Salvador Allende y los cristianos 1970-1973.
Hoy, 11 de septiembre, se cumplen 48 años del brutal golpe de Estado que derrocó al Presidente Constitucional de Chile, Salvador Allende Gossens. Ni la fuerza de las armas, bombardeos, torturas, desapariciones, exilio y crímenes atroces logran borrar la Memoria histórica del Presidente Mártir que sigue viva en medio del Pueblo a través del tiempo.
Es necesario tener una mirada histórica- retrospectiva de cómo en esos tres años de gobierno de la Unidad Popular, no solo se respetaron los derechos ciudadanos, sino que Allende -sin ser católico- respetaba profundamente toda creencia religiosa como lo demostró tantas veces siendo Senador de la República y, además, cultivó una sincera amistad con el recordado cardenal Raúl Silva Henríquez, que por esos años 70’ era un prominente Salesiano, Arzobispo de Santiago y mantenía una fluida comunicación directa con el Papa Paulo VI.
Muchos historiadores y cronistas recuerdan que al otro día de producido el triunfo del doctor Allende, el presidente electo recibió en su residencia de calle Guardia Vieja a un grupo de sacerdotes y religiosas que trabajaban y vivían en sectores populares e incardinados en la arquidiócesis de Santiago. En ese cordial y original encuentro una religiosa le comentó al presidente electo que ellas esperaban que se mantuviera el “respeto hacia nosotras…las consagradas…”. A lo que Allende, en forma inmediata y sin titubeos respondió que; “siempre he respetado la fe católica y en mi Gobierno esto se mantendrá, eso se los garantizo”.
También, durante el gobierno popular se produce un acontecimiento histórico; se organiza un grupo diverso que se denominó Cristianos por el Socialismo, como una forma efectiva de apoyar el programa del gobierno allendista. Llegan al país intelectuales, teólogos, religiosos, periodistas que querían conocer más de cerca esta inédita “opción” de cristianos que apoyaban resuelta y activamente a un gobierno que avanzaba hacia el socialismo en forma pacífica. Es decir, una especie de no violencia activa al servicio de la justicia social y al cambio profundo de las estructuras de opresión capitalista. Tal y como lo dijeron, en diversos momentos, los recordados sacerdotes; Gonzalo Arroyo, Esteban Gumucio, José Aldunate, Mariano Puga, Pablo Richard y el Capellán de La Moneda en ese especial período histórico; P. Rafael Maroto.
Por estas razones de opción de conciencia y otras no menos importantes, fueron miles los jóvenes y estudiantes católicos que se sintieron identificados con el proceso político-social impulsado por la Unidad Popular y por el genuino carisma del presidente Allende. La necesidad y el compromiso de producir profundos cambios en la sociedad chilena y optar, decididamente por los más pobres y excluidos, estaba en plena sintonía con la praxis y líneas de acción del Evangelio y, así, lo captaron esos miles de creyentes que se involucraron en esa nueva e inédita experiencia política- revolucionaria. Este compromiso militante con las causas justas y de bien común, en parte explica, por qué la dictadura militar descargó también su odio y represión brutal, desde el primer día del golpe de Estado, en contra de cristianos y cristianas no solo con presencia en la base popular, sino que esparcida pródigamente en el mundo universitario y profesional.
Hoy, a más de 50 años del histórico triunfo de Salvador Allende, el presidente heroico está en la historia de la humanidad como un destacado y respetado estadista fiel a sus principios socialistas, leal hasta el fin con las justas causas del pueblo y, que cumplió su palabra de que bajo su gobierno todas las creencias religiosas gozarían de plena libertad para su misión esencial cual es la evangelización a la luz de las enseñanzas de Jesús el Nazareno.
En cambio, el dictador Pinochet y su banda criminal están señalados en el mundo como unos traidores genocidas y responsables últimos de todas las graves violaciones a los derechos humanos ocurridas dentro y fuera de Chile en esos oscuros 17 años. También, cargará para siempre con el peso criminal por las torturas y asesinato inmisericorde de los sacerdotes-misioneros; Juan Alsina, Miguel Woodward, Gerardo Poblete sdb, Antonio Llidó y André Jarlan.
«Los mil días de la Unidad Popular fueron ciertamente un acontecimiento memorable que impactó en su tiempo y levantó esperanza no solamente en Chile sino en todo el mundo…La Unidad Popular constituyó un hito que nos entregó grandes valores. Los cristianos veíamos en este tiempo como se iba esbozando la realización de las grandes metas de Liberación preconizadas por el Evangelio…». (P. José Aldunate / Seminario Internacional ‘Mientras haya memoria, habrá Esperanza’, convocado por el Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz y la revista “Reflexión y Liberación” – 21 /7 /1995 en el Centro Diego Portales).
Jaime Escobar M.
Director de revista “Reflexión y Liberación.