Los héroes nuestros de cada día
Ayer recordamos, como cada 21 de mayo, el heroísmo de Arturo Prat. Fue un día feriado, muchos descansaron, hubo desfiles y discursos honrando la memoria de un hombre que cumplió con su deber más allá de lo esperado.
Parece no estar de más recordar que lo heroico en la vida de una persona no es, simplemente, la forma en que muere o la realización de algunos hechos o hazañas puntuales, sino la forma en que vive, ama, lucha, trabaja, anima la esperanza de otros, y así -en cualquier momento- cuando se presenta la ocasión, es capaz de ir más allá de lo esperado o de lo que se considera un comportamiento habitual.
Eso fue lo que ocurrió con Arturo Prat; sin embargo, y lamentablemente, se le rinde homenaje casi solamente por las circunstancias en que murió, pero poco se le recuerda por la forma en que vivió: hombre honrado y de bien, esposo ejemplar y padre amoroso, jurista y constitucionalista eminente, hombre profundamente religioso. Es, pues, el conjunto de valores que animan la vida de una persona los que van modelando a un héroe como alguien capaz de animar la esperanza en medio de su pueblo, y que con el testimonio de su vida va mostrando un ideal de solidaridad, de servicio y entrega.
Sin embargo, si nos ponemos a pensar en las lecciones de historia que la mayoría hemos recibido, no deja de ser inquietante constatar que, en la memoria histórica que se transmite, aparezca como heroico sólo aquello que está rodeado de balazos, cañonazos, cargas de caballería o buques hundiéndose y, en cualquier caso, muertos por lado y lado.
Por eso es bueno dirigir la mirada hacia los héroes de cada día, esos que no tienen monumentos ni calles con su nombre, pero que nos muestran la heroica solidaridad en la vida cotidiana de nuestro pueblo.
Recuerdo, por ejemplo, a la señora Rosa. La conocí hace algunos años; mamá de cinco hijos, ya todos casados, y con doce nietos. Era toda una autoridad en su población, y de ella nadie tenía algo malo que decir.
La señora Rosa acompañaba a los enfermos, iba a cocinar y lavar a algunos ancianos solos; cuando fallecía alguien, pasaba por las casas recolectando dinero para ayudar a la familia del difunto, y luego creaba un ambiente de oración en el velatorio; era catequista en la parroquia y enseñaba a coser a las jóvenes. Como si fuera poco, formó un grupo en la población para ir cada semana a la cárcel a visitar a los presos que no tenían a nadie y llevarles algo de lo que necesitaran. Nunca se le oyó murmurar sobre otras personas, su sonrisa contagiaba y, nadie sabía cómo, pero se hacía tiempo para todo.
Un día, la señora Rosa me contó que a los 30 años quedó viuda y con cinco chiquillos. Me habló de las injusticias y humillaciones que pasó trabajando como empleada de casa particular, y cómo en las noches fue aprendiendo a leer y escribir, y también a coser; me contó que el patrón de la fábrica de ropa en que trabajaba, trataba de aprovecharse de ella porque era una mujer sola. Y fue saliendo adelante con sus chiquillos, les dio buenos ejemplos y educación. Y ahí está doña Rosa con una sonrisa en los labios, animando la esperanza y siendo un ejemplo de vida en su población, reconocida por todos y siempre sencilla y cercana para todos.
Hay muchos héroes y heroínas en nuestro pueblo: están los de las grandes fiestas -que son memoria del pasado-, y están los de cada día, que con su ejemplo nos renuevan la esperanza en el ser humano, en sus capacidades de bien, en las posibilidades de ir haciendo una vida buena para todos. Vale la pena poner atención a tantas vidas sencillas y generosas que nos muestran lo mejor de nuestro pueblo; ciertamente todos podemos aprender mucho de ellos y ellas.
Marcos Buvinic Martinic
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación