Diciembre 22, 2024

Identificado con las víctimas

 Identificado con las víctimas

Ni  el  poder  de  Roma ni las autoridades del Templo  pudieron  soportar  la novedad de Jesús.   

Su manera de entender  y  de vivir a Dios era peligrosa. No defendía el imperio de Tiberio,  llamaba  a  todos  a  buscar  el  reino  de Dios  y  su  justicia.   No  le  importaba  romper  la  ley  del  sábado  ni  las tradiciones  religiosas,  solo  le  preocupaba  aliviar  el  sufrimiento  de  las gentes enfermas  y  desnutridas de Galilea.

No se lo perdonaron.  Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del  Imperio  y  con los olvidados por la religión del Templo.   Ejecutado  sin piedad  en una  cruz,  en  él  se  nos  revela  ahora  Dios,   identificado   para siempre  con  todas  las  víctimas  inocentes de la historia.  Al grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.

En  ese  rostro  desfigurado  del  Crucificado  se  nos  revela  un  Dios sorprendente,  que  rompe  nuestras  imágenes  convencionales  de  Dios  y pone  en  cuestión  toda  práctica  religiosa  que  pretenda  darle  culto olvidando el drama de un mundo  donde  se  sigue  crucificando  a  los  más débiles  e  indefensos.

Si Dios ha muerto identificado con las víctimas,  su crucifixión  se  convierte en  un  desafío  inquietante  para  los  seguidores  de  Jesús.   No  podemos separar a Dios del  sufrimiento  de  los  inocentes.   No  podemos  adorar  al Crucificado  y  vivir  de  espaldas  al  sufrimiento  de  tantos  seres humanos destruidos  por  el  hambre,  las  guerras  o  la  miseria.

Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está  permitido  seguir  viviendo  como  espectadores  de  ese  sufrimiento inmenso alimentando una  ingenua  ilusión  de  inocencia.   Nos  hemos  de rebelar  contra  esa  cultura  del  olvido,  que  nos  permite  aislarnos  de los crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en  el mundo hacia una  “lejanía”  donde desaparece todo clamor,  gemido  o  llanto.

No podemos  encerrarnos en nuestra  “sociedad del bienestar”,  ignorando a  esa  otra  “sociedad del malestar”  en la que  millones de seres humanos nacen solo para  extinguirse  a  los  pocos  años  de  una  vida  que  solo  ha sido  sufrimiento.   No es humano  ni  cristiano  instalarnos en la  seguridad olvidando  a  quienes solo conocen una vida insegura  y  amenazada.

Cuando  los  cristianos  levantamos  nuestros  ojos  hasta  el  rostro  del Crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación.   Si lo miramos más detenidamente,  pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario  y  compasivo.

José Antonio Pagola

Grupos de Jesús

 

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