Distintos barcos en una misma tempestad
La celebración de la Pascua del Señor Jesús, el Domingo pasado, se prolonga en la vida de los cristianos haciéndonos testigos de la paz y alegría que despierta la presencia cercana del Señor Jesús resucitado. Es una presencia que nos hace pasar del miedo a la paz para contagiar esperanza a los que sufren, confianza a los asustados, fuerza a los que luchan, paz a los angustiados. ¡Es un regalo inmenso para compartir con todos desde la experiencia que nosotros vivimos porque Él vive!
En estos tiempos de pandemia, el Espíritu de Dios nos comunica su paz y su fuerza, haciéndonos testigos de que el Señor Jesús en su vida terrena pasó haciendo el bien, denunciando el mal, sanando heridas, sosteniendo a los vacilantes, viviendo en cercanía a los marginados, a los despreciados y olvidados; arriesgando su vida -hasta entregarla sin reservarse nada- ante los poderes que oprimían al pueblo y favorecían a unos pocos. En la resurrección del Señor Jesús somos testigos de que en una vida vivida de esa manera se manifiesta el poder de Dios.
Somos testigos de esta experiencia que llena de esperanza, paz, alegría y fortaleza en medio de esta tempestad del coronavirus, por la que el mundo entero está sufriendo y aprendiendo que ante este virus nadie se salva solo, estamos aprendiendo que al virus lo vence la solidaridad.
Hay quienes dicen que en esta crisis viral estamos todos en el mismo barco, pero en realidad no es tan así. Lo cierto es que estamos todos en el mismo temporal, pero estamos en barcos muy distintos. Algunos atraviesan la tempestad a buen recaudo, en barcos firmes y resistentes, otros -incluso- en lujosos yates llenos de comodidades, mientras otros atraviesan la tempestad en débiles chalupas o frágiles balsas, angustiados por la falta de ingresos diarios para pagar las cuentas y comer.
Esto fue lo que hizo presente el Papa Francisco hace una semana, el Domingo de Pascua, en una carta que dirigió a los movimientos populares del mundo entero, los cuales -señaló el Papa- “son un verdadero ejército que pelea en las más peligrosas trincheras [..] sin más armas que la solidaridad, la esperanza y el sentido de comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo”. Ahí están los que carecen de vivienda digna, los que viven día a día sin garantías laborales que los protejan, los trabajadores independientes, los comerciantes ambulantes, los recicladores, los feriantes, etc.; todos los que no tienen un salario estable para enfrentar este momento y luchan por las tres “T”: tierra, techo y trabajo.
Quizás hay personas y grupos que se sienten satisfechos pensando que la crisis social ya pasó a causa de la crisis viral, pero es preciso -como dice el Papa Francisco a los movimientos populares- “pensar en el ‘después’ y abordar las graves consecuencias que ya se sienten”. Por eso, el Papa señala a los movimientos populares como un actor principal para el cambio tan necesario “que termine con la idolatría del dinero y ponga la dignidad y la vida en el centro”.
En su carta, el Papa Francisco todavía va más allá y señala que “es el momento de un salario universal para los trabajadores más humildes y sin derechos”, para que no haya “ningún trabajador sin derechos”.
En el año 2007, el entonces Obispo de Rancagua, Alejandro Goic, remeció la conciencia de muchos señalando que la discusión no tenía que ser -simplemente- por un salario mínimo, sino por un “salario ético”, el cual tiene que ser “p’arriba y p’abajo”; es decir, no sólo no es ético que una familia tenga que vivir con trescientos mil pesos al mes -y ni hablar de las pensiones miserables- sino que tampoco son éticos los tremendos salarios de diversas autoridades y funcionarios, ni son éticas las ganancias desproporcionadas de ciertas empresas, y tampoco son éticos -por ejemplo- los salarios de muchos ceros de los “rostros” de la televisión o lo que ganan ciertos deportistas. Ahora el Papa extiende más allá el sentido del salario ético: tiene que ser un salario universal.
Esto también es una consecuencia de la resurrección del Señor Jesús, pues todos los cristianos somos puestos como testigos de la compasión del Señor Jesús en un mundo desigual e injusto.
P. Marcos Buvinic
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación