Diciembre 22, 2024

Jericó y su metáfora

 Jericó y su metáfora

Estamos en la quinta semana de la Cuaresma.

La Semana Santa, con toda su carga de emociones, experiencias, de ese tránsito de muerte y vida, de recuerdos, de rituales cargados de tradición, de aromas, colores, sabores, se va haciendo presente en nuestra memoria y en el corazón. Quisiera pensar esta columna a considerando la ciudad de Jericó y las metáforas, símbolos y figuras que se pueden esconder detrás de su mención. Es una lectura desde un exceso de sentido, es decir, de tomar un lugar (Jericó) y pensar de qué manera su mención y los relatos evangélicos que se tejen en torno a esta ciudad nos pueden ayudar en esta última parte de la Cuaresma.

Y quisiera rescatar Jericó porque hay una sugerente transversalidad a esta ciudad en los días previos a la Pascua. Si miramos atentamente los relatos evangélicos, podemos encontrar anotaciones como las siguientes: “cuando salían de Jericó…” (Mateo 20,29); “Llegaron a Jericó, y cuando salían de Jericó… el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego…” (Marcos 10,46); “Sucedió que al acercarse él a Jericó…” (Lucas 18,35); “Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo” (Lucas 19,1-2). Los evangelios sinópticos ubican a Jesús en Jericó días antes de la Pascua. ¿Por qué los autores hacen esta mención? La razón es muy práctica: los peregrinos que subían a Jerusalén para la fiesta y provenían del norte del país (Galilea, sobre todo), realizaban la última estación de la peregrinación en Jericó. El camino era extenuante y era necesario hacer una última detención para comer y descansar. Y, algo muy interesante: hasta el día de hoy Jericó es la última estación de los peregrinos que van a la Tierra Santa que utilizan antes de llegar a Jerusalén. Personalmente he podido peregrinar por la Tierra de Jesús y siempre buscamos Jericó para celebrar la Eucaristía y, luego, poder comer en un restaurant llamado “El monte de las tentaciones”. Hasta aquí tenemos la primera posibilidad de comprender Jericó, en cuanto lugar de descanso y preparación para la última parte de la peregrinación a Jerusalén y la Pascua, posibilidad que podríamos denominar la cuestión histórica, cultural y práctica.

En esta primera posibilidad encontramos también un siguiente aspecto. Una de las primeras menciones que tenemos de Jericó en la Sagrada Escritura está presente en el libro de Josué, el cual narra la entrada definitiva del pueblo de Israel en la tierra prometida por Dios. Leemos en el libro de Josué que éste, estando cerca de Jericó, tiene una visión de un mensajero divino el cual se llama así mismo como el “jefe del ejército de Yahvé” (Jos 5,14). Lo interesante viene después. En el diálogo entre Josué y el personaje divino, encontramos una estructura similar al diálogo que Moisés tuvo con Dios en el Horeb (Ex 3): “quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es sagrado” (Jos 5,15). Según los teólogos de la Biblia, esta estructura indica que existe una suerte de traspaso de poder entre Moisés y Josué (Cf. Pablo Andiñach, 2011). El gesto del poder de Josué no está concentrado sólo en el caudillo. Por ello el autor sagrado hace mención del personaje divino, jefe del ejército de Yahvé, con lo cual Dios mismo estará con el pueblo en la empresa de conquista de la Tierra Prometida. Pablo Andiñach recuerda, además, que “no hay espacio para creer que serán ellos mismos quienes conquisten la tierra. Lo medios de Dios son sorprendentes: una prostituta los ayuda, las trompetas hacen temblar los sólidos muros, los temerosos israelitas vencen y dominan la ciudad” (2011), todo esto según la narrativa de Josué 6,1-16. ¿Qué sentido tiene la conquista de Jericó y el comienzo de la entrada a la tierra de la promesa? Pablo Andiñach nos sugiere lo siguiente: “la función específica de Josué es confirmar que la promesa de la tierra a los patriarcas fue cumplida por Dios en plenitud. Esta promesa junto a la de una descendencia numerosa son los dos grandes compromisos de Dios y este libro muestra que él no falló en concederlas” (2011). Con Jericó vemos a Yahvé comprometido con la suerte del pueblo. Dios está con el caudillo en la entrada del pueblo a la Tierra Prometida. La Pascua, el paso, está animado por Dios y no es solo una acción de los seres humanos.

