No apartes tu rostro de ningún pobre
En la columna del domingo pasado me refería a la esperanza, a partir del hecho de que no es fácil vivir con esperanza en un mundo incierto y violento, y habría que agregar “corrupto”. Sin embargo, también es posible vivir con esperanza en un mundo invadido por la corrupción que parece envenenar toda la vida de la sociedad.
Para vivir con esperanza es necesario ir siempre a sus fuentes, y ellas están escritas en nuestra historia personal y social, porque la esperanza -como decíamos la semana pasada- nace de la memoria; es decir, nace de una historia de encuentros, servicio, entrega y solidaridad; una historia que nos muestra que el bien y la justicia son posibles a través de personas buenas, honestas y justas que las viven y luchan contra la injusticia, la violencia y la corrupción. Para los que somos cristianos, la esperanza nace de la memoria viva del Señor Jesús; Él es nuestra esperanza, siendo el vencedor de todo mal que amenaza con destruir al ser humano.
Hay un certero refrán popular que dice “más largo que la esperanza del pobre”, porque sostener la esperanza es el recurso definitivo de los pobres en la búsqueda de algo bueno y mejor, es la lámpara encendida en medio de la noche de la precariedad y del olvido de muchos, una espera larga sin influencias y ante la indiferencia de muchos. Los pobres son maestros en lo que es vivir con esperanza.
Hay un texto bíblico, el libro de Tobías, con una historia en que un padre anciano, llamado Tobit que, habiendo vivido una vida ejemplar y llena de sabiduría, deja a su hijo, Tobías, su testamento espiritual: “no apartes tu rostro de ningún pobre” (Tob 4,7). Es decir, no des vuelta la cara ni te quedes mirando sin ver, no seas un caradura que hace como que no ve y, la consecuencia evidente del consejo a Tobías es que actúe: “comparte lo que tienes, y cuando lo hagas no seas mezquino”.
Vivir con la mirada puesta en los pobres significa, en primer lugar, reconocerlos y darnos cuenta que muy cerca nuestro hay muchos pobres, de todo tipo, con sus carencias materiales, de salud física y mental, de soledad y abandono, de discriminación y rechazos, con dolores evidentes o insospechados. Y al reconocerlos, actúa sin ser mezquino en lo que compartas de tus cosas y tus bienes, de tu tiempo, de tu atención y cariño, de tus redes y contactos.
Pero, también, al vivir sin apartar la mirada de los pobres, serás tú mismo beneficiado al vivir con un corazón de carne, compasivo y solidario, no endurecido por el egoísmo. Al vivir con ese corazón compasivo, también podrás reconocer tus propias pobrezas y nunca mirar a nadie con la indiferencia o el desprecio de quien se cree mejor que otros.
Vivir con la mirada puesta en los pobres nos ofrece el gran regalo de la esperanza de los pobres que viven creyendo y esperando que la vida puede ser mejor. Con la mirada puesta en los pobres puedes aprender de su creatividad y fortaleza para enfrentar los problemas, de su capacidad de compartir con otros, de su alegría de vivir aún en medio de la adversidad y de su capacidad de hacer fiesta con pequeñas cosas, y seguir adelante. También, podrás ver muchas cosas que te resultarán desagradables y que te harán presente los abismos en que puede caer la condición humana.
Entonces, “no apartes tu rostro de ningún pobre” y permite que ellos sean tus maestros en humanidad, tus maestros en lo que es vivir con esperanza.
“No apartes tu rostro de ningún pobre” es el único camino para una vida y una sociedad mejor para todos, y es el mejor antídoto frente a la corrupción que parece invadirlo todo. Porque los corruptos -de todo tipo, ideología o pelaje- que pagan o reciben coimas nunca miran a los pobres: una coima de diez millones, como las que han salido a luz en estos días, es más de lo que recibe en dos años un adulto mayor con una pensión de cuatrocientos mil pesos mensuales.
“No apartes tu rostro de ningún pobre” es el lema con el que la Iglesia Católica realiza hoy la llamada Jornada Mundial de los Pobres, para sensibilizarnos ante todas las pobrezas y sus dolores, para reconocer nuestras propias pobrezas, para motivarnos a actuar eficazmente y sin mezquindades, para renovarnos en la esperanza y en el trabajo por una sociedad mejor para todos y, especialmente, para reconocer al Señor Jesús que dice: “todo lo que hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hiciste”.
Marcos Buvinic – Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación