Este mundo puede y tiene que ser mucho mejor y más feliz
En el mundo hay millones de pobres, pero no hay pobreza, pues desde 1995 a 2014 la riqueza mundial creció un 62 %, pasando de 690 billones de dólares a 1143 billones, pero la desigualdad fue creciendo paralela a misma, de tal manera que el 1% de la población mundial tiene tanto como el 99% restante (Fuente: OSFAN), sin apenas reducirse el número de pobres por el crecimiento demográfico de los países pobres y la injusta distribución de esa riqueza, porque cada vez hay más en menos manos y más manos con menos. Hay de sobra para todos: falta compromiso socio-político para que deje de haber empobrecidos en el mundo.
Es urgente y necesario resucitar este mundo, dar más vida a todos y a todo ser vivo, porque hay demasiada muerte prematura, demasiado dolor, demasiada desesperación, demasiada impotencia, demasiada tristeza, demasiada angustia.
Este mundo puede y tiene que ser mucho mejor, mucho más feliz. Hoy hay medios para ello: todo depende de nosotros.
Sin querer a todos los seres vivos no se puede querer de verdad a Dios
La Ecología entra totalmente de lleno dentro del mensaje liberador y salvador de Dios, pues toda la Creación está llamada a la plenitud de la vida para siempre.
Juan 20,19-31: Este pasaje del Evangelio nos cuenta la historia del Apóstol Tomás, que les dice a los compañeros que si no comprueba físicamente las llagas de Jesús no cree que ha resucitado.
Pero Jesús le dice: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Jesús nos dio muchos motivos para creer en El sin necesidad de estas pruebas físicas. Es más, necesitamos creer en El, tanto en el Jesús histórico, como en el Jesús Resucitado. ¿Por qué?
Desde los tiempos más remotos los hombres buscaron sin parar respuesta a esta acuciante pregunta: ¿Hay algo después de la muerte? ¿La muerte es el final? ¿Con la muerte se acaba todo?
El Jesús histórico fue maravilloso: comprometido con la justicia, con los pobres, con la denuncia de los opresores, con la fraternidad, el amor, la vida. Fue un hombre valiente, responsable, fiel, decidido, lleno de compasión, totalmente sensible al sufrimiento de los demás, gran pedagogo, buscador de la verdad, dialogante, noble, capaz de ver valores donde los demás solo veían defectos y fallos, recuperador del valor y la dignidad de las personas, observador profundo de la realidad, respetuoso con la libertad de los demás, creyente convencido y comprometido. Por ahí podemos y tenemos que caminar todos, y más sus seguidores.
Aplicar este mensaje a la vida de cada día por parte de todos, haría a los seres humanos infinitamente más felices. No como pasa en tantos países del mundo, sobre todo en Africa, como ahora en Sudán del Sur, y en particular en Sierra Leona donde muchas niñas, si quieren comer algo, tiene que dedicarse a la prostitución, ya desde la infancia, incluso con 9 años: niñas de día y prostitutas de noche. El 100 por 100 sufren enfermedades de transmisión sexual.
Sólo en la capital de Sierra Leona se calcula que hay 2.500 niñas víctimas de explotación sexual que viven en la calle. Y en todo el mundo, 223 millones de niños y niñas son explotados sexualmente. Cada año, un millón de menores, sobre todo niñas, entran en el mercado de la explotación infantil. Los Salesianos luchan por rescatar a estas niñas de ese infierno, como Aminata de 13 años, que cobraba 20 céntimos de euro por sesión de sexo. Una dinámica que se acentúa aun más en un país como Sierra Leona, de 7 millones de habitantes, donde más de la mitad de la población vive con 1,90 euros al día (fuente:El País 04/04/18, Reli. Digital 04/04/18).
El Centro Socio-Sanitario de las Misioneras de Vida y Paz en Ruanda trabaja con mujeres que, abandonadas por sus maridos y en la pura miseria, también optan por la prostritución como única salida para poder dar algo de comer a sus hijos. Este centro lucha por su salud y su rehabilitación, de las madres y los hijos.
Sierra Leona y Ruanda están entre los 29 países africados cuyo IDH (Índice de Desarrollo Humano) es inferior a 0,500, (más de la mitad de Africa) lo que supone hambre, muchos sufrimientos, riesgo de graves conflictos sociales y guerras, esperanza de vida corta, carencia de asistencia sanitaria para muchos, nula o mala escolaridad, carencia de trabajo, muy mala vivienda, falta de agua o no potable, etc.
