¿Cristianos del Templo o cristianos del Camino?
Somos testigos de tensiones entre quienes se preocupan por el Evangelio y quienes viven con miedo de perder su identidad católica, releer y reinterpretar el capítulo noveno de Dei Verbum puede ser una iniciativa terapéutica autocrítica. Lo que se discute es la relación entre Tradición y Escritura, unidas en una misma matriz espiritual. Lo que está en juego, relectura con vocabulario latinoamericano, es la tensión entre cristianos del Templo y cristianos del Camino.
En primer lugar, es necesario resumir lo que todas las teologías -incluido el Magisterio- nos dicen sobre la tradición. Hay una Tradición con T mayúscula, inmutable e irreformable -que puede, sin embargo, crecer a través de la hermenéutica y la exégesis- y tradiciones-tradiciones con T minúscula, resultado de contextos históricos que las sugirieron y que pueden y a veces deben ser modificadas y descartados por fidelidad al Evangelio.
Todo sería más sencillo si bastara con esta afirmación de la prioridad normativa de la Palabra sobre la Tradición. De hecho, no podemos ignorar que esta dialéctica entre Evangelio y Tradición está ampliamente presente en el Nuevo Testamento, hasta el punto de erigirse también en un normando de compleja fidelidad a la comunión eclesial.
Por ejemplo en Juan XXIII, en Medellín, en sectores significativos del episcopado latinoamericano en el período de las dictaduras militares. Recordamos también que el propio Concilio Ecuménico Vaticano II revela esta duplicidad, donde la inspiración evangélica y la fidelidad a la Tradición están presentes en los mismos documentos. Y este dilema ciertamente puede describirse, no resolverse, mediante la reflexión teológica, por lo que debe vivirse fraternalmente en las comunidades.
Las víctimas de la sana doctrina
Es una tensión que persiste en las posiciones antijurídicas, radicales o moderadas, del período posterior al Concilio. Pensemos, por ejemplo, en la teología de Leonardo Boff, en el libro Iglesia, carisma y poder . Y recordamos la sentencia impuesta por la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Y con Boff, hay que recordar la larga lista de juzgados y condenados: Hans Küng, José María Castillo, Gustavo Gutiérrez, Juan Antonio Estrada. Jacques Dupuis, Ivone Gebara, Lavinia Byrne, Jon Sobrino, Bernhard Häring, Charles Curran, Marciano Vidal, Charles Curran, Roger Haight, Eugen Drewermann, Tissa Balasuriya, Yves Congar, Edward Schillebeeckx, Piet Schoonenberg…
No fueron sólo los teólogos: fueron las Iglesias y los pueblos, con sus sueños de vida en plenitud y justicia, los que fueron negados y escondidos.
Después de décadas caracterizadas por la defensa de la doctrina, parece que algo está cambiando con el Papa Francisco, pero sería ingenuo creer que quienes, en la historia de la Iglesia, representan el carisma, la profecía, la novedad perenne del Evangelio , como oposición a los poderes de este mundo, no somos minorías sujetas a persecución y muerte.
Los acontecimientos actuales nos muestran una vez más esta tensión perenne entre el Papa Francisco y los defensores de la tradición jurídica y doctrinal, que el obispo de Roma supuestamente desobedece.
Nuestra historia nos enseña que este conflicto normativo y constitutivo puede administrarse en el contexto de la fraternidad y sororidad eclesial o, en el peor de los casos, puede provocar soluciones cismáticas dolorosas y antievangélicas. Donde -es prioritario no olvidarlo- la fraternidad pasa necesariamente por la Cruz de Jesús y sus testigos; Cruz que es la victoria definitiva sobre la muerte y la soberbia del Templo y del Palacio.
Flavio Lazzarin – Roma