San Francisco y lo Femenino
Presentamos esta síntesis de un trabajo más extenso del Hno. Celso Márcio, cumplimos así una solicitud de varias Comunidades y que teníamos pendiente desde hace un tiempo (N de la R).
El equilibrio psicológico de una persona depende de la manera como resuelve o concilia en sí misma los arquetipos masculino y femenino. Francisco concilió muy bien esos arquetipos. Por eso fue un hombre equilibrado. Las fuentes franciscanas, primariamente los escritos y secundariamente las biografías lo evidencian. Este estudio, al basarse en las fuentes, desagradará a quienes gustan de ver en Francisco, aun de modo poético e ingenuo, un desequilibrado.
Hablar de lo femenino sin hablar de lo masculino ya es un desequilibrio, es querer tener en cuenta sólo un lado de la moneda; pero hay que tener en cuenta los dos. Por eso, al tratar de la manera cómo Francisco se situó ante lo femenino, aun sin entrar en muchos detalles, debemos abordar el modo como se situó ante lo masculino.
Clara de Asís
Ciertamente, Francisco tuvo otras experiencias de lo femenino a través de la convivencia con otras mujeres; convivió con criadas y con otras niñas en su infancia, y debe haber tenido amigas en su juventud. Pero merece especial consideración alguien que no fue amiga de la infancia ni de la juventud, pero que lo marcó de una manera particular.
La relación de Francisco con Clara
La profunda amistad existente entre Francisco y Clara es lo que se podría llamar relación equilibrada entre dos personas de distinto sexo. Los estudiosos del franciscanismo están de acuerdo en considerar a Clara como la “expresión femenina” del franciscanismo, “imagen femenina del ideal franciscano”, “versión femenina de la vida según el Santo Evangelio”, “expresión de Francisco en su rostro femenino”. De hecho, Francisco y Clara son como las dos caras de la misma moneda que, de manera perfectamente equilibrada, nos presentan el modo masculino y el modo femenino de vivir el Evangelio, modos diferentes, pero con el mismo amor, con la misma pasión, con la misma intensidad, con la misma radicalidad. Exactamente en esto consiste el equilibrio de la amistad de estas dos personas: ellas eran caras de una misma moneda, eran respectivamente expresiones masculina y femenina del mismo Evangelio. El punto de equilibrio no estaba situado en uno de los dos, sino en el Evangelio, realidad superior que atraía a ambos. No era uno el que atraía al otro, sino, al decir de la Leyenda de Santa Clara, “el Padre de los Espíritus atraía a ambos, aunque de modos diferentes”.
Francisco amaba a Clara y viceversa. Se amaban con ternura, llenos de cuidados el uno para el otro. Pero este amor mutuo era superado por el amor de ambos por Dios, por Jesucristo, por el Reino. Este es el secreto de la relación casta y equilibrada de Francisco con Clara.
Un cierto romanticismo decadente origina leyendas que no tienen ninguna base en las fuentes, y son fruto únicamente de la fantasía, que sólo sirven para lisonjear a los corazones vacíos. Este modo de ver la relación de los dos santos no tiene para nada en cuenta a las Fuentes. Estas son clarísimas mostrando que Francisco quiso conquistar a Clara no para sí, sino para Cristo: “Es grande el deseo de Francisco de encontrar a Clara y de hablar con ella para ver si, de algún modo, le fuera permitido arrebatar al mundo perverso esa noble presa y entregársela a su Señor”. El propio Francisco, en sus coloquios con Clara, le habla en términos de nupcias con Cristo: “El destila en sus oídos la dulzura de las nupcias con Cristo, convenciéndola de guardar la perla de la castidad virginal para aquel santo Esposo, que por amor se hizo hombre”. Y el deseo de Clara era exactamente “hacer de su cuerpo un templo sólo para Dios y merecer, con la práctica de las virtudes, las nupcias con el Gran Rey”. Y cuando Francisco le cortó la cabellera y la vistió con el hábito de la penitencia “Clara se convirtió en esposa de Cristo”.