Todo ser vivo pasa por la muerte. Ahora bien, no todas las muertes son iguales: las muertes injustas y prematuras que sufrieron a lo largo de la historia millones de seres humanos (esclavos, siervos de la gleba, proletarios) y sufren hoy muchos miles cada día, una gran parte aún niños, exigen reparación, exigen justicia, exigen que haya resurrección. Murieron y mueren a causa de las guerras, las injusticias, el hambre, la esclavitud, la opresión, el odio, el terrorismo, la violencia, la explotación laboral y sexual, el trabajo indigno, la emigración, las crisis periódicas por hambrunas, la violencia de género, etc. Tenemos cientos de miles en Africa, la India, América, y en grandes sectores del Cuarto Mundo… Si murieron para quedar muertos, si no hay vida más allá de esta vida, ¿quién les va a reparar tanta injusticia de que fueron y son víctimas, también en nuestros días? Nadie en este mundo les puede reparar un daño tan grande.
Recuperar su memoria es un buen recuerdo, pero no les devuelve lo que injustamente se les ha quitado. Por eso necesitamos fe en Jesús Resucitado para que dé respuesta con la vida a ellos, a nosotros y a todos los seres vivos, pues también estos quieren vivir y muchas veces son víctimas igualmente de una muerte injusta: cuando, por ejemplo, quemamos un monte o contaminamos un río con cianuro, matando en él toda vida, como hacen las mineras canadienses en Guatemala, o los torturamos y matamos para divertirnos como a los toros u otros animales. Hasta ahora solo Jesús ha dado respuesta a la muerte. Por eso le pide a Tomás que no sea incrédulo, sino creyente, pues “quien cree en mi no morirá para siempre, sino que yo lo resucitaré en el último día”.
Pero creer en Jesús no es solo decir que creemos en El, sino hacer nuestra vida coherente con la suya. El dice: “He venido para que tengáis vida y vida más que abundante”. Los millones de seres humanos que apenas tienen vida y mucho menos en abundancia son un reclamo urgente e ineludible para nuestra fe: sin compromiso con ellos no hay posibilidad de fe en Jesucristo, aunque lo tengamos a todas horas en los labios. Nos lo dice El mismo: “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi”. Si nuestro corazón, o sea, nuestro compromiso, no está al lado de los empobrecidos y necesitados, estamos lejos de Jesucristo, porque aunque lo afirmemos con los labios, no lo confesamos con los hechos de nuestra vida. En el mundo no hay pobreza, porque nunca hubo tatos bienes en el mundo como ahora, pero están cada vez en menos manos, pues el 1% tiene tanto como el 99 % restante, y por eso muchos millones de personas no tienen lo imprescindible para vivir. Muchos nos decimos creyentes en Jesús, pero nuestra falta de compromiso nos convierte en ateos, porque creer es comprometerse: afirmando a Dios con los labios lo negamos con los hechos de nuestra vida .Lo verdadero y decisivo es afirmarlo con los hechos.
Una vez más es justo destacar que hay cada vez más personas muy sensibles y comprometidas, ya no solo en compartir sus bienes con los más empobrecidos, sino de ir creando conciencia social y evangélica de que es necesario cambiar el rumbo de este mundo, y también especialmente el de la propia Iglesia Oficial. El hermano Papa Francisco nos llama cada día imperiosamente a ello, para que todos, personas e instituciones, seamos cada vez más coherentes con la dignidad del hombre y en consecuencia con el Evangelio.
Si la muerte es el límite de esta orilla de la vida en este mundo, es también la puerta que se abre para que pasemos a la otra orilla de vida para siempre. Tomás, palpando las llagas de Jesús, creyó y se convenció de que estaba vivo de nuevo, que había resucitado. La muerte es la última llaga que nos toca palpar y sufrir en este mundo, como lo fue para Jesús, pero igual que El pasó de ahí a la plenitud de la Resurrección, pasaremos también nosotros a ese mismo destino con El y gracias a El y a que vamos por el mundo resucitando, dando vida, a todos los hombres y a todos los seres vivos de la Creación, palpando y curando sus heridas, nunca quitándoles la vida sin necesidad, pues toda la Creación está llamada a la plenitud de la vida para siempre.
P. Faustino Vilabrille Linares
A s t u r i a s