de la admiración del pueblo”, hasta que la Iglesia ha sido rechazada e insultada como traidora a la causa de Jesús, de manera que sea común el dicho en la actualidad: “creo en Jesucristo pero no creo en la Iglesia” o “creo en Jesucristo pero no creo en los cristianos”, frase esta última atribuida a M. Gandhi?
¿A qué Iglesia se refirió Jesucristo cuando le dijo a Pedro: “sobre ti edificaré mi Iglesia y los poderes del abismo no prevalecerán contra ella”? ¿Qué imagen de Iglesia es creíble hoy? ¿la de “la barca fuera de la cual no hay salvación eterna” o la que nos la describe como “sacramento –signo- universal de salvación”? La primera imagen es un grito de alerta y de amenaza, la segunda lo es de invitación y esperanza. En este espacio presentaremos imágenes y experiencias de la Iglesia, que hoy día se cuestionan, y otras, que se proponen desde una concepción ecuménica y una actitud de servidora de los valores del Reino en favor de la humanidad.
Y así nos la presenta el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica El gozo del Evangelio. Ya desde antes de publicar este documento, fruto del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización, el Papa ha hablado repetidas veces sobre la Iglesia como servidora, la Iglesia como está más para preocuparse de las necesidades ajenas que de las propias.
Transcribo algunas expresiones de la Exhortación, que son suficientemente comprensibles para todos.
“La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre”. “A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (n. 47).
“Repito aquí lo que he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: Dadles vosotros de comer” (n. 49).
Resumiendo, nos dice el Papa Francisco que, ante todo, tengamos presente que somos Iglesia para ser comunidad servidora del mundo y, por ello, las estructuras deben existir en función de la misión de la Iglesia, más aún, si no sirven para ello, deberán ser cambiadas o desaparecer.
Jesús María Bezunartea (Capuchino).