Lo que tú y yo podemos hacer ante la crisis ecológica
En la columna del domingo pasado me referí al lugar central que tiene la experiencia espiritual que podemos hacer ante la naturaleza como la base de una relación armónica con el medio ambiente del cual formamos parte.
Pude recibir comentarios de muchas personas que manifestaban que en su experiencia era verdad que, cuando el ser humano deja de maravillarse ante la belleza y grandeza de la obra del Creador, se vuelve en un depredador de la naturaleza. Sin esa experiencia espiritual, el ser humano devasta la creación y la trata como materia a explotar, en lugar de aquel “jardín” en el que -según el lenguaje bíblico- Dios puso al ser humano para que “lo cuidase y lo trabajase”. Este es el drama de nuestro tiempo y su vacío espiritual, que es el fundamento humano de la crisis ecológica que vivimos.
En medio de tantas situaciones que convulsionan nuestra vida y nuestro mundo, y en medio de tanta agitación en la política electoral y en los trabajos de la Convención Constituyente, el reclamo de la tierra maltratada por quienes tenemos que cuidarla y trabajar armónicamente con ella, se manifiesta con una fuerza que parece incontrolable en la pandemia y en el cambio climático.
La pandemia ha trastocado toda la vida, y seguimos sufriéndola entre la esperanza de superarla y la incertidumbre acerca de lo que puede ocurrir con las nuevas variantes del virus. El cambio climático va dejando un reguero de catástrofes por el mundo entero: inundaciones devastadoras en muchos países, incluso en medio del verano europeo; sequías nunca antes vistas, como la que afecta a nuestro país y que, según los expertos, llegó para quedarse; olas de calor que en muchos países producen incendios incontrolables y nos hacen preguntarnos qué pasará en el verano en nuestro país, etc. La lista de problemas es interminable si consideramos el agotamiento de los recursos naturales. Todo indica que algo muy poderoso se está moviendo en nuestro mundo herido, y algo tenemos que hacer para cuidarlo y trabajar armónicamente con él.
No hay recetas simples, sino que todos podemos asumir una responsabilidad compartida en el cuidado de la Casa Común, la cual comienza por una verdadera revolución que tenemos que hacer en nuestro modo de relacionarnos con la naturaleza, y eso tiene que ver con nuestra manera de pensar, de sentir y de interactuar con la creación que nos rodea y de la que somos parte.
Todo comienza con cultivar la convicción y la esperanza de que es posible otra relación más armónica con toda la naturaleza y respetando sus límites. Cultivar esta convicción va de la mano de considerar que la crisis ecológica no es una tragedia definitiva, sino que es una oportunidad de cambio hacia una sociedad más respetuosa e incluyente, en una tierra que es finita y con recursos limitados.
También se trata de cultivar -en serio- la “inteligencia emocional”, de manera de crecer en sensibilidad afectuosa, en compasión y admiración por la naturaleza y las demás personas, porque de allí surge una mirada nueva y una creatividad respetuosa ante las diversas manifestaciones de la vida. Esta sensibilidad va de la mano del respeto por las diferencias culturales y de la valoración de las tradiciones espirituales de la humanidad, de la sabiduría campesina, de la sabiduría de los pueblos originarios, y la de los científicos, empresarios y políticos que trabajan con sentido ético y no doblan sus rodillas ante el mercado y el afán de lucro.
Todos podemos reflexionar a partir de nuestra propia experiencia y reconocer que todos los seres tenemos un sentido y valor; somos interdependientes y tenemos un destino común que nos hermana hoy y en la construcción de un futuro mejor para todos. Cultivar estas convicciones y actitudes requiere tomar en serio que los problemas no tienen una solución única de la que alguien sea propietario, sino que las soluciones sólo pueden venir del diálogo, de ese diálogo en el que es necesario ponerse en el lugar del otro y mirar las situaciones desde la vereda de enfrente; eso permite asumir que la realidad tiene dimensiones diferentes y complementarias.
También, todos podemos cultivar un estilo de vida más sencillo y más simple, que salga al encuentro de la borrachera consumista. La experiencia muestra que se puede vivir mejor con menos, y que la ansiedad por tener y parecer son enemigos de la felicidad humana. Seguramente, usted también podrá ver muchas otras cosas que tú y yo podemos hacer ante la crisis ecológica, y podrá ver y compartir otras convicciones, sensibilidades y actitudes que necesitamos cultivar, de manera que podamos convivir en la naturaleza siendo parte de la solución, en lugar de ser -sin más- una parte del problema.
P. Marcos Buvinic – Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación