Comienza una nueva Globalización
La globalización, tal como la conocíamos ‒hasta la pandemia‒ era asimétrica. El capital podía desplazarse sin apenas trabas, mientras que la clase trabajadora permanecía en general atrapada dentro del país en que vivía cada cual.
Esta mayor movilidad del capital, a diferencia de las décadas de posguerra, antes de iniciarse esta fase de la globalización, fue posible gracias a las mejoras de la tecnología bancaria y al establecimiento de unas reglas mucho más flexibles (cuentas de capital abiertas) para la transferencia de capitales al extranjero. Pero tal vez el factor más importante fue la expectativa de que cualquiera podía invertir en lugares muy lejanos sin correr un riesgo significativo de que sus activos fueran expropiados o nacionalizados.
La nueva globalización que emerge ahora también parece asimétrica, pero exactamente a la inversa de la anterior. El trabajo se tornará cada vez más global, mientras que los movimientos de capitales se verán fragmentados. ¿Cómo se ha producido esto?
La globalización del trabajo será posible gracias al teletrabajo. Mientras que la tecnología requerida ya existía antes de la pandemia, la Covid-19 ha propiciado un cambio decisivo a favor de un uso más frecuente. Empresas y trabajadoras han descubierto que los trabajos que antes requerían supuestamente la presencia física podían llevarse a cabo desde casa, o por decirlo de otra manera, desde cualquier parte del mundo.
La globalización del capital, por el contrario, evoluciona en sentido contrario. En su caso, las razones son geopolíticas, aunque hasta cierto punto también fiscales, dado que la implementación de un impuesto de sociedades global mínimo del 15 % hace que la elusión fiscal mediante la ingeniería contable resulte menos atractiva.
La geopolítica tiene que ver con las crecientes tensiones y conflictos entre EE UU por un lado y Rusia y China por otro. Independientemente del resultado del conflicto en torno a Ucrania (totalmente impredecible en el momento de escribir estas líneas), Rusia será objeto ‒no importa si la próxima semana o el año que viene‒ de amplias sanciones económicas y comerciales. Esto apartará básicamente un pedazo de la economía mundial de la globalización financiera.
Si un número suficiente de capitalistas llegan a la misma conclusión sobre la falta de seguridad de sus haberes, tratarán de aparcarlos en lugares en que es menos probable que interfieran decisiones políticas. Podría tratarse de Singapur, Bombay u otras plazas de Asia. Cabe imaginar el dilema de ricos hombres de negocios de Hong Kong cuyos bienes podrían ser expropiados por las autoridades chinas o, en caso de que lograran transferirlos a EE UU, por las autoridades estadounidenses del momento; expropiados por no ser suficientemente cercanos al Partido Comunista de China o… por ser demasiado cercanos.
Una politización drástica de la coerción financiera comportará inevitablemente la fragmentación de los movimientos de capitales. Mientras que en el pasado los oligarcas huían a EE UU y al Reino Unido, creyendo ‒aparentemente con razón‒ que independientemente del origen de su fortuna, esta sería bienvenida en Occidente, ahora puede que huyan a otros lugares. De este modo, crearían sin saberlo un mundo financiero más multipolar.
Branko Milanovic / Economista