Francisco comenzó relfexionando sobre la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses para subrayar que «la esperanza cristiana no tiene sólo un aspecto personal, individual, sino comunitario, eclesial. Todos nosotros esperamos. Todos nosotros tenemos esperanza, pero también comunitariamente». Por ello es necesario «ayudarse recíprocamente. Pero no solo ayudarse en las necesidades, en las tantas necesidades de la vida cotidiana, sino ayudarnos en la esperanza, sostenernos en la esperanza». San Pablo, prosiguió el Papa, se fija en sus «hermanos con mayor riesgo de perder la esperanza, de caer en la desesperación. Pero, nosotros siempre tenemos noticias de gente que cae en la desesperación y hace cosas feas, ¿no? La des-esperanza los lleva a estas cosas feas. Se refiere a quien está desanimado, a quien es débil, a quien se siente abatido por el peso de la vida y de las propias culpas y no logra más levantarse. En estos casos, la cercanía y el calor de toda la Iglesia debe hacerse todavía más intensa y amorosa, y deben asumir la forma exquisita de la compasión, que no es tener piedad: la compasión es soportar con el otro, sufrir con el otro, acercarme a quien sufre… una palabra, una caricia, pero que salga del corazón, esto es la compasión. Tienen necesidad de la solidaridad y de la consolación».
«Este testimonio luego no permanece encerrado dentro de los confines de la comunidad cristiana: resuena con todo su vigor –recordó el Pontífice– también fuera, en el contexto social y civil, como una llamada a no crear muros sino puentes, a no intercambiar el mal con el mal, a vencer el mal con el bien, la ofensa con el perdón: el cristiano jamás puede decir, me las pagaras. ¡Jamás! Esto no es un gesto cristiano. La ofensa se vence con el perdón; para vivir en paz con todos. ¡Esta es la Iglesia! Y esto es lo que obra la esperanza cristiana, cuando asume los lineamientos fuertes y al mismo tiempo tiernos del amor. Y el amor es fuerte y tierno. Es bello».
«Se comprende entonces que no se aprende a esperar solos. Nadie aprende a esperar solo. No es posible. La esperanza, para alimentarse, necesita necesariamente de un “cuerpo”, en el cual los diferentes miembros se sostengan y se animen recíprocamente. Esto entonces quiere decir que, si esperamos, es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado a esperar y han tenido viva nuestra esperanza. Y entre ellos, se distinguen los pequeños, los pobres, los sencillos, los marginados. Sí, porque no conoce la esperanza quien se cierra en su propio bienestar: espera solamente en su bienestar y esto no es esperanza: es seguridad relativa; no conoce la esperanza quien se cierra en su propia satisfacción, quien se siente siempre bien… Los que esperan son en cambio aquellos que experimentan cada día la prueba, la precariedad y el propio limite. Son estos nuestros hermanos los que nos dan el testimonio más bello, más fuerte, porque permanecen firmes en la confianza en el Señor, sabiendo que, más allá de la tristeza, de la opresión y de la inevitabilidad de la muerte, la última palabra será la suya, y será una palabra de misericordia, de vida y de paz».
Al final de la Audiencia, el Papa, en ocasión de la Jornada de oración y reflexión contra la trata de personas, este año dedicada en particular a los niños y adolescentes, quiso animar a «todos los que ayudan a los menores esclavizados y abusados a librarse de esta opresión. Espero que todos los que tienen responsabilidad de gobierno combatan con decisión esta plaga, dando voz a nuestros hermanos más pequeños, humillados en su dignidad. Hay que hacer cualquier esfuerzo para denunciar este crimen vergonzoso e intolerable». Francisco también invitó a rezarle a Josefina Bakhita, que no fue «no ha perdido la esperanza y sacó adelante la fe y acabó llegando como migrante a Europa y allí sintió la llamada del Señor y se hizo monja. Recemos por santa Josefina Bakhita, por todos, por todos los migrantes, los refugiados, los explotados que tanto sufren, tanto, y hablando de migrantes expulsados, explotados, quisiera rezar con ustedes de manera especial por nuestros hermanos y hermanas rohiná, expulsados de Myanmar: van de una parte a otra porque no los quieren, es gente buena, gente pacífica: no son cristianos, son buenos, son hermanos y hermanas nuestros, y llevan sufriendo años: han sido torturados, asesinados simplemente por sacar adelante sus tradiciones, su fe musulmana. Recemos por ellos y los invito, recen por ellos a Nuestro padre, que está en los cielos, todos juntos, por nuestros hermanos y hermanas rohinyá».
Iacopo Scaramuzzi . Ciudad del Vaticano
Vatican Insider – Reflexión y Liberación