Estos datos son fundamentales para comprender el lugar de Jericó para el mundo de la Biblia. Es a partir de ellos que quisiera proponer algunas pistas para pensar qué significado tiene para nosotros Jericó, su metáfora, su experiencia teológica y humana, vivencia realizada en el fin de la cuaresma y en las proximidades de la Pascua.

1. En primer lugar, la importancia de considerar cómo Dios está presente en medio de nuestra historia. Josué debe aprender a confiar en Dios – representado en el personaje divino – y en la fuerza que él da al pueblo que busca entrar en la tierra de la promesa. Esta presencia de Dios en las proximidades de Jericó la hemos de leer y fundamentar al momento de querer comprender a Jesús mismo en Jericó. Es muy interesante que las únicas menciones que tenemos de Jesús en la otrora ciudad conquistada están enmarcadas en dinámicas de sanación y liberación. Jesús sana a Bartimeo de su ceguera e invita a Zaqueo a experimentar la gratuidad de la conversión al proyecto del Reino. Jesús es el signo de la presencia salvadora de Dios.

2. En segundo lugar, el sentido de cómo en Jericó va irrumpiendo de una nueva ética. Una de las parábolas más entrañables de Jesús, el buen samaritano, tiene como escenario el camino que bajaba de Jerusalén a Jericó. Es conocido el relato: pasa al lado del hombre golpeado un sacerdote del templo y un levita (un conocedor de la ley de Moisés), pero aún así no hacen nada por el hombre que cae. Finalmente pasa un samaritano, un personaje despreciado por los judíos a causa de las relaciones con el imperio Asirio durante la invasión al país en el 721 a.C. Para autores como Bartomeu Bennássar es necesario “pensar y vivir moralmente” desde la “actitud samaritana del Pueblo de Dios” (1988). La ética que surge de la presencia del samaritano en el escenario de Jericó tiene que ver con la presencia de una comunidad creativa, que permite la narración de la vida de los miembros, sobre todo de las narrativas de los que viven la injusticia ante los cuales se debe vivir compasiva y solidariamente. Es, también, una comunidad que celebra y festeja (en Zaqueo hay una fiesta, en Bartimeo la fiesta se puede llamar visión, sanación; en el samaritano: justicia; en Josué, tierra prometida). De alguna manera desde Jericó ya vamos experimentando qué significa la fiesta que nos espera más allá, en Jerusalén, fiesta que en Bartomeu Bennássar tiene el nombre de resurrección. Nuevamente lo pascual de toda fiesta, de toda compasión y de toda justicia.

3. En tercer lugar, nuestro propio Jericó. La Cuaresma es el tiempo de preparación para subir a la Pascua. Hemos mencionado el “subir” a lo largo de estas reflexiones. Y es tal porque Jerusalén se encuentra en los montes de Judea. A Jerusalén subimos desde el desierto de Jericó. Y un antecedente llamativo también. El desierto y Jericó están al nivel del mar: es un punto bajo de la tierra, geográficamente hablando. De hecho en el camino de Jericó a Jerusalén hay un espacio con una pequeña columna que dice: NIVEL DEL MAR. Esto, pienso, puede constituir una metáfora para comprender que para subir a Jerusalén, para llegar a la Pascua, a la fiesta de la Resurrección, fue necesario haber pasado por lo profundo, por el cansancio y el esfuerzo de caminar el desierto, tanto geográfico como espiritual. No estoy apelando con esto a un dolorismo o una visión masoquista de la espiritualidad. Hay un trabajo para poder entrar a Jerusalén. Quizás es cierto que no hay verdadero amor por la Pascua sin una experiencia previa en el desierto. Es necesario pasar Jericó. Hay que hacer la experiencia de Josué y el pueblo de Israel, la experiencia de Zaqueo y Bartimeo. Ellos son figuras a través de las cuales podemos interiorizar qué significa este último paso antes de llegar a la fiesta de la Vida.

Semana Santa está próxima. Pocos días nos separan de la celebración anual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Estamos – simbólicamente, imaginariamente, figurativamente – en Jericó. Queda un poco de camino. Y es, en ese camino, donde va despuntando la esperanza de que Jesús va adelante, llevándonos con Él a la Pascua.

Juan Pablo Espinosa Arce  /  Teólogo y educador

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