Eduquemos para el amor
Muchas veces escuchamos y utilizamos la palabra amar, pero no siempre le damos el contenido que debe tener. Contemplemos al Amor para descubrir sus verdaderas medidas. Tenemos el ejemplo de una persona cercana a nosotros en el tiempo, la madre Teresa de Calcuta, que experimentó que Dios estaba enamorado de ella y, desde entonces, solo pudo vivir para difundir ese amor. Durante toda su vida quiso llevar el amor de Dios a los lugares más oscuros geográficos y existenciales.
Cuando uno descubre ese amor y entiende que es curativo, no puede hacer otra cosa que difundirlo. Por ello, ¿cómo no educar para amar? Vemos que es urgente hacerlo en las diversas situaciones en las que vivimos los hombres, tanto de pobreza como de prosperidad, de divisiones y de encuentro, de muerte y de vida… Muchos encontraron y encuentran en Jesucristo al Maestro que enseña a amar y, desde entonces, comprenden que amar no es una teoría, sino una manera de existir, de situarse ante el mundo y ante los demás. Jesucristo, el Maestro verdadero del amor de Dios, no teorizó sobre lo que es el amor, sino que mostró qué es amar con su vida entera.
Os invito a que no tengamos el catálogo de los santos como seres que vivieron fuera de este mundo, extraños a las realidades de los hombres, sino que hicieron patente el rostro de Jesucristo y contagiaron el bien, la verdad y la vida en el momento histórico que les tocó vivir. Fueron valientes relatando en el tiempo ese amor de Dios vivido, entregado y manifestado con obras y palabras. Como decía el Papa Benedicto XVI, son «los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor» (Deus caritas est, n. 40). Y un mundo como el nuestro, con «sed de amor» en palabras de santa Teresa de Calcuta, los necesita de forma especial.
El amor es una luz única que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar. Nunca nos desinteresemos por el amor, porque más tarde o temprano caeremos en el desinterés por el hombre en cuanto tal. Y además hemos de caer en la cuenta de que el amor es posible vivirlo, para que así cambie este mundo. Hoy puede existir la tentación de estados que quieran proveer todo, absorbiendo todo y convirtiéndose en una máquina burocrática que nunca asegurará lo que el ser humano más necesita porque no solo hay que asegurar ayuda material, sino que hay que ofrecer sosiego, cuidado y escucha; hay que ofrecer el amor mismo de Dios, que se nos ha revelado en Jesucristo y que nada tiene que ver con falsificaciones del amor en las que entran la violencia, la venganza, la exclusión, la mentira, el olvido del otro, las medias verdades sobre las necesidades vitales del ser humano… La humanidad necesita este mensaje esencial encarnado en Jesucristo: Dios es amor. Es urgente educar en el amor y no se puede educar bien en el amor si no sabemos quién es el Amor. La educación en el amor debe partir y debe llevar a encontrar el manantial del amor que es Dios mismo. Qué bien lo entendió y lo explicó san Agustín, que fue un enamorado del amor de Dios, lo cantó, lo meditó, lo predicó en todos sus escritos y lo testimonió con su propia vida.
En este sentido, me atrevo a proponeros, tanto a creyentes como a no creyentes, un itinerario para educar en el amor en forma de bienaventuranzas. Veamos que Dios no estorba a nadie, sino que aporta una novedad para este momento de la vida y la historia de los hombres:
1-. Bienaventurado si sabes comprender y vivir que el amor engloba la existencia entera y todas las dimensiones, incluido el tiempo. Descubre el amor como éxtasis o arrebato, pues siempre ha de ser un camino en el que salimos del yo para pasar a la liberación en la entrega de uno mismo. Recuerda siempre la expresión de Jesús: «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda la recobrará» (Lc 17,33).
2-. Bienaventurado si eres capaz de vencer con amor la violencia, tal y como lo hizo Jesús. Él no tenía fuerzas más poderosas que el imperio, no venció al modo humano, sino con un amor capaz de llegar hasta la muerte en la cruz. Vence el mal, la violencia, con una fuerza humilde: el amor. El amor de Dios que ha de ser tu amor.
3-. Bienaventurado si descubres en tu vida que todo ser humano tiene el deseo de amar y de ser amado y que el amor es posible. No es una utopía ni tampoco un sueño. Hay que tener fe en el amor verdadero que da paz y alegría, que nos une a las personas, que nos hace libres. Deja que Dios te ame y atrévete a regalar ese amor.
4-. Bienaventurado si entiendes tu vida siendo mendigo de amor, con una sed inmensa de amor. Como describe san Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él plenamente» (RH 10).
5-. Bienaventurado si amas con el amor mismo de Dios: serás feliz y reconocerás siempre a todos los que encuentres como hermanos a los que hay que amar. Te llevará siempre a practicar la misericordia y a dejarte alcanzar por la misericordia.
6-. Bienaventurado si te conviertes en prójimo de toda persona con la que te encuentres en la vida y haces verdad aquello que Jesús nos dice en la parábola del Buen Samaritano: «Ve y haz lo mismo» (Lc 10, 37).
7-. Bienaventurado si entiendes que no es posible amar sin dolor, ya que el amor implica renunciar a nosotros mismos, aceptar a los demás con sus diferentes modos de ser y de comportarse, entregarnos del todo, salir de nosotros.
8-. Bienaventurado si amas gratuitamente, no para obtener objetivos. Así se comprende que ayudar no es un mérito, es gracia. Es el amor que Dios mismo nos da y nosotros lo regalamos con el mismo precio, es decir, gratuitamente.
9-. Bienaventurado si amas en libertad, en esa libertad tal y como la entendió san Agustín cuando dijo: «Ama y haz lo que quieras». Porque quien ama a Cristo, verdaderamente puede hacer lo que quiera; quien vive la comunión plena con Cristo puede hacer lo que quiera porque su amor está unido a la voluntad de Cristo, anclada en la verdad, integrada en la libertad de Dios para amar a todos. Descubre lo sanador que es el amor de Dios, pues satisface las necesidades más profundas: cuando amamos somos más plenamente nosotros mismos. La libertad alcanza su plenitud en este precepto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5, 14).
10-. Bienaventurado si haces del amor un itinerario diario de tu vida: déjate a ti mismo, entrégate, no quieras poseerte a ti mismo, libérate de ti mismo, no te repliegues sobre ti, mira hacia adelante, hacia el otro, hacia Dios, hacia todos los hombres que Él ponga a tu lado… Importa que te lances a una decisión fundamental en tu vida, al sí que el Señor te pide, el sí a la verdad, el sí a un renovado don de ti mismo para nunca engañar al prójimo.
Cardenal Carlos Osoro, Arzobispo de Madrid