La visita del Papa Francisco
La recién anunciada visita del Papa Francisco a Chile, para enero de 2018, tiene varios aspectos a considerar.
Es, por una parte, la visita de uno de los principales líderes mundiales y uno de los pocos que tiene una palabra clara sobre los principales problemas y situaciones que afectan la vida de los seres humanos y, particularmente, de los más pobres y de los que son descartados por un sistema económico que genera una convivencia muy injusta; así como sobre los problemas ecológicos y el cuidado de la madre tierra, la defensa de los migrantes y el respeto a la vida y la conciencia de las personas, entre otros temas.
Es, por otra parte, la visita del pastor que es la cabeza visible de la Iglesia Católica, que viene a encontrar a esta comunidad creyente en Chile y animar su camino de fe en el Señor Jesús. Ciertamente, este es el aspecto más relevante de su visita y está en el centro de la misión que el Señor Jesús confió al apóstol Pedro y sus sucesores.
En estos días se han hecho muchas comparaciones con la visita que nos hizo el Papa Juan Pablo II hace 30 años, poniendo en evidencia el gran cambio que ha experimentado nuestro país en estas décadas: de la dictadura a la vida democrática, de la precariedad económica de esos años al mayor bienestar de estos tiempos, el paso de vivir en una cultura cerrada a una cultura globalizada. El mundo y el país han cambiado mucho; sobre todo, estamos viviendo un impresionante cambio cultural que remece las certezas de unos, asusta o incomoda a otros, instala la desconfianza hacia todas las instituciones de la sociedad, y no pocos sucumben a las tentaciones de la corrupción que es potenciada por el individualismo imperante.
En medio de esta transformación cultural se sitúan los cambios que ha vivido en nuestro país la Iglesia Católica, la cual ya no tiene ni los líderes ni el protagonismo en la sociedad de hace treinta años, ha disminuido el porcentaje de católicos (casi un 20% menos en las últimas dos décadas) y aumentado el de los que se declaran no creyentes; también, muchos jóvenes ven la Iglesia como un vestigio del pasado que nada les aporta a su vida. La pérdida de credibilidad que ha sufrido la Iglesia toca el corazón de una misión que -humanamente- se apoya en la credibilidad de los testigos de esta fe.
En medio de esta situación que muchos llaman de un “cisma silencioso” se encuentran también los dolores y sufrimientos de la Iglesia en Chile a causa de los abusos sexuales y de autoridad perpetrados por algunos miembros de la jerarquía y su mala gestión por parte de las autoridades de la Iglesia. Son heridas profundas que, en algunos casos -como el de Osorno- han significado dolorosas divisiones en la comunidad. Para muchos católicos resultan incomprensibles situaciones como la permanencia de los obispos discípulos de Karadima en sus diócesis y, particularmente el obispo Barros en Osorno, las duras palabras del mismo Francisco a esa comunidad, y el clericalismo de muchos pastores (del cual, hace poco, Francisco dijo: “el clericalismo aleja a la gente, es una peste en la Iglesia”).
La comunidad católica necesita ser animada en su misión de testimoniar la belleza del Evangelio del Señor Jesús desde su propia debilidad, dar pasos de sanación de las confianzas internas, y ser una “Iglesia en salida” -como dice Francisco- hacia este mundo, caminando en la confianza de la fe y en la comunión fraterna. Como el Papa Francisco se caracteriza por hablar claro, su visita es una ocasión para iluminar esas y otras situaciones, realizando su misión de apacentar el rebaño y confirmar a los hermanos en la fe.
Marcos Buvinic – Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación