Paternidad y Fraternidad, de la virtud al vicio
Desde hace ya varios años la crisis de la Iglesia se ha concentrado fuertemente en las denuncias de abusos sexuales. Era que no. La gravedad de los delitos, la cantidad de sacerdotes y religios@s involucrados y el número creciente de víctimas, es una espada que atraviesa y atormenta de la Iglesia. Acción y omisión de la institucionalidad de la Iglesia que ha puesto en jaque el Proyecto de Jesús. Son muchos los católicos que no creen que ESTA Iglesia sea la Iglesia de Jesús. Esta Iglesia ha sido motivo de escándalo y alejamiento de muchos y muchas. El daño es ancho y profundo.
Paternidad y fraternidad, de la virtud al vicio
La figura del sacerdote como “padre” ha sido históricamente la carta de presentación frente a sus fieles y también en la sociedad. Una paternidad que ha sido caldo de cultivo para perpetrar abusos hacia los más pequeños y débiles, muchos necesitados de una figura paterna que llenara el vacío del padre “ausente”. El ex cura Fernando Karadima, el mismo Renato Poblete y muchos ofrecían sus servicios paternales para acercar a sus víctimas y para perpetrar delitos que han ido desde las “conductas impropias“ hasta la violación y el aborto, sembrando dolor, frustración y muerte. El “padre” entregaba protección, reconocimiento, pertenencia, pan, oportunidades, afectos, vínculos, autoridad, guía y aspiración social. Estos hij@s no eran producto del azar o destino divino, sino que el “padre” los elegía, fijando sus ojos en aquell@s que cargaban con algún tipo de orfandad y con pocas o ninguna red de apoyo. En este contexto, las conductas impropias se podían leer como “afectos paternales” y los abusos se sobrellevan con dolor y miedo. La figura paternal nuevamente se transforma en un vía crucis para los abusados. Una experiencia que se lleva en silencio y se aloja en el inconsciente por meses, años, décadas a veces.
Una paternidad pervertida que se mantuvo y se mantiene, entre otros factores, por la fraternidad. Cuando un sacerdote recibe el orden sacerdotal y un religios@ hace sus votos perpetuos pasa a formar parte de la gran familia, una comunidad de hermanos y hermanas. En las congregaciones se estilaba cambiar de nombre, se dejaba atrás lo vivido y se iniciaba una nueva etapa.Se incorporaban a la nueva familia y definitiva. Cuando alguién se enferma, cuando es atacado o calumniado por terceros, a mi herman@ se ataca y como hermanos y hermanas que somos debemos protegernos. Este sentimiento comunitaria ha contribuido a perpetuar los abusos y ha sembrado complicidad e impunidad.
Los hijos que terminaron “matando” a la Madre
La Iglesia es vista como Madre y Maestra. Ella es la continuadora de la obra de Jesús, su fiel seguidora. El ser y quehacer de la Iglesia debe anticipar el Reino en medio nuestro. En el pasado, atacar a la Iglesia o no adherir a alguno de sus dogmas, era considerado una herejía y se castigaba con la excomunión y también con la muerte. Para muchos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y no pocos laicos, denunciar abusos era considerado un ataque a la misma Iglesia, a la Madre de Todos. Hacernos eco de las denuncias era colocar en entredicho el ser y quehacer de la Iglesia, su buena fama y santidad. Fuimos incapaces de ver a los hijos e hijas abusados, heridos en el camino y que clamaban auxilio. Es más, se levantaron muchas razones para mantener el silencio. Después de estallar “Caso KARADIMA” un obispo decía que estas denuncias era un plan articulado de los medios de comunicación. Otro señalaba que los curas abusadores son los menos y por unos pocos no se puede enjuiciar a todos y menos “atacar a la Iglesia”. Varios pusieron el acento en las víctimas, desacreditándolas. Que eran unos pervertidos, unos desadaptados sociales, personas con un perfil psicológico de cuidado y mucho más. En perspectiva, los propios hijos “consagrados” pusieron y ponen en jaque a la Madre.
Una crisis transversal, más allá de los abusos sexuales
La crisis de la Iglesia se ha concentrado o mirado de manera casi exclusiva en los abusos sexuales. Hay otras realidades que también son de preocupación esencial y requieren ser atendidas en su real dimensión para iniciar un camino de conversión.
Los hijos e hijas de los sacerdotes y religiosos
Hay un libro titulado “La mujer del cura Soto” de Patricio Riveros. Vivía en el barrio de El Morro de Iquique. En la casa parroquial convivía con su mujer y sus hijos. Una realidad conocida y aceptada por sus feligreses. Cumplía con sus deberes de párroco, de esposo y padre. “Los feligreses del Santísimo Sacramento (El Morro) estaban acostumbrados al hecho de asistir a misas invadidas de la vida hogareña del padre Soto; a sentir el vaho de las buenas comidas de la cocina, a escuchar la música de la radio de sus hijos, a oír las risas y enojos de estos, a que uno de sus vástagos le tirara de la sotana para pedirle plata justo cuando se hallaba alzando el cáliz de la salvación, a que uno de ellos asomara la cabeza por la sacristía con un “chao papito, me voy a la escuela”. Era querido por los parroquianos por su celo pastoral, por su gran corazón para atender las necesidades de su gente. Hacía clases para parar la olla y para ayudar a terceros. Cuando el obispo lo supo, montó en cólera y tal “pecado” terminó con el cura fuera, no sin resistencia de los mismos parroquianos. Cuando murió, el 11 de marzo de 1989, a la edad de 71 años, todo el morro lo despidió. Mauricio, el hijo mayor del cura Soto, confiesa:” Mi papá murió como sacerdote. Vivió como un excelente religioso y fue capaz de amar a su mujer e hijos. Aun hoy me hace falta”.
