Diálogo y doble estándar
Pareciera que crece la conciencia que el camino de salida de la gran crisis que estamos viviendo en el país sólo puede ser conversando y poniéndose de acuerdo en los pasos a dar, en las demandas que atender y en las prioridades a establecer. Pareciera que muchos van convenciéndose que la salida sólo puede ser dialogada. Bueno, eso de “muchos” que dialogan es hasta por ahí no más, porque los violentos que destruyen, incendian y saquean, también son “muchos”.
En la esperanza que el diálogo vaya produciendo acuerdos que den respuesta a tantas demandas de justicia, también el diálogo tiene que ir superando sus propios escollos. Uno de esos es el doble estándar que se manifiesta en las palabras de unos o de otros, porque hay palabras que no significan lo mismo para unos que para otros, como -por ejemplo- cuando unos dicen “hay que terminar con la violencia” están pensando que hay que terminar con el vandalismo en las calles, los saqueos e incendios, mientras que los otros piensan “hay que terminar con la represión”. Así, con ese doble estándar es imposible dialogar.
No es fácil enfrentar el doble estándar que puede paralizar cualquier diálogo, porque tras él se esconde el problema de una doble moral que aplica diversos criterios y juicios de valoración a las acciones de diversas personas o grupos. Es decir, no se miden las acciones de unos u otros con la misma vara. Es lo que el filósofo español José Ortega y Gasset llamó “hemiplejia moral”, que paraliza el juicio ético -según sea el caso- hacia la izquierda o hacia la derecha.
En medio de la crisis que vivimos se van manifestando diversos vicios instalados en nuestra cultura nacional casi como si fueran “naturales”, y uno de esos es el doble estándar con su doble moral que conduce a la vieja “ley del embudo” (“lo ancho para mí, lo angosto para los demás”). Así, son muchos los adultos que felicitan a un niño porque sabe ser pillo para que no lo hagan leso, sin darse cuenta que cultivando las pillerías están criando a un futuro sinvergüenza.
El doble estándar que se manifiesta en los sueldos de varios millones que por algunos son juzgados como “reguleques” (¿cómo juzgarán esas personas el salario mínimo?). O el doble estándar de los senadores que piden “seriedad” ante la rebaja de los sueldos de los parlamentarios que discuten los diputados (¿les parecerá “serio” el tratamiento que han dado por décadas a las pensiones de los adultos mayores?). O las altas instancias del poder judicial que salen a defender sus remuneraciones, si nunca se les oyó decir una palabra acerca de la justicia del salario de los más pobres en el país. O los que reclaman contra las altos sueldos de los parlamentarios y altas ganancias de empresarios, pero no cuestionan lo que ganan las estrellas del fútbol o de la televisión (dicen “se lo han ganado”; pero lo mismo podría decir cualquier gran empresario y justificar sus cuantiosas utilidades). O los delincuentes de cuello y corbata que no van a la cárcel, sino que les hacen clases de ética, mientras que las cárceles están llenas de pobres. En fin, podríamos seguir con una larguísima lista que manifestaciones de esta doble moral que la hacemos figurar como parte de la “normalidad”.
Sé muy bien que a muchos no les gusta que se digan estas cosas, pero la doble moral está por todos lados y hace mucho daño a las personas, a las instituciones y al conjunto de la sociedad, y como dice el antiguo refrán “soy amigo de Platón, pero más soy amigo de la verdad”. Miremos la crisis y el descalabro ético en que se encuentran prácticamente todas las instituciones de la sociedad que -de modos diversos- “normalizaron” el doble estándar y su doble moral con pillerías y chanchullos, silencios cómplices y encubrimientos, o -simplemente- no haciendo lo que tienen que hacer.
Para avanzar en el diálogo tan necesario para ir encontrando los caminos de la salida de la crisis, es preciso remover el tremendo obstáculo que representa la cultura del doble estándar, la “hemiplejia moral”, y eso requiere un gran esfuerzo por poner la verdad y la justicia en primer lugar. Para eso hay que tener -como decía el Señor Jesús- “hambre y sed de justicia”. De ahí las poderosas advertencias que el mismo Señor Jesús hace a sus discípulos y a todas las personas que quieran escuchar sus palabras: “¿Por qué te fijas en la paja que hay en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘hermano, déjame sacar la paja de tu ojo, cuando no ves la viga que hay en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver claramente para sacar la paja del ojo de tu hermano”.
P. Marcos Buvinic
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación