Se busca Arzobispo para ciudad importante
Catorce años y algunos meses es el promedio de tiempo que los doce arzobispos que recuerda la historia han servido la sede arzobispal de Santiago de Chile.
Es interesante conocer ciertas cifras que quedan para las estadísticas: han sido 175 años (1840-2015), que comienzan con el nombramiento de Manuel Vicuña Larraín, cura del clero de Santiago. De ese mismo origen fueron los sucesores por cien años: Rafael Valentín Valdivieso, Mariano Casanova, Juan Ignacio González, Crescente Errázuriz y José Horacio Campillo. Todos ellos asumieron como arzobispos directamente desde la base, sin haber tenido cargo episcopal anteriormente, aparte de Juan Ignacio González que fue por poco tiempo obispo auxiliar en la capital de Chile. Todos ellos pertenecientes a familias de la burguesía. Todos ellos formados en el seminario pontificio conciliar. Todos ellos con una marca personal que aportaron a la tarea pastoral: Valdivieso, Casanova y Crescente Errázuriz, como hombres de pluma afilada que ocupaban como cimitarra en las luchas apologéticas; Vicuña, González y Campillo como pastores ocupados más de consolar que de pontificar.
Esta línea tuvo un cambio con la llegada de José María Caro al arzobispado, en 1939. Había pertenecido también al clero de Santiago, pero desde hacía muchos años estaba lejos de la capital, pastoreando comunidades en el norte. De hecho fue el primer arzobispo trasladado desde otra sede, en este caso desde La Serena. Con él comienza la serie de cardenales chilenos. Rompió también la génesis burguesa pues pertenecía a una sencilla familia campesina aunque ligada al partido conservador.
El sucesor fue un golpe a la cátedra: un salesiano que hacía un par de años ejercía como obispo de Valparaíso: don Raúl Silva Henríquez, el primer religioso arzobispo de Santiago. Al finalizar su período, el sucesor llegó nuevamente desde La Serena: don Juan Francisco Fresno Larraín. El siguiente vino igualmente desde el norte, esta vez Antofagasta, el religioso mercedario Carlos Oviedo Cavada. A su renuncia por enfermedad, se designó desde Roma, donde había trabajado varios años después de haber vivido en Alemania un largo período, a don Francisco Javier Errázuriz, perteneciente al Instituto de Schoënsttat. En Roma había conocido a don Ricardo Ezzati, con quien trabajó en dicasterios vaticanos y con quien lo unió una amistad segura. Ezzati, religioso salesiano, fue el delfín por quien se jugó Errázuriz promoviéndolo al obispado de Valdivia, y a quien pidió unos años después ser su auxiliar en Santiago. No es habitual en las carreras eclesiásticas que el obispo de una sede, pase a ser obispo auxiliar de otra sede, lo que indica el grado de confianza y de cercanía entre ambos prelados. Con este nombramiento quedó a la espera de un ascenso mejor y así fue que pasó a ser arzobispo de Concepción. Al finalizar Errázuriz su período, vio como resultado de sus movidas que Ezzati era su sucesor en Santiago.
Así el origen inmediato de los doce arzobispos se puede resumir en: seis surgidos del clero secular de Santiago. Dos trasladados desde La Serena, dos desde Valparaíso, uno desde Antofagasta y uno desde Concepción. De todos ellos, solamente cuatro pertenecientes a institutos religiosos.
En enero de 2017 debe presentar su renuncia a causa de la edad, el actual arzobispo Ricardo Ezzati. Ciertas voces rumorean a Fernando Chomalí, del clero secular de Santiago y actual arzobispo de Concepción como el sucesor natural. Se trata de un hombre de buena edad (59), ingeniero civil, con doctorado en teología, master en bioética, buen comunicador, con capacidades de conductor y habitual en las páginas de El Mercurio.
Pero no hay que olvidar que con un Nuncio enigmático como Ivo Scapolo todo puede pasar. Hay obispos que han escalado posiciones y tienen padrinos, algunos dentro de la esfera de relaciones del presbítero chileno Ramón Bravo quien se maneja en Roma como en su Andacollo natal. Su poder de influencias es notorio y enlaza a unos cuantos cardenales influyentes en la curia romana, especialmente a los del círculo de Sodano y Bertone. Se supone que en esta etapa de Francisco ha perdido un tanto de protagonismo.
En la lógica prudencial de la normalidad los arzobispos estarían en primera línea para asumir la mitra santiaguina. Pero el de Antofagasta, Pablo Lizama, quien hubiera sido un buen pastor para la capital ya presentó su renuncia por motivos de edad, y el de Puerto Montt, Cristian Caro, ya es septuagenario. Queda el de La Serena, René Rebolledo, quien lleva solamente tres años como arzobispo de esa iglesia. En esa lógica Chomalí tendría el camino despejado.
Pero…siempre hay un pero. Las movidas del nuncio apostólico son impredecibles. Así como en Copiapó, cuando el clero de allí esperaba que uno de los suyos asumiera la conducción de la iglesia atacameña, llegó como pastor un español, además religioso y de remate ya septuagenario. O como en Osorno, donde aún se mantiene en la cuerda floja el obispo Juan Barros quien ya ha pasado sin dejar marca por tres obispados y que es cuestionado por su pertenencia al grupo de El Bosque, fiel al cura Karadima, icono de la delincuencia clerical en el país.
El nuncio Scapolo, como su apellido lo indica, no se casa con nadie. Teje sus hilos y va sacando de la manga sus propuestas que no son cuestionadas por Roma. Tiene experiencia diplomática, tanto por ser “hijo” de Angelo Sodano como por su tarea de Nuncio en Bolivia, en Ruanda y sus cinco años en Chile.
En estos cinco años ha realizado un trabajo silencioso pero que ha repercutido en la estantería eclesial del país ya que en ese relativo corto tiempo ha promovido seis nuevos obispos (Aós, Atisha, Blanco, Concha, Ramos y Galo Fernández) y ha cambiado de sede a otros seis (Rebolledo, Silva, Vera, Vargas, Contreras Villarroel y Juan Barros).
El resultado de todo esto es que cualquier cosa puede suceder en el arzobispado de Santiago de Chile a partir de enero de 2017.
Y mientras el sistema de elección de obispos sea un secretismo vaticano, el pueblo católico, mira, acepta sumiso y aplaudirá al pastor que le llegue sin hacer preguntas.
Agustín Cabré Rufatt, CMF