‘Iglesia pobre para los pobres’
La Hna. Otilia Sampedro, Franciscana de 85 años y que cada mañana -desde hace 15- recorre el mismo trayecto arrastrando un carrito de la compra con un destino marcado de la solidaridad con los más desfavorecidos. En Ourense -Galicia- hace creíble eso de; ‘Iglesia pobre para los pobres’.
Para los pobres e indigentes de su pueblo esta monja franciscana es un pequeño ángel de la guarda, no sólo por la solidaridad proyectada, sino por su gesto reiterado, sin alharacas, el de acercarse a un grupo de desfavorecidos que subsisten de la mendicidad en la calle. Ellos lo agradecen, por la limosna, una pieza de pan y algún fiambre, pero sobre todo, por el hecho de que en tiempos de individualismo y ego superlativo alguien se preocupe por los demás, no es poco.
Misión diaria, y cuando prevé faltar, avisa, con pesar, como quien abandona obligaciones.
Menuda, renqueante, en riguroso gris de la orden, de la religiosa en su conjunto destaca el azul de la mascarilla y el morado de un carrito bien paseado. Otilia nació en Solveira (A Merca), hace 85 años. Desde los 25 años está en la Congregación franciscana, durante muchos años ejerció de auxiliar de enfermería, en los hospitales de Lugo y Ourense; también asistió en labores de portería, hasta su jubilación, a los 75. Como auxiliar “controlaba viales, aseaba enfermos; parar quieta, nunca”. También -ya entonces, dice- repartía comida en aquellas familias más necesitadas.
Voto de pobreza
Los franciscanos han sido -sobre todo históricamente- una orden mendicante, para el sustento propio de la orden. Hoy es distinto. El colectivo conserva voto de pobreza, por ello, todo lo que religiosas como Otilia han ingresado a lo largo de estos 60 años de trabajo ha pasado a un fondo común.
El trayecto entre el Paseo y Lamas Carvajal es corto, pero en una mañana cualquiera puede haber no menos de 10 personas pidiendo limosna, y otras tanto en calles colindantes. La religiosa va a tiro fijo, lleva marcada la ruta, y sabe a quién debe hacer entrega de su mercancía. “Con pan y agua ya no se muere nadie”, dice, todo un lema modelado por una austeridad antigua y de la orden en sí. Con el recorrido prefijado, pero a veces se tropieza con algún “nuevo” destinatario y no duda en atenderlo; hoy una persona de color que la aborda. Se disculpa ante Carlos, que toca su guitarra mientras conversa; el último en la ruta, quien recibirá agradecido un pequeño trozo de hogaza envuelta en un saquete de papel. No todos los indigentes aceptan piezas de pan, otros prefieren el golpear metálico de las monedas en la saca. “Cuando tengo fiambres los doy, si no pan y agua, porque otra comida no tengo”.
De la Congregación quedan 200 en Galicia, 10 en Ourense, “no hay vocaciones” ¿Pandemia? “En Santiago estuvieron ingresadas 26; 2 de ellas fallecieron, hasta el franciscano que daba misa cayó enfermo”. Otilia camina despacio, “ando delicada de los pies”; se fatiga, cada vez que trata de coger aire aparta un poco la penosa mascarilla. Su familia – tiene 4 hermanos- le dice que pare, pero ella insiste en esta labor que le reconforta. La comida -señala- la recibe de la empresa que atiende en el colegio.
La calle está llena de voces, de melodías, de sonoridades; al fondo, sirenas. Si cierras los ojos y te paras, todo se amplifica. La pandemia nos ha alejado un poco más de estos seres invisibles, la gente apura mucho más las distancias. Coches de reparto, policía, viandantes a la carrera, jubilados en conversa, jóvenes en precario buscando suscriptores para alguna ONG. “A la vida le pido tranquilidad, fe en Dios, y hacer lo que pueda mientras sea posible¨. Otilia se detiene con cada uno de los “señalados”, de todos sabe cosas de su vida, de sus problemas, sus cargas familiares si las tienen, del porqué de su situación.
En su mayoría son hombres, mayores de 50 años, aunque también los hay jóvenes. Algunos son inmigrantes, pero también ourensanos. A ras del frío empedrado, sentados junto a una raída mochila, un severo cartel y un cruel lema, las líneas invisibles de la vida se hacen enormes. Nadie se quiere ver reflejado, ni ellos mismos. También los hay que han hecho de su situación un circunstancial oficio a las puertas de las iglesias, como si formaran parte del fuste de las columnas. Y su reiterada presencia se vuelve molesta. “¿Resignados a convertirse en estafermos?”, declara Manuel Mera, párroco de Santa Eufemia.
En menos de una hora Otilia concluye su recorrido solidario con los más pobres; son las 12h, toca misa en los franciscanos de San Lázaro. Asiste, por supuesto.
José Paz – Ourense
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