La Iglesia que Romero vivió y la que Francisco quiere
Mons. Romero tomó posesión del Arzobispado de San Salvador el 22 de febrero de 1977 hasta que fue asesinado el 24 de marzo de 1980 durante la celebración de la eucaristía en la capilla del «Hospitalito» de La Divina Providencia en San Salvador. Durante esos tres años su honradez humana se vio sumida en un proceso de conversión al entrar en contacto con la realidad que vivían los más pobres de su pueblo. Esta experiencia, fruto de un seguimiento a Jesús crucificado, lo llevó a asumir la causa de los pobres a través de la promoción de la justicia y la construcción de la paz. Y lo hizo en medio de condiciones violentas, provocadas por el totalitarismo reinante, tanto en lo político-militar como en lo económico.
La acción pastoral de Romero partía de un discernimiento evangélico de la realidad. Es un método que sintoniza con el modelo de Iglesia que el Papa Francisco ha querido promover: una que se reconozca desde el seguimiento de la praxis de Jesús, que se inspire en los valores evangelios, se done en servicio fraterno a los más pobres, y que muestre con el ejemplo que quiere llegar a ser una Iglesia pobre.
Sus homilías
Para conocer su vida y su proceso de conversión como creyente, no existe otro mejor camino que el de leer sus homilías semanales, que compartía cada domingo por la mañana en la Catedral. Ellas eran legendarias y se podían escuchar por radio. Generalmente, tenían una primera parte donde explicaba los textos de las Escrituras, siempre con un espíritu catequético conectado con la realidad que se vivía en El Salvador, y con el fin de fortalecer la fe y la esperanza en medio de tanta violencia y opresión reinante. Las homilías ofrecían en una segunda parte el discernimiento que Romero hacía de la Palabra de Dios y cómo la aplicaba a las circunstancias concretas del país. Repasaba los eventos más importantes de la semana y emitía un juicio profético sobre ellos, denunciando a los victimarios y urgiéndolos a cambiar, o también acompañando a las víctimas y fortaleciéndolas con su mensaje.
Al leer los textos completos de las homilías de Romero podemos descubrir al creyente que parte de los evangelios y desde ahí hace un análisis de su realidad, preguntándose qué haría Jesús, cómo reaccionaría ante los problemas que vivimos y cómo podemos ser fieles a su seguimiento hoy. Es un método que lo aleja de los intentos por ideologizar la fe y lo muestra como un hombre sencillo que tomó en serio la opción por los pobres de su tierra, desde una respuesta fiel y honrada a su seguimiento de Jesús.
Modelo y reto para la Iglesia
Estos escritos representan un reto para la Iglesia en el mundo actual. La ayudarían a superar los espacios de confort a los que se ha acostumbrado y volver a su dimensión profética para ser voz de los dramas que viven las grandes mayorías actualmente. El modo cómo Romero lee, discierne y explica las Escrituras muestra la importancia de desmoralizar el talante del discurso homilético, para centrarlo nuevamente en la praxis de Jesús y transmitirlo con un tono evangélico en la línea de las bienaventuranzas y la defensa por las víctimas. Es un estilo evangélico que entiende a lo social como dimensión fundamental de la comunicación cristiana.
Con su beatificación, el Papa Francisco ha querido dar señales de cómo avizora la identidad y la misión de la Iglesia de cara a las nuevas condiciones globales. Es un acontecimiento que se levanta como signo de un cristianismo que necesita recuperar la promoción activa de la justicia y la lucha por la equidad, así como lo hizo la teología de liberación en su época. Aunque la figura de Romero no ha dejado de ser controversial para grupos conservadores dentro de la Iglesia, ella simboliza la puesta en práctica del Concilio Vaticano II y la fidelidad a los documentos de Medellín y Puebla, al hacer un llamado a todos los creyentes a optar por la causa de los pobres y asumirlos como sacramentos de Cristo crucificado.
Fiel al magisterio universal, entendió que la salvación pasaba por el reconocimiento de la dignidad humana, el desarrollo socioeconómico de cada sujeto y el respeto por la libertad. Así lo había proclamado el Concilio Vaticano II (1962-1965) en la Constitución Gaudium et Spes 1: «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo». Romero hizo suya esta opción pastoral, expresada por vez primera en el magisterio latinoamericano como una opción teológica cuando los obispos reunidos en Medellín (1968) apostaron por la «opción de Dios por los pobres», ratificada luego en la reunión de Puebla (n.733; 1134;1153) como «opción seguida por Jesús» (n.1141-1142).
