La dignidad de Chile son sus niños y niñas
Hace décadas, los niños y niñas de Valparaíso miraban hacia la Bahía de Quintero, donde se asomaba la primera chimenea de la fundición Ventanas, y le preguntaban a su familia qué era eso. “Eso, hija, es el gigante que fuma”, les respondían los mayores. Y efectivamente, cerro y chimenea dibujaban en el horizonte la silueta de un hombre acostado, fumando. Respuesta que en aquel momento hacía sentido.
Chilectra y Enami Ventanas (cuya fundición tuvo que ser comprada por Codelco en 2004) fueron las primeras en llegar a la zona en 1958 y 1964, respectivamente. Más tarde lo hizo Oxiquim, Gasmar, Enap, y las hoy 20 empresas que nublan la infancia de la zona, vulnerada por constantes episodios de contaminación y aumentos drásticos de dióxido de azufre; con cierres de escuelas para que las industrias -en su mayoría privadas- siguieran funcionando.
Hoy el ‘gigante que fuma’ ya no tiene cuerpo, ni siquiera se vislumbra la bahía la mayoría de los días, debido a la nube que de ahí emana. Como cada 11 de julio, en medio del frío, conmemoramos en Chile el Día de la Dignidad Nacional, porque en 1971 el Congreso Nacional aprobó la Ley 17.450: la nacionalización del cobre, proclamada por el Presidente Salvador Allende. Resulta paradójico que hoy la misma industria del cobre cause estragos en los territorios donde se instalan y también en sus brazos contaminantes. 48 kilómetros al interior de Quintero y 120 kilómetros al norte de la ciudad de Santiago se ubica la localidad de El Melón, pueblo pobre y de tradición minera que por décadas ha soportado al vecino abusivo que ha contaminado su aire, suelo y aguas, con un relave que guarda desechos mineros, que en su gran mayoría vienen de la industria privada. Al igual que el material que recibe Codelco en su fundición en Ventanas.
Es aquí donde ambas comunidades se conectan. Así la dignidad que trajo la nacionalización del cobre a nuestro pueblo se desdibuja, donde el modelo extractivista y depredador ha privilegiado la producción e inversión privada por sobre la salud y la vida de las personas. Asimismo, la minería y la industria energética, a través de decenas de empresas, han saturado Tocopilla, Mejillones, Huasco y Coronel, sin criterios. De esta manera, el extractivismo ha evidenciado una completa indiferencia con quienes habitan zonas de sacrificio y territorios saturados medioambientalmente que, por regla, siempre suelen ser sectores económicamente vulnerables, donde ese desarrollo económico solo llena los bolsillos de unos pocos, dejando pueblos y comunidades completas a su merced.
Cuando en minería se necesita botar desechos, los pobladores pobres somos quienes tenemos de manera forzosa que acoger a los relaves mineros, como en El Melón, Tiltil o en Alhué. Cuando la industria forestal y de celulosa necesitó terrenos, la dictadura no dudó en entregar todo, despojando al pueblo mapuche una vez más de sus tierras. Napas contaminadas y monocultivo destrozando territorio son otra muestra de esta indiferencia que mencionamos. Una que pasa por sobre las comunidades y cuya mirada de desarrollo es dudosa.
Y con ello no apuntamos a eliminar todas las industrias, eso sería desconocer la política económica y la necesidad laboral de nuestro pueblo. Se trata de emparejar la cancha, reconfigurar hacia dónde va la inversión pública. Recordemos que Codelco Ventanas es una empresa que al menos desde 2009 ha generado pérdidas millonarias que el Estado debió asumir y cuya refinería soluciona a empresas privadas en su mayoría. Con ello, creemos que Chile debe avanzar en una industria pública, que impulse una nueva perspectiva.
Una que garantice el derecho a la ciudad, que se valga de los nuevos mecanismos de participación popular garantizados en la futura nueva Constitución y sean las comunidades quienes elijan. Un futuro para las infancias donde ellos y ellas escojan y no se les fuerce a vivir rodeados de contaminación, y a la vez las empresas instaladas en sus territorios deban por obligación tributar en sus comunas, y no en Las Condes o Vitacura donde se alzan las casas administrativas de cada órgano extractivista.
La autonomía financiera y de poder de los territorios en resistencia es una bandera de la que esta nueva Constitución se hace cargo, y creemos es fundamental para garantizar nuevamente la dignidad nacional, para que el día de mañana nuestras niñas y niños vean correr los ríos y respiren aires limpios. En concreto, que nuestras niñas y niños sean felices.
Karen White / Fresia Ramírez – Chile