Diciembre 22, 2024

El no saber místico “mulato”: una (posible) lectura a la poesía de Nicolás Guillén

 El no saber místico “mulato”: una (posible) lectura a la poesía de Nicolás Guillén

En el siguiente planteamiento, quisiera proponer una lectura personal a algunos versos del extenso poemario del cubano Nicolás Guillén (Camagüey 1902 – La Habana 1989), lectura realizada desde la categoría mística de la nube del no-saber. La vinculación mística y poesía es un elemento recurrente en varios autores, y expresa un vínculo que posiciona a ambas manifestaciones lingüísticas, espirituales y culturales como espacios para pensar la realidad y, en ella, tratar de reconocer cómo lo sagrado y la presencia divina se puede encontrar (Underhill, 2015; Zambrano, 2013; Pfeiffer, 2018).

 Dice el poeta cubano Nicolás Guillén en su poema Agua del recuerdo:

“Nada sé, nada se sabe,

ni nada sabré jamás,

nada han dicho los periódicos,

nada pude averiguar,

de aquella mulata de oro

que una vez miré al pasar,

moño de seda en la nuca,

bata de cristal,

niña de espalda reciente,

tacón de reciente andar”[1]

Al leer estas palabras del poeta Guillén, una de las más grandes voces líricas del Caribe mulato y negro, va surgiendo, en mi lectura personal de estos versos poéticos, la imagen que el místico anónimo inglés del siglo XIV nos regala en su Nube del no saber[2]. Esta obra se puede comprender desde las siguientes perspectivas:

“La nube del no saber es seguramente la obra más notable producida por la escuela mística inglesa del siglo XIV y uno de los textos clásicos de la literatura religiosa en lengua inglesa. Dirigido a un joven discípulo con el fin de guiarle en el ejercicio de la contemplación, esta obra combina la viveza de la descripción de una experiencia espiritual personal con la pretensión del autor de transmitir esta experiencia con un lenguaje directo y sencillo”[3].

Es sugerente lo anterior, en cuanto los místicos, y luego de haber realizado su propia experiencia de encuentro con lo divino, colocan en palabras simbólicas lo que ha sido su camino a fin de que otros puedan adentrarse en el ejercicio contemplativo[4]. Así, en la introducción a la Nube, su anónimo autor le dice al lector que, según sus palabras, es aquél que comienza un camino particular de contemplación:

“Te pido, mi querido amigo en Dios, que estés alerta y atento al camino por el que avanzas en tu vocación. Y agradece a Dios esta llamada, pues con la ayuda de su gracia podrás mantenerte firme frente a los sutiles asaltos de los enemigos que te acosan desde dentro y desde fuera, a fin de que puedas ganar el premio de la vida eterna. Amén”.

La contemplación a la que el místico invita al discípulo supone un avanzar en una búsqueda que va más allá de los estados rutinarios, búsqueda movida por un profundo deseo de encuentro con lo divino. Este deseo es llamado en otros momentos de la Nube como “ardiente deseo”[5] el cual se dirige, en palabras del místico anónimo como un camino “hacia la forma más alta y definitiva de amor que he llamado perfecta”. Lo sugerente de este camino tiene que ver con el modo de avanzar por él. Al no estar en mi intención realizar toda una presentación de la obra inglesa, sino más bien realizar una lectura personal del poema guilleniano desde la figura de la Nube, quiero referirme solamente y de manera breve a las condiciones que enmarcan el ejercicio contemplativo del místico-discípulo. Considero que estas condiciones previas dadas a conocer el por anónimo al discípulo pueden vincularse (de manera aproximativa) con el verso poético de Nicolás Guillén en Agua del recuerdo.

