Noviembre 24, 2024

La Iglesia marginal

 La Iglesia marginal

¿Qué presencia tiene la Iglesia en la ONU? ¿Qué influencia tiene en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas? ¿Tiene alguna capacidad de decisión en la Unión Europea, en Bruselas? ¿Es determinante la Iglesia en Ginebra? ¿Ha pintado algo la Conferencia Episcopal Española en la reciente campaña electoral que se ha debatido en España?

Por supuesto, habrá personas que, al leer estas preguntas, se van a partir de risa. Como habrá también quienes se van a crispar indignados por el solo hecho de que este tipo de cuestiones se escriban para que las difunda un blog de Religión Digital. Todo esto es posible. Y cualquier tipo de reacción resulta comprensible, cuando se toca el tema de la Iglesia y su presencia en los organismos internacionales, en los que se deciden cosas que hacen felices o desgraciados a miles y millones de ciudadanos.

Yo comprendo perfectamente todo esto. Como comprendo que, si en los medios se habla de Iglesia o de religión, con demasiada frecuencia es para poner a obispos, curas y frailes (incluso a monjas también) de vuelta y media. Que si la pederastia, que si la homosexualidad, que si la violencia de género… ¿Qué sé yo?

Incluso hay quienes no tiene el menor reparo en poner al papa Francisco de vuelta y media. Y en todo caso, nadie me va a discutir que, si alguien se salva de todo este embrollo, es precisamente el papa que tenemos ahora. Porque ha sido el primer papa que ha tirado de la manta y ha puesto al descubierto tantas cosas turbias, que da vergüenza decirlas en público.

En todo caso, es un hecho – que nadie me va a discutir – la creciente y alarmante marginalidad de la Iglesia que tenemos y presentamos en la sociedad en que vivimos. Cada día, las iglesias más vacías, cada día menos curas y más viejos los que van quedando, los seminarios también casi vacíos, los conventos se transforman en hoteles… ¿qué sé yo?

Y lo más preocupante, no es que la gente vaya o no vaya a misa. Lo más serio y lo más profundo es que, si se piensa a fondo todo este asunto, es un hecho que la sociedad se “des-cristianiza”, a una velocidad y hasta unos niveles que impresionan a quienes, por la edad y por los recuerdos de familia, tenemos la impresión de estar viviendo en una sociedad que, hace unas décadas, no podíamos imaginar.

Y lo peor de todo es que, en esta sociedad, la Iglesia está cada día está más ausente. ¿Cómo y por qué hemos llegado hasta esta situación? ¿Tenemos motivos para hablar, con toda razón, de que pertenecemos a una “Iglesia marginal”?

Mi convicción es que, al menos en Europa, en el continente donde nació y creció la Iglesia, justamente donde reside su centro de organización y gestión (el Vaticano), esta Iglesia nuestra tiene tan escasa presencia, que, sin sacar las cosas de quicio, la impresión que se tiene es que todo esto de la Iglesia va a quedar como recuerdo, como historia que pasó, como conjunto de recuerdos que sirven para estudiar el arte y los recuerdos de un pasado que visitarán los turistas o los estudiosos eruditos, pero que nunca más volverá a ser un factor determinante de nuestra forma de vida, de nuestra convivencia, nuestra cultura y, menos aún, nuestra economía o nuestra política. ¿Se puede decir que, para la mayoría de la gente, todo eso pasó al rincón de los recuerdos?

¿Qué le ha pasado a la Iglesia? Sencillamente, se ha marginado de la “historia”, del “tiempo” y de la “cultura” en que vivimos. Hablo, por tanto, de un fenómeno sorprendente: una Iglesia, que está presente en la sociedad actual. Pero que, al mismo tiempo, vive ausente (y cada día más ausente) de la cultura y de la sociedad en que vivimos.

Ahora bien, una Iglesia, que vive al margen de la sociedad, es una Iglesia que no se relaciona con la “realidad”, sino que se relaciona con la “representación da la realidad”, que la misma Iglesia elabora para sí (para ella misma), según sus intereses y conveniencias.

La hermenéutica (tal como quedó formulada en el s. XX), nos dice que el “desde dónde” vemos la realidad condiciona y determina “cómo vemos (y lo que vemos de) la realidad”. Desde un palacio episcopal o desde un monasterio, no se ve la vida como se la ve desde un barrio marginal o desde una chabola.

Por otra parte, toda Religión es “generalmente aceptada como un sistema de rangos, que implica dependencia, sumisión o subordinación a superiores invisibles” (Walter Burkertt, H. Steible, M. J. Seux). En todo caso, el poder religioso es un tipo de poder que llega donde nadie más puede llegar. Porque el poder de la Religión toca en lo más profundo de la conciencia, determinando los sentimientos de culpa y, por eso mismo, la conducta, la orientación del pensamiento, la visión global de la vida y del futuro, hasta la muerte y hasta después de la muerte.

Pero, ¿cómo se explica y se justifica semejante poder? Sólo puede argumentarse desde una “Revelación divina y, por tanto, inmutable”. Lo cual quiere decir que “hechos” y “mitos”, que se datan en cientos o miles de años, se interpretan como absolutamente intocables e indiscutibles: “¡Lo ha dicho Dios!”

Consecuencias, que se siguen de semejante planteamiento: 1) Los “mitos” se convierten en “historia” (Adán y Eva, por quienes “entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte” [Rom 5, 12], el pecado original…, los once primeros capítulos del Génesis. 2) Los hechos, costumbres y derechos de la Antigüedad se erigen en “dogmas revelados”. Por ejemplo, las mujeres no son sólo “diferentes” de los hombres, sino además “desiguales”. Por lo que no pueden ser ordenadas de sacerdotes y cosas así….

Por ejemplo, también los homosexuales son enfermos o pervertidos (¿también lo son los leones o los gatos homosexuales?). Por ejemplo, la sexualidad es incompatible con “lo sagrado”, lo que exige que los sacerdotes tengan que vivir célibes. 3) La liturgia es un conjunto de ritos antiguos, de hace unos mil quinientos años y muchos de ellos, tomados de la corte imperial (mitras, ropajes, tronos, palios, estolas, capas pluviales, reverencias y más reverencias…

¿Qué tiene que ver todo eso con aquel modesto galileo que nació en el pesebre de un establo y acabó su vida colgado como un delincuente? ¿Y nos extraña que la gente no entienda este “galimatías”? ¿A quién le puede interesar todo esto? ¿Qué puede decirle a la gente de ahora el pensamiento que justifica todo esto? ¿A dónde vamos por este camino?

Que quede claro: si la Iglesia se ha situado en “lo marginal” de la vida y la sociedad, ¿pretendemos, desde fuera de la sociedad, influir en ella?

José María Castillo

Teología sin Censura

Editor