El Papa Francisco invitó a volver a la esencia de la misión…
El Consistorio de Papa Francisco, que entregó el birrete rojo a 17 nuevos cardenales: «En el corazón de Dios no hay enemigos, Él solo tiene hijos. Nosotros erigimos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Nuestro Padre no espera para amar al mundo cuando seamos buenos».
«Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento se siembran por este crecimiento de enemistad entre los pueblos, entre nosotros. Sí, entre nosotros, dentro de nuestras comunidades, de nuestros presbiterios, de nuestros encuentros. El virus de la polarización y la enemistad se nos cuela en nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar. No somos inmunes a esto y tenemos que velar para que esta actitud no cope nuestro corazón». El Papa predicó para los cardenales del Consistorio el día en el que se incorporan al colegio 17 nuevos purpurados (trece con menos de 80 años, por lo que podrían ser electores en un eventual Cónclave, y cuatro con más de 80 años). En una época en la que en el mundo, pero también en la Iglesia, parecen prevalecer las polarizaciones, el Papa invitó a volver a la esencia de la misión en el signo de la misericordia.
Los nuevos cardenales son el italiano Mario Zenari, nuncio apostolico en Siria(que encabeza la lista y quien en su saludo durante la ceremonia recordó que algunos cardenales provienen de «lugares en donde muchos, millones, son “desafortunados”, adultos y niños, donde muchos son abandonados muertos o medio muertos por las calles de sus aldeas y barrios, o bajo los escombros de las propias casas y escuelas, debido a crueles violencias y sangrientos, inhumanos e inextricables conflictos»), Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, en la República Centroafricana, Carlos Osoro Sierra, arzobispo de Madrid (España), Sérgio Da Rocha, arzobispo de Brasilia (Brasil), Blase Joseph Cupich, arzobispo de Chicago (Estados Unidos), Patrick D’Rozario, arzobispo de Dhaka (Bangladesh), Baltazar Enrique Porras Cardozo, arzobispo de Mérida (Venezuela), Jozef De Kesel, arzobispo de Malinas-Bruselas (Bélgica); Maurice Piat, obispo de Port-Louis (Islas Mauritius); Kevin Joseph Farrell, Prefecto del dicasterio para los laicos y la familia (Estados Unidos), Carlos Aguiar Retes, arzobispo de Tlalnepantla (México); John Ribat, arzobispo de Port Moresby (Papúa Nueva Guinea), Joseph William Tobin, arzobispo de Newark (Estados Unidos); Antony Soter Fernández, arzobispo emérito de Kuala Lumpur (Malasia); Renato Corti, obispo emérito de Novara (Italia); Sebastian Koto Khoarai, obispo emérito de Mohale’s Hoek (Leshoto); Ernst Simoni, sacerdote de la diócesis de Shkodrë-Pult (Albania).
En la homilía, Bergoglio comentó el pasaje evangélico: después de la institución de los doce apóstoles, Jesús bajó «con sus discípulos a donde una muchedumbre lo esperaba para escucharlo y hacerse sanar. El llamado de los apóstoles va acompañado de este “ponerse en marcha” hacia la llanura». La elección «los lleva al corazón de la muchedumbre» y así «el Señor les y nos revela que la verdadera cúspide se realiza en la llanura, y la llanura nos recuerda que la cúspide se encuentra en una mirada y especialmente en una llamada: “Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”». Esta invitación va acompañada de cuatro exhortaciones: «amen, hagan el bien, bendigan y rueguen», acciones que «fácilmente realizamos con nuestros amigos».
Pero el problema surge, explicó Francisco, «cuando Jesús nos presenta los destinarios de estas acciones», diciendo «amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman». Y estas «no son acciones que surgen espontáneas». Frente a los adversarios y a los enemigos, de hecho, «nuestra actitud primera e instintiva es descalificarlos, desautorizarlos, maldecirlos; buscamos en muchos casos “demonizarlos”, a fin de tener una “santa” justificación para sacárnoslos de encima». Y esta, observó Bergoglio, es una «de las características más propias del mensaje de Jesús», de allí proviene «la potencia de nuestro andar y el anuncio de la buena nueva». El enemigo es «alguien a quien debo amar. En el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos. Nosotros levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Dios tiene hijos y no precisamente para sacárselos de encima».
«Nuestro Padre —explicó el obispo de Roma— no espera para amar al mundo cuando seamos buenos, no espera a amarnos cuando seamos menos injustos o perfectos; nos ama porque eligió amarnos, nos ama porque nos ha dado estatuto de hijos. Nos ha amado incluso cuando éramos enemigos suyos. El amor incondicional del Padre para con todos ha sido, y es, verdadera exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y condenar. Saber que Dios sigue amando incluso a quien lo rechaza es una fuente ilimitada de confianza y estímulo para la misión».
Bergoglio recordó que el nuestro es un tiempo «donde resurgen epidémicamente, en nuestras sociedades, la polarización y la exclusión como única forma posible de resolver los conflictos. Vemos, por ejemplo, cómo rápidamente el que está a nuestro lado ya no sólo posee el estado de desconocido o inmigrante o refugiado, sino que se convierte en una amenaza; posee el estado de enemigo». Enemigo «por venir de una tierra lejana o por tener otras costumbres», por «el color de su piel, por su idioma o su condición social, enemigo por pensar diferente e inclusive por tener otra fe». Y poco a poco, «sin darnos cuenta esta lógica se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder. Entonces, todo y todos comienzan a tener sabor de enemistad», y las diferencias «se transforman en sinónimos de hostilidad, amenaza y violencia».
«¡Cuántas heridas —exclamó el Papa— crecen por esta epidemia de enemistad y de violencia, que se sella en la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de esta patología de la indiferencia! ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento se siembran por este crecimiento de enemistad entre los pueblos, entre nosotros!».
«Sí, entre nosotros, dentro de nuestras comunidades, de nuestros presbiterios, de nuestros encuentros —añadió. El virus de la polarización y la enemistad se nos cuela en nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar. No somos inmunes a esto y tenemos que velar para que esta actitud no cope nuestro corazón, porque iría contra la riqueza y la universalidad de la Iglesia que podemos palpar en este Colegio Cardenalicio. Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social; pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una de nuestras mayores riquezas».
Como Iglesia, concluyó Francisco, «seguimos siendo invitados a abrir nuestros ojos para mirar las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad, privados en su dignidad. Querido hermano neo Cardenal, el camino al cielo comienza en el llano, en la cotidianeidad de la vida partida y compartida, de una vida gastada y entregada. En la entrega silenciosa y cotidiana de lo que somos. Nuestra cumbre es esta calidad del amor; nuestra meta y deseo es buscar en la llanura de la vida, junto al Pueblo de Dios, transformarnos en personas capaces de perdón y reconciliación».
La fórmula de la creación cardenalicia prevé el juramento de los nuevos purpurados, después la imposición del birrete y la entrega del anillo cardenalicio, con la asignación del título o de la diaconía. Durante el rito, el único cardenal ante el que el Papa se inclinó fue Ernst Simoni, el único que no es obispo; es un sacerdote que sufrió la persecución en Albania.
Al final de la celebración, el Pontífice y los nuevos cardenales se dirigen en dos autobuses al Monasterio «Mater Ecclesiae» para encontrarse con el Papa emérito Benedicto XVI.
Andrea Tornielli – Ciudad del Vaticano
Vatican Insider – Reflexión y Liberación