La humildad mística

El punto 2 de la Nube lleva por título “Breve exhortación a la humildad y a la actividad contemplativa”. La exhortación comienza por la invitación a que el discípulo se conozca a sí mismo, y que reconozca que es mortal y, por tanto, que posee sombras y momentos de crisis. Así mismo, el maestro le indica que el enemigo (asumimos el mal espíritu o el demonio) le seducirá a descansar en “sus laureles”, ante lo cual el discípulo debe estar en permanente estado de alerta. Por ello dice el autor de la Nube:

“No te engañes pensando que eres mejor y más santo porque fuiste llamado o porque has avanzado en la vía singular de la vida. Por el contrario, serás un desgraciado, culpable y digno de lástima, a menos que con la ayuda de Dios y de su dirección hagas todo lo que está en tu mano para vivir tu vocación. Lejos de engreírte, deberás ser cada vez más humilde y entregado a tu Señor al considerar lo mucho que se ha abajado hasta llamarte aquel que es el Dios todopoderoso, Rey de reyes y Señor de los señores. Pues de todo su rebaño te ha elegido amorosamente para ser uno de sus amigos especiales[6]

La humildad mística es el comienzo de la preparación de la actividad contemplativa. Evelyn Underhill, una de las conocedoras más sugerentes de la Nube y gran mística anglicana de comienzos del siglo XX dice que el místico debe desarrollar la llamada “desnuda simplicidad de su espíritu, cara a cara con eso Otro que no es él mismo y del cual han surgido los materiales de su industria. En esos momentos, la conciencia humana asciende del pensamiento a la contemplación”[7]. Esta desnuda simplicidad tiene que ser consciente de los límites del pensamiento y de la cualidad mortal de la propia existencia. Por ello Underhill indica que se necesita trabajo y esfuerzo para liberar el alma de la arrogancia y, de esa manera, entender que el místico y el poeta sólo perciben fragmentos de una Totalidad.

El no-saber: fundamento de la contemplación mística

 Junto con la conciencia de la humildad mística, el autor de la Nube le recuerda al místico que la experiencia más plena es la del encuentro con Dios y su gracia, un Dios que creó al ser humano a su imagen y semejanza, el Dios que compartió el camino en la historia de la Salvación y que en su Hijo encarnado nos ha dado pruebas de su amor. La gracia de Dios, el amor inicial y original, con ello, es lo que permite al místico poder llegar a la plenitud del encuentro. Pero es en este proceso de encuentro y purificación en donde el místico también experimentará los momentos de oscuridad y de no-saber. En palabras el autor de la Nube:

“Es natural que al comienzo no sientas más que una especie de oscuridad sobre tu mente o, si se quiere, una nube del no-saber. Te parecerá que no conoces ni sientes nada a excepción de un puro impulso hacia Dios en las profundidades de tu ser. Hagas lo que hagas, esta oscuridad y esta nube se interpondrán entre ti y tu Dios. Te sentirás frustrado, ya que tu mente será incapaz de captarlo y tu corazón no disfrutará las delicias de su amor. Pero aprende a permanecer en esa oscuridad. Vuelve a ella tantas veces como puedas, dejando que tu espíritu grite en aquel a quien amas. Pues si en esta vida esperas sentir y ver a Dios tal como es, ha de ser dentro de esta oscuridad y de esta nube. Pero si te esfuerzas en fijar tu amor en él olvidando todo lo demás -y en esto consiste la obra de contemplación que te insto a que emprendas-, tengo la confianza de que Dios en su bondad te dará una experiencia profunda de sí mismo”.

Pienso, a modo personal, que este párrafo es el extracto más hermoso de la invitación mística del anónimo inglés, en cuanto expresa que a Dios sólo lo experimentamos en la oscuridad, en la nube del no saber, en la experiencia de la crisis de conocimiento que sobre Él vamos teniendo. La experiencia mística supone la frustración, la incapacidad de captar lo Absoluto, la experiencia del desánimo del corazón. Y, esto es lo más sugerente y por qué no decir paradójico: es necesario volver a la nube cuantas veces sea necesario. La humildad mística que anteriormente expresó el maestro místico tiene que ver con ello, a saber, no considerarse como un privilegiado, sino que, en medio de la conciencia de lo frágil, hacer experiencia de la propia nube de oscuridad. Apresar a Dios no es la mística, sino que es permitir que en medio del camino místico Dios vaya siendo encontrado, en cuanto Él ha querido encontrarse con el ser humano. Hacia el final de la instrucción aparece un elemento también sugerente: Dios se encuentra dentro de la nube y de su oscuridad, y se encuentra con la posibilidad de que el místico tenga la experiencia profunda con el Divino.  Resuenan aquí los textos de la nube del desierto en Éxodo 13,17-22; Éxodo 24,16; Éxodo 40,36 o también la experiencia de la Transfiguración en donde desde la nube Dios habla y da testimonio de Jesús (Cf. Mateo 17,5).