Por tratarse de alguien que quería desposar a Cristo, Francisco la trataba con la máxima discreción. Así, la Leyenda de Santa Clara habla de encuentros entre los dos: “El la visita, y ella lo visita más frecuentemente, regulando la frecuencia de los encuentros de manera que aquella atracción divina no fuese percibida por ninguna persona y que no surgieran murmuraciones públicas que la mancillaran”. La discreción hacía que tanto Francisco como Clara llevasen a otra persona como acompañante. Exactamente esa misma discreción y reverencia llevó más tarde a Francisco a prohibir la entrada de hermanos en los monasterios de clarisas, con el fin de que no fuera manchada, con habladurías maliciosas, la relación de los hermanos con las Damas Pobres. Esta reverencia de Francisco se trasluce en los escritos que dejó a Clara y sus hermanas. En la Ultima Voluntad escrita a Clara llama a las Damas Pobres “señoras mías”. Este título era usado por los juglares y caballeros cuando se dirigían a las jóvenes y damas .
Si Francisco tenía hacia Clara una reverencia propia de un caballero ante la esposa de Cristo, Clara, a su vez, profesaba a Francisco un amor filial. Al comienzo, ella lo escuchó como guía, confiándose enteramente a él, y, a partir de aquel momento, “su alma quedó toda ligada a sus santos consejos y acogía con corazón ardiente lo que le enseñaba en relación con el buen Jesús”. Después pasó a tener un amor filial hacia él. De hecho, como dice G. Mancini, “Clara era la mujer nacida del alma de Francisco, la otra mujer que se convirtió en su hija… de ahí el hecho de que ella se sintiera la plantita de Francisco”. Es Clara quien se llama a sí misma ” la plantita de san Francisco”. A partir de está autodenominación de Clara, ese título aparece también en otras Fuentes.
Ese título tiene su origen en la terminología bíblica. Dios es comparado con un agricultor que planta con amor una viña y cuida de ella con cariño. En el lenguaje bíblico hay toda una relación afectiva que liga al agricultor a su planta. Así Clara siente el cuidado y el afecto que Francisco tenía por ella. Por eso, Clara llama a Francisco no sólo su fundador, sino también plantador de la Segunda Orden.
En los escritos de santa Clara se patentiza su relación filial con san Francisco. Se refiere a él casi siempre con el apelativo “nuestro padre Francisco”. En ningún lugar de sus escritos lo llama hermano. Este lenguaje traduce, pues, la relación y el tipo de afecto que ligaba a Clara con Francisco.
No sólo el lenguaje de las palabras muestra esta relación. También el lenguaje de los sueños, que deja fluir los símbolos del inconsciente hacia el consciente, presenta a Clara lo que significa la realidad Francisco. Como cuenta un testimonio del Proceso de Canonización (lll, 29), Clara soñó que Francisco la amamantaba a su pecho. Dar el pecho es el símbolo del amor que nutre, que sustenta y da vida, que da de su propia vida. Así Clara veía a Francisco: un jardinero que tenía para su plantita no sólo sentimientos de padre, sino también cuidados de madre.
Valores de lo femenino tematizados por Francisco
Francisco, al relacionarse con lo femenino, hace la experiencia de los valores y antivalores del mismo. Alguno de esos valores llegó a tematizarlos (expresar, verbalizar, elaborar). No pretendemos con esto afirmar que él haya hecho un análisis profundo de su experiencia, sino sólo que, a lo largo de su vida, expresó valores en la convivencia con lo femenino. En sus escritos se trasluce especialmente la aguda percepción que tuvo del amor materno y la plástica concepción de las virtudes.
El amor materno
El amor en sí no es ni masculino ni femenino. Trasciende esa dualidad. Lo masculino y lo femenino, a su vez, se tornan formas de expresión y concretización del amor. Hay, por tanto, un modo masculino y un modo femenino de amar, o, de otra manera, hombre y mujer expresan el amor de maneras diferentes, comprometiendo cada uno en esa expresión todo su ser con todas sus diferencias y características.
Francisco, en su espiritualidad, privilegia el amor materno. Este se convierte para él en la realidad-símbolo, el paradigma del amor que debe existir entre los hermanos de su fraternidad: “Y donde quiera que estuvieren y se encontraren los hermanos muéstrense familiares entre sí. Y, con confianza, manifiesten el uno al otro su necesidad, porque si una madre ama y cuida a su hijo carnal, ¿con cuánta mayor diligencia debe cada uno amar y cuidar a su hermano espiritual”?.