La figura del Pastor
Son muchos los semblantes que se pueden describir de Romero como pastor. Quisiera destacar tres de gran actualidad que han inspirado el ministerio del Papa Francisco. Romero fue un pastor que optó por los pobres; antepuso la verdad y la profecía antes que lo políticamente correcto (el politically correct del mundo sajón); y superó la tentación clerical de vivir el poder como privilegio antes que como servicio y entrega fraterna.
Viviendo así encontró a Jesús entre los pobres y desesperanzados de su tiempo, y los cargó como los nuevos crucificados, en sus palabras y acciones. Desde esa entrega fraterna al pobre, llamó a construir una civilización de amor, sin odio ni violencia, donde todos podamos convivir, superando las ideologías y las creencias que nos dividen. Fue así como se convirtió en la voz de los que no tenían voz.
Por ello, el camino de Romero al martirio es ejemplo para muchos pastores hoy en día, en tantas Iglesias locales, que prefieren cubrirse las espaldas, como se dice coloquialmente, antes que decir la verdad acerca de la violación de los derechos humanos, y denunciar las nuevas formas de totalitarismos y la exclusión social que impera en tantas culturas actualmente. El haberse colocado del lado de las víctimas le costó su vida. Queda hoy el mensaje de aprender a ser fieles a Jesús y salir a la defensa de las nuevas víctimas socioeconómicas, políticas y religiosas de nuestro tiempo.
Monseñor Romero y el Papa Francisco
Veamos algunos rasgos, dejando hablar a Romero a través de algunas de sus homilías:
Primero, Romero fue hijo e impulsor del Concilio Vaticano II y de los documentos de la Iglesia en América Latina, como fueron Medellín y Puebla. Así lo reconoció: «no hagamos la impresión de ser dos Iglesias, sino que somos una sola Iglesia en la línea proclamada por el magisterio de esa Iglesia, sobre todo para los tiempos nuevos en el Concilio Vaticano II y en los documentos de Medellín» (Homilía 02-10-1977). Por eso llamó a hacer: «un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín, y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad» (23-03-1980).
Segundo, creyó y vivió un modelo de Iglesia que debe estar al servicio de los pobres y más sufridos, y no al servicio de los poderosos. Como proclamó en otra homilía: «la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza. Esta es la Iglesia que yo quiero. Una Iglesia que no cuente con los privilegios. Una Iglesia cada vez más desligada de las cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con mayor libertad desde su perspectiva del evangelio, desde su pobreza» (Homilía 28-08-1977).
Tercero, entendió que la misión de la institución eclesiástica debía ser la de promover el diálogo y no el conflicto, la reconciliación y no la violencia, la del servicio y la solidaridad y no la absolutización o la idolatrización del dinero y los bienes. No se cansó de llamar al respeto por la dignidad humana, así como al mejoramiento de las condiciones de vida en un mundo donde aún existen sujetos que no son reconocidos como tal, y que son tratados como meros objetos. Como él mismo lo dijo: «este es el pensamiento fundamental de mi predicación. Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz» (16-03-1980). Por eso, no se cansó de denunciar que «hay vidas entre nuestros hermanos verdaderamente infrahumanas, y la Iglesia predica la liberación de esa gente» (Homilía 19-06-1977).
Conclusión
A partir de Romero se recupera un sentido fundamental del martirio cristiano. Ya no sólo podrá ser visto como consecuencia del odium fidei, sino también del odium caritatis, el que vivió Jesús cuando los poderes políticos y religiosos de la época decidieron matarlo para que su mensaje de bienaventuranza y amor no fuese escuchado.
El mensaje de Monseñor Romero no es sólo reconocido por el mundo religioso. La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 24 de marzo, aniversario de su martirio, como el «día internacional por el derecho a la verdad, en relación con violaciones graves de los Derechos Humanos y la Dignidad de las víctimas». En él se nos da a conocer un testimonio de vida creyente y una persona que optó por vivir su humanidad como servicio y entrega hasta el final, incluso hasta la muerte.
Dr. Rafael Luciani
Miembro del Equipo Teológico Pastoral del CELAM
Profesor de la Escuela de Teología y Ministerio del Boston College
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