La poética (mística) de Nicolás Guillén: la mulata de oro de la que no se sabe

 El poema Agua del recuerdo de Nicolás Guillén presenta, como tema central, el encuentro del poeta con una mulata de oro a la que vio pasar y que, por haberla visto, se desencadenó una serie de sensaciones y emociones en el corazón del poeta. Agua del recuerdo comienza con una pregunta y una constatación:

 “¿Cuándo fue? No lo sé. Agua del recuerdo voy a navegar”[8]

La presencia de la búsqueda, de una interrogación y de un camino o de una navegación nos recuerda al motivo místico de la nube del no-saber, la cual también comienza por la búsqueda deseosa de encontrarse con Dios a través de un camino de contemplación. En otro poema llamado A Julieta, Nicolás Guillén vuelve sobre el deseo de ir hacia una mujer llamada Julieta:

“Un poeta sin dolor mentiroso, ni anhelo de morir, sino con el sencillo gozo de ir hacia usted. De ir hacia usted corriendo como quien va a través de un campo en primavera, tragando el aire húmedo en la carrera, el pie desnudo sobre el camino desigual, la piel sudada bajo el sol matinal (…)”[9]

 Y, hacia el final del poema, Guillén reconoce que para llegar a Julieta es necesario subir a las altas cumbres, como fin de un camino de búsqueda y de interrogación por el sentido de las cosas:

“Me muerde una secreta ansia de investigar lo que hay detrás de usted misma, como un rayo que rasga un pedazo de cielo; saber cómo es que a veces su sonrisa se viste de un relámpago triste; saber qué amargas heces apura usted; trepara la cumbre más alta de su espíritu, y en ella encender sabe Dios qué apagada lumbre y revivir sabe Dios que muerta estrella”[10].

Así como en Aguas del recuerdo en donde el poeta se sumerge en la navegación que busca a la mulata de oro, en A Julieta el yo poético de Guillén reconoce que el poeta es aquél que va hacia la amada. En la mística, por ejemplo, la de Juan de la Cruz, encontramos también el motivo del itinerario erótico y amoroso que el alma emprende hacia el encuentro con el Amado, como figura de Dios. Guillén invita a caminar hacia las cumbres para encontrarse con la mujer que tiene el poder de dar luz y de dar vida a las estrellas, marcando una sugerente gramática de creación de un tiempo nuevo o de un espacio cósmico nuevo.

La mulata de oro y Julieta, como figuras de la amada por el poeta, poseen el elemento común de haber sido vistas por el hablante de los versos guillenianos. En Agua del recuerdo, Guillén indica que la mulata pasó y él la miró pasar. También se describen sus facciones y su atuendo (un moño de seda, o que poseía una espalda reciente y una bata de cristal). Podríamos aventurar que el poeta quedó prendado de la belleza de la mulata y que su visión lo hace querer buscarla o recordarla, elemento transversal en varias poesías del cubano.

El místico en las tradiciones judías y cristianas es aquél/aquella que han tenido una experiencia de Dios pero que no pueden capturarlo y que, por haber experimentado su presencia desean encontrarlo. Aquí aparece con fuerza la nube del no-saber, marcada en los versos: “nada sé, nada se sabe ni nada sabré jamás”, con los que finaliza Agua del recuerdo. La pregunta es un elemento inherente a la experiencia mística y poética de Guillén, y es gracias a ella que el alma del poeta comienza a aventurar el dónde encontrar a la mulata de oro. La belleza de la mulata o de Julieta, podemos pensarlas como la presencia y manifestación de lo divino que transita por las experiencias históricas y cotidianas del poeta o del místico, por lo que Guillén denomina el reciente andar. La presencia de lo totalmente otro, del amado, la amada, el Amado-Dios, presencia que se esconde y deja en deseos al místico-poeta, permite que el eros interior se despierta y comience un proceso de preguntas y de búsquedas, proceso que, en la poética de Guillén, termina con la consideración de que la amada nunca podrá ser capturada.

 Al finalizar

 Al comienzo de este planteamiento de lectura personal a algunos poemas del cubano Nicolás Guillén, expuse que presentía reconocer la figura de la nube del no-saber, como imaginario místico que supone el buscar a Dios en medio de la tiniebla de la incerteza, de lo no totalmente conocido y expuesto y de entender cómo Dios es una realidad que no se deja apresar por las palabras humanas. El místico, con ello, es una figura de aquél que emprende un itinerario hacia Dios, el cual precisa de la humildad y del reconocimiento de la propia fragilidad, en cuanto expresión de los modos de caminar tras el Dios Amado. Estos elementos tan propios de la mística pueden ser comprendidos desde la poética particular de Guillén, para quien la búsqueda de la amada, en las figuras de la mulata de oro y de Julieta, supone una experiencia de haberlas visto, de reconocer que ellas lo conmovieron y que, por dicha conmoción o deseo interno (elemento también presente en la Nube del no saber) hace que el poeta emprenda una navegación o una subida a las altas cumbres para buscarlas y encontrarlas. El camino o la navegación, elementos comunes a la mística y a la poesía, manifiestan una fractura, en cuanto el amado-el místico-el que ha visto a la mujer no pueden alcanzarla totalmente. Poeta y místico deben aprender a vivir en medio de la nube del no saber y de sus preguntas, nube que no es impedimento de tener la experiencia transformadora y amorosa, sino que es la condición de hacer posible el encuentro, sabiendo que ese encuentro nunca podrá capturar totalmente ni a Dios ni a la amada. Se deja, con ello, la llamada de atención a que nuestro conocimiento sobre la realidad siempre es limitado, fragmentado y simbólico, pero que gracias a dichas experiencias el encuentro con lo Divino o con el sentido puede lograrse, aunque siempre de manera aproximativa.

 Juan Pablo Espinosa Arce

 

[1] Nicolás Guillén, Poemas de amor y música de cámara (Editorial Andrés Bello, Chile 1999), 27

[2] Versión online en: https://www.cartuja.org/wp-content/uploads/2017/07/La-nube-del-no-saber.pdf

[3] https://www.herdereditorial.com/la-nube-del-no-saber (Todas las citas que utilizaré en esta reflexión están extraídas de esta versión)

[4] Gershom Scholem a propósito de lo anterior indica: “ya en el mismo momento en que el místico se esfuerza por esclarecer – reflexionando – su propia experiencia, en que trata de darle forma, y más aún cuando se propone comunicarla a otro, entonces aquella se le expresa necesariamente a él mismo dentro de un orden se símbolos e ideas convencionales” (Gershom Scholem, La cábala y su simbolismo (Siglo XXI Editores, México 2020), 7.

[5] Sugiero la lectura de la obra de Javier Melloni, El deseo esencial (Sal Terrae, Santander 2019). En esta obra Melloni vincula directamente el deseo con la vida espiritual. Así por ejemplo Melloni indica: “nos descubrimos atravesados de deseos, con un anhelo permanente de algo más” (p.11).

[6] Para el autor de la Nube se mantiene la conciencia de que Dios siempre está dispuesto a caminar y que espera la cooperación del contemplativo. La mística, con ello, es un camino que Dios realiza con el ser humano.

[7] Evelyn Underhill, La práctica del misticismo (Trotta, Madrid 2015), 27.

[8] Nicolás Guillén, Poemas de amor y música de cámara (Editorial Andrés Bello, Chile 1999), 26

[9] Nicolás Guillén, Poemas de amor y música de cámara (Editorial Andrés Bello, Chile 1999), 38

[10] Nicolás Guillén, Poemas de amor y música de cámara (Editorial Andrés Bello, Chile 1999), 40

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