Se acostumbra atribuir la preferencia de Francisco por el amor maternal a la experiencia negativa que tuvo con su padre. Se trata de un equívoco. Como ya lo hemos señalado, Francisco tuvo una sublime y profunda experiencia del amor paterno. Fue una experiencia tan profunda y sublime que, al romper sociológicamente con su padre Pedro Bernardone, Francisco no rompió afectivamente con su arquetipo de padre, atribuyendo ese arquetipo únicamente a Dios. Con otras palabras: Pedro Bernardone, por su actitud hacia Francisco, contradijo de tal manera el arquetipo de padre que él mismo había ayudado a grabar en lo íntimo de Francisco, que éste no podía ver este arquetipo sino atribuido perfectamente a Dios.
De hecho, un análisis de los escritos de san Francisco nos muestra lo siguiente: si exceptuamos tres ocasiones en las que la palabra padre del texto de Lc 16, 26, Mt 19, 26 y Mt 23, 9 es citada en la Regla no Bulada, en todas las demás ocasiones el término padre es atribuido a Dios. En su misma fraternidad, no quiere que ningún hermano se llame padre o prior. Creemos que si su experiencia fundamental del amor paterno hubiera sido negativa, Francisco no habría hablado de Dios como padre con tanta exclusividad.
Por lo mismo, Francisco tematiza el amor de madre, no por contraposición a una percepción negativa del amor de padre, sino por el valor intrínseco del amor materno. Sin duda, también tuvo una experiencia positiva del amor materno. Francisco, en la relación con lo femenino, especialmente a través de su madre, captó características propias del amor materno, características que juzgó necesarias para el desarrollo de su fraternidad. De ahí su insistencia en proponer el amor materno como prototipo del amor al hermano espiritual.
Del texto citado de la Regla se puede extraer una de las características del amor materno. Ser madre, para Francisco, es amar y nutrir. De tal manera el nutrir es una de las características del amor materno que él da a la tierra que nos sustenta el nombre de “madre”. Nutrir es dar la vida, hacer vivir al otro, y no sólo cuidar del sustento propio sino también del sustento del otro. Ese preocuparse con el hermano es característico del amor materno. Por eso, en el capítulo que trata del trabajo, Francisco dice expresamente: “En cuanto a la paga por el trabajo, reciban lo necesario para el cuerpo, para sí y sus hermanos”.
Otra característica del amor materno es el cuidado que el hermano espiritual debe tener con el hermano enfermo. Luego de hablar del amor que nutre, Francisco escribe: “Y si alguno de los hermanos cayere en enfermedad, los demás hermanos deben servirlo como ellos mismos quisieran ser servidos”. Al escribir esta frase, Francisco tenía todavía presente ante sí la figura de la madre que ama y nutre y que, cuando el hijo se enferma, redobla sus cuidados con él. Teniendo presente esa imagen, exhorta a sus hermanos: “Si alguno de los hermanos cayere en enfermedad, dondequiera que esté, los otros hermanos no lo abandonen, a no ser que se delegue a uno de los hermanos o más, si fuera necesario, para que lo sirvan como ellos mismos desearían ser servidos”.
En el mismo contexto del amor materno que cuida del hijo, debe ser entendida la preocupación de Francisco por el bienestar de los hermanos, cuando prescribe: “Los ministros y los custodios, y sólo ellos, cuiden diligentemente, por medio de amigos espirituales, de las necesidades de los hermanos enfermos y de los que necesitan ropa, de acuerdo con las exigencias de los lugares, tiempos y frías regiones, como mejor percibieren que conviene a su necesidad”. En conexión con estas características, el amor materno es para Francisco amor que está dispuesto a servir, amor que se hace menor. Como una madre está pronta para servir a su hijo con alegría, así debe ser también el hermano menor con su hermano espiritual. Esta característica se hace patente en los cargos de autoridad dentro de la fraternidad. No hay superiores en la fraternidad franciscana, sino ministros y servidores; es decir, aquellos que tienen como responsabilidad lavar los pies a sus hermanos; no hay abades o priores, sino custodios y guardianes, a saber, aquellos que guardan y cuidan. El servicio de la fraternidad no es ejercicio de poder o dominio, sino cuidado por las almas de los hermanos.
De hecho, cuando hacemos estas afirmaciones, no queremos confundir los conceptos. Queremos solamente mostrar que la característica femenina del cuidado y del servicio al hermano son elementos importantes para la comprensión de la minoridad. Así lo entendían también los escritores de la Leyenda de los Tres Compañeros y el Anónimo Perusino al unir el amor materno, nutrir y servir: “Se amaban con un amor entrañable, y cada uno servía al otro como la madre alimenta a su hijo único y querido. Ardía en ellos de tal manera el fuego de, la caridad que les parecía fácil entregar sus cuerpos a la muerte, no sólo por amor de Cristo, sino también por la salvación del alma o por la salud del cuerpo de sus hermanos”. “Amar”, “alimentar”, “servir”, “dar la propia vida” son términos propios del modo de relación de una madre con su hijo.
Las virtudes
Como el amor, tampoco las virtudes son en sí masculinas o femeninas. Se convierten en masculinas o femeninas en la medida que el hombre o la mujer las asimila y les imprime su modo de ser. Francisco consideraba a las virtudes como femeninas. Esto no quiere decir que él haya vivido femeninamente las virtudes. Como hombre, las vivía masculinamente, les daba su modo de ser masculino, las concretaba masculinamente. Como en el caso del amor, hay un modo masculino y un modo femenino de practicar las virtudes.
La concepción de las virtudes en cuanto femeninas se trasluce en esta oración poética de Francisco: “¡Salve, reina sabiduría, el Señor te guarde con tu santa hermana, la santa y pura simplicidad!, ¡Señora santa pobreza, el Señor te guarde con tu hermana la humildad!, ¡Señora santa caridad, el Señor te guarde con tu santa hermana la obediencia!, ¡Santísimas virtudes, el Señor las guarde a todas, de quien procedan y provienen!”.
Francisco llamaba a todas las virtudes “señoras”. Es un modo original de concebir a las virtudes. Sin duda, Francisco debió haber experimentado, en su relación con lo femenino, el modo femenino de practicar la virtud. Las tres damas de las que habló anteriormente eran personas de nobles virtudes. Pero, por otro lado, Francisco convivió con hombres virtuosos, hombres que vivían las virtudes con un sello masculino. Recuérdese, de paso, a fray Egidio, fray Maseo, fray Angel, fray León, fray Rufino. Pero Francisco prefirió contemplar las virtudes en rostros femeninos. Al llamar a las virtudes “señoras”, Francisco privilegia, en su concepción, el modo femenino de vivir las virtudes. Para él, las virtudes tienen características femeninas.
La principal característica femenina de las virtudes que entresacamos de sus escritos es la fragilidad. El valor femenino de la fragilidad se puede percibir en la continuación de la citada oración de Francisco: “Cada una (de las virtudes) confunde a los vicios y pecados.
La santa sabiduría confunde a Satanás y todas sus astucias. La pura y santa simplicidad confunde toda la sabiduría de este mundo y la sabiduría del propio yo. La santa pobreza confunde a la codicia, la avaricia y los cuidados de este mundo.
La santa humildad confunde a la soberbia y a todos los hombres que están en el mundo e igualmente a todas las cosas del mundo. La santa caridad confunde a todas las tentaciones de la carne y todos los temores carnales. La santa obediencia confunde a todos los carnales y propios deseos…”.
De la estructura de este texto se puede deducir que la fragilidad femenina de las virtudes es exactamente la fragilidad escogida por Dios para confundir la fuerza brutal del mundo. Esta afirmación se entiende mejor teniendo a la vista lo dicho por san Pablo: “Lo necio de este mundo Dios lo eligió para confundir a los sabios, y lo débil según el mundo Dios lo eligió para confundir a los fuertes; lo vil y despreciable según el mundo Dios lo eligió, como todo lo que nada es, para destruir a los que son” (1 Cor 1, 27-28). Francisco concibe las virtudes dentro de la paradoja evangélica: Dios elige a los pequeños para realizar grandes maravillas. Como Dios miró la pequeñez de María (Cf. Lc 1, 48) y como oculta sus secretos a los sabios para revelarlos a los sencillos, humildes y pequeños (Cf. Mt 11, 25), así él quiso escoger la femenina fragilidad de las virtudes para confundir a los poderosos.
Pero, para entender mejor esta concepción de las virtudes es necesario comprender el alma poética de Francisco. Francisco fue un poeta plástico, visual, concreto, es decir, no gustaba de las abstracciones. Personificaba sus ideas como queriendo verlas y tocarlas. Esto formaba parte de la estructura de su pensamiento. El “veía corporalmente” en la Eucaristía al Altísimo, y oía en las Escrituras la voz del Hijo de Dios. Los atributos que aplica a María en el Saludo a la Madre de Dios son sustantivos concretos: “Salve, palacio del Señor. Salve, tabernáculo del Señor. Salve, morada del señor. Salve, vestidura del Señor”.
Dentro de este modo visual y plástico de pensar, Francisco personificó también a las virtudes. Y, como caballero que era y nunca dejó de ser -sólo cambió la corte de los reyes de este mundo por la del Gran Rey-, veía las virtudes como damas de honor de la Corte de Jesucristo.
Entre las virtudes que reciben el nombre de “señora”, la pobreza es la que más aparece en las fuentes franciscanas. Hay que destacar el Sacrum Commercium, en el que el personaje principal es la dama Pobreza. Este opúsculo fue escrito en 1227, es decir, al año siguiente de la muerte de san Francisco. Fue escrito, sin embargo, por un hermano de la primera generación franciscana. En este “auto-sacro” el autor presenta a Francisco y un grupo de hermanos en busca de la dama Pobreza, para hacer con .ella un pacto, una alianza. Quieren convertirse en servidores del Señor de los ejércitos y del rey de la gloria, y buscan la pobreza para que ella sea su compañera y les indique el camino. Dama Pobreza es, como lo sugiere el opúsculo, la esposa de Cristo. Francisco la elige como su dama y la de sus hermanos, dentro del espíritu caballeresco de la época.
A partir de la segunda generación franciscana se comenzó a considerar a la pobreza como esposa de Francisco. El opúsculo Sacrum Commercium pasó a ser interpretado como las nupcias de Francisco con Dama Pobreza, y el arte, especialmente la pintura, visualiza a Cristo celebrando el matrimonio de ambos.
La integración de lo femenino
La psicología moderna, a partir de Jung, afirma que el hombre tiene en sí dos elementos constitutivos, lo masculino y lo femenino, el animus y el anima. De la integración de esos elementos en la psique humana depende el equilibrio de la persona. Para ser equilibrado, el hombre tiene que integrar lo femenino y la mujer lo masculino.
Francisco integró muy bien lo femenino en su personalidad. Y cuando prescribió el amor fraterno como paradigma para el amor entre los hermanos, aun sin saberlo, estaba ofreciendo a los hermanos un poderoso medio de salud y equilibrio psíquicos, porque les proponía formas concretas de integración de lo femenino
De hecho, él no se avergonzaba de lo femenino. Con mucha naturalidad se consideraba “madre de los hermanos”. En una carta a fray León, por ejemplo, él mismo se considera como madre: “Te hablo así, hijo mío, como madre…”. Por su parte, san Buenaventura hace alusión en varias ocasiones al corazón materno de Francisco. Es común encontrar en la biografía de que es autor expresiones como ésta: “Francisco parecía tener cariño de madre”, “él los engendraba todos los días, como una madre, en Cristo”.
Tomás de Celano narra un episodio en que un hermano simplemente llama a Francisco “madre”. Queriendo mostrar las llagas de san Francisco a otro hermano, fray Pacífico acordó con él que le besaría la mano a Francisco, y en ese momento le mostraría la llaga. Fray Pacífico pidió entonces la bendición: “Bendícenos, madre amadísima, y dame a besa-r tu mano”. Más tarde, Francisco descubrió el engaño y llamó la atención de fray Pacífico sobre la pena que le había causado. Fray Pacífico preguntó: “¿Qué pena te he causado, madre queridísima?”.
De este episodio se puede inferir que había una cierta costumbre de llamar “madre”.
Otro episodio que muestra cómo Francisco integra con naturalidad lo femenino: Francisco andaba por un camino y vio a la vera del mismo a tres pobrecitas mujeres, que lo saludaron: “Bienvenida, Dama Pobreza”. Francisco se llenó de inefable alegría por este saludo, porque no había ningún saludo que le alegrara tanto como éste.
Uno de los indicadores de que lo femenino está integrado en la personalidad es cuando está integrado en el lenguaje, cuando no se tiene vergüenza de expresarlo verbalmente. El lenguaje de Francisco es rico en expresiones de lo femenino. Podemos decir sin exagerar que Francisco, al proponer el amor materno como parámetro para la relación de los hermanos, estaba adoptando la mejor manera de valorar lo femenino. Además del ejemplo materno, otros ejemplos nos muestran cómo el lenguaje de Francisco asimiló definitivamente lo femenino. Veamos algunos:
Francisco llamaba a los hermanos madres. La Regla para los Eremitorios comienza con estas palabras: “Aquellos que quisieren vivir como religiosos en eremitorios no sean más de tres, o, como máximo, cuatro hermanos. Dos de ellos sean madres y tengan dos o al menos uno como hijo”. En esta Regla, Francisco, cuando trata de la manera de relacionarse con los hermanos, sólo emplea los términos “madre-hijo”, del principio al fin.
Francisco llamaba madre a quien tenía un cargo en la Orden. El primer biógrafo afirma que fray Elías, vicario del santo, fue escogido por Francisco como madre70. Así se entiende que Francisco deseara que los cargos fueran asumidos en la Orden dentro de ese mismo espíritu de relación madre-hijo. Ministros, custodios y guardianes son madres para los hermanos encargados de su cuidado.
Los hermanos y todos aquellos que hacen penitencia son madres de Nuestro Señor Jesucristo. Así se expresa en la Carta a todos los Fieles: “Y todos aquellos hombres y mujeres que así obraren… verán posarse sobre ellos el Espíritu del Señor, y El tendrá en ellos su morada permanente, y ellos serán hijos del Padre Celestial, cuyas obras hacen. Y ellos son esposos, hermanos y madres de Nuestro Señor Jesucristo… Somos madres si con amor y conciencia pura y sincera lo traemos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo y lo damos a luz por obras santas que sirvan de luminoso ejemplo a los otros”. Se trata, indudablemente, de un lenguaje simbólico pero un lenguaje que integra realistamente lo femenino en lo que es más propio de lo femenino, es decir, la acción de gestar y dar a luz.
En una parábola, Francisco se identifica con la mujer madre de muchos hijos. Francisco contó al Papa la parábola de una mujer pobre que moraba en el desierto. Un rey se enamoró de ella y tuvieron muchos hijos. Cuando los hijos crecieron, ella les dijo que no debían avergonzarse de la pobreza, pues eran hijos de rey. Cuando los hijos se presentaron al rey, éste, viendo en ellos su semejanza, los recibió con alegría y los declaró sus herederos. Con esta parábola, Francisco se compara a la mujer pobre del desierto, cuyos hijos son los hermanos. El rey es el Hijo de Dios, a quien los hermanos se asemejan por la pobreza72. Es digno de notarse la naturalidad con que Francisco expresa lo femenino en su lenguaje.
Compara a los hermanos a las mujeres estériles que dan a luz. a muchos hijos. Para exhortar a los hermanos predicadores que buscaban en su predicación más la propia gloria que la edificación de los oyentes, Francisco interpreta así el versículo de la Escritura que dice: “Hasta la estéril dio a luz muchos hijos” (1 Sin 2,5): “La estéril es mi hermano pobrecito que no recibió en la Iglesia el encargo de engendrar hijos; él va a dar a luz muchos hijos en el día del juicio, porque el juez va a premiar en la gloria a los que ahora convierte con sus oraciones particulares. Y se marchitará la que muchos tiene, porque el predicador que se goza ahora de haber engrendrado muchos él mismo, conocerá entonces que no hubo nada suyo en ellos”. Francisco no sólo se compara a sí mismo con una mujer, sino también a sus hermanos.
La gallina negra del sueño. Estando Francisco muy preocupado por proteger a su Orden, “pues lobos voraces amenazaban al rebaño”, Francisco tuvo el siguiente sueño: “Vio a una gallina pequeña y negra, semejante a una paloma doméstica, con las piernas y las patas cubiertas de plumas; tenía incontables polluelos que rondando sin parar en torno a ella no lograban cobijarse todos bajo sus alas”. Francisco interpreta su sueño: “Esa gallina soy yo, pequeño de estatura y de tez negra. Los polluelos son los hermanos, que se multiplican en número y gracia, a quienes no bastan mis pobres fuerzas para defenderlos de la maldad de los hombres ni ponerlos a cubierto de las acusaciones de lenguas enemigas. Por eso los voy a recomendar a la Santa Iglesia Romana”. El lenguaje de los sueños es igualmente muy importante para revelar lo íntimo de la persona. Y Francisco reconoció en la gallina negra del sueño la expresión de su lado femenino.
Celso Teixeira, OFM
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