A diferencia de la historia del cura Soto, están las historias de los hijos e hijas de los sacerdotes y religiosos que se han llevado en silencio por décadas. Muchas veces cuando esto ocurría y el sacerdote manifestaba arrepentimiento, la vida seguía y a veces se optaba por la misma política que en los casos de abusos: traslado. Para el obispo o superior de congregación, y para los propios herman@s, de esta “caída” había que levantarse. Para tranquilidad de todos o de la mayoría, nuestro hermano fue tentado por lo femenino, configurándose a veces un “cuasi-abuso” de la otra parte.
¿Cuántos sacerdotes y religiosos tienen hijos y/o hijas?, ¿cuántos de ellos los han reconocido civilmente?, ¿cuántos han limitado su “paternidad” a una mesada mensual?. Aquí hay que sincerarse y dimensionar el tamaño real de esta problemática. Son los hijos olvidados de la Iglesia. La gran mayoría no han sido reconocidos civilmente. Tener hij@s no es delito pero la manera de cómo se asume esta realidad puede marcar la diferencia entre padre e hij@ y lo que es de natura transformarse en un “pecado” y/o delito. Es la historia de los hij@s que terminan pagando la “debilidad” de sus padres y todo en nombre de Dios.
La homosexualidad, una realidad que se condena en público y se practica en privado
El libro “Sodoma” de Frédéric Martel (marzo 2019) desnuda la realidad de la homosexualidad en el Vaticano y en la Iglesia en general. Una realidad pocas veces confesada y mayormente vivida en silencio y con la complicidad de muchos. Consagrad@s que la viven con culpa, puertas adentro. Y algunos que la maldicen en público por considerarla una práctica contra natura, la viven en privado. Una de las teorías del autor es que los pedófilos con sotana han gozado de impunidad por mantener su silencio frente a la homosexualidad activa de sus pares. La homosexualidad no es pecado ni fuente de corrupción. No se trata solo de “salir del closet o armario” sino de hacer un trabajo activo y doctrinario para acoger a estos hermanos y hermanas.
Una realidad que se enmarca en un contexto más amplio y que dice relación con el tratamiento histórico de la Iglesia sobre la sexualidad, el cuerpo, el placer y lo femenino.
De la sobriedad a la embriaguez
Hace algunas semanas atrás los diarios informaron de la detención de un sacerdote de San Fernando por manejar en estado de ebriedad. No es algo nuevo y tan raro. En los noventa un obispo dejó el ejercicio episcopal por este mismo problema. En las comidas de cada comunidad religiosa y en la casa parroquial el vino es algo cotidiano y querido. En las congregaciones existe algún control en casos de excesos con el alcohol pues están los ojos de los hermanos sobre uno y sobre todos. Hay una mayor preocupación por la salud del hermano. En los sacerdotes diocesanos este tema y que se puede transformar en una enfermedad, se vive más en solitario, puertas adentro. La soledad, los problemas personales y los del ejercicio pastoral, a veces se sobrellevan con unos tragos. Una realidad que está ahí y de la que la Iglesia no se ha hecho cargo.
La supremacía de Roma sobre el pesebre de Belén
El poder, el social y el económico, es otro de los tópicos que están en discusión. Una Iglesia rica y poderosa no se lleva con el mensaje de un Jesús que nació, vivió y murió pobre. Los religiosos y religiosas hacen votos de pobreza pero sus congregaciones son ricas. Los diocesanos no hacen votos de pobreza y no hay reparos a la hora de incrementar el patrimonio. Para no pocos consagrados, el sacerdocio es la puerta para obtener poder y riqueza. Muchas veces esto se ve acentuado cuando se ha tenido una vida familiar modesta y hasta con algunas carencias. Justamente este poder social – político y económico ha contribuido para hacer silencio en muchas denuncias de abusos sexuales. El delincuente Marcel Maciel cubrió sus delitos con generosas mesadas a ilustres personajes del Vaticano.
Los árboles no nos dejan ven el bosque
Los abusos sexuales han mantenido en el anonimato o muy en segundo plano estos otros abusos. Tampoco las autoridades eclesiales han dado luces y desconocemos su real profundidad y extensión. A lo ya expuesto, hay que mencionar otras problemáticas que tampoco se han abordado en su real envergadura y que están afectando seriamente la evangelización. La lista es larga. En una de esas, de manera consciente o inconscientemente, hemos empujado también el carro de los abusos por miedo a abrir esas otras ventanas. Hay que hacer cirugía mayor y en la institucionalidad actual no hay convicción para empujar este esto ni tampoco cuentan con la credibilidad para hacerlo. Es más, son muchos los católicos que se han desafectado de ella, al punto de confesarse cristianos màs que católicos. Hay que esperar una nueva generación, de consagrados y laic@s, más una institucionalidad que se la juegue por el cambio, la renovación, la consecuencia con el Evangelio. Mientras tanto, se sobrevive.
Como no volver nuestra mirada a las palabras de San Irineo de Lyon al señalar que “lo que no es asumido no es redimido”.
Juan Carlos Navarrete Muñoz
Santiago